domingo, 1 de diciembre de 2019

PROGRESISTA


Los humanos acostumbramos muchas veces a priorizar y poner de moda palabras que surgen como tendencias, y como tales, desaparecen cuando un estilo deja de estar a la moda. En política, lo que se lleva ahora es: “progresista”. Prácticamente todos los grupos de izquierda la están usando muy frecuentemente para distinguirse de los objetivos que marca la derecha. El progresismo en política se define a aquéllas ideas orientadas hacia el desarrollo de un estado del bienestar, la defensa de los derechos civiles y cierta redistribución de la riqueza. Comúnmente se considera que estas corrientes aglutinan fuerzas opuestas al conservadurismo. Pero, ¿qué significa realmente ser progresista en política?

         Cuando escribo estas líneas, se van a producir las conversaciones “bilaterales” entre PSOE e ERC (Ezquerra Republicana de Cataluña) para desbloquear la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. En la agenda está, todos lo sabemos, el deseo nacionalista catalán de llegar a la celebración de un referéndum sobre el derecho de autodeterminación e independencia de Cataluña; algo así como: “si accedes a mis pretensiones, no voto a tu favor, pero me abstengo y puedes ser presidente del Gobierno de España”. Es decir, ERC que representa sólo a 870.000.- votos a nivel nacional, va a decidir no sólo en la política, sino en la economía (presupuestos) de más de 35 millones de españoles con derecho a voto porque, gracias a nuestra injusta ley electoral, le han correspondido 13 escaños cuando, por ejemplo comparativo, el partidos de Ciudadanos, con 1,6 millones votos, sólo ha obtenido 10 escaños. Eso sí, ellos reivindican que la decisión sobre Cataluña sólo les corresponde a ellos, pero decidir sobre el futuro de España, no sólo a los españoles, sino a ellos también. Deberían modificar el sistema electoral y parlamentario con una proporcionalidad pura de listas abiertas. Eso sí sería un acto de verdadero progreso para nuestro País. Pero no creo sea esa una necesidad perentoria en el acuerdo firmado entre PSOE e UP (Unidas Podemos).

         Como dije al principio, parece que ser progresista en política sólo le corresponde a la izquierda que la ha acuñado para intentar englobar a todas aquellas personas que en un momento dado creen o defienden que los derechos colectivos son derechos de todos, independientemente de que en un momento dado se esté hablando de un liberalismo económico, por ejemplo. Pero no existe una corriente ideológica que sea progresismo, sino que aglutina una serie de compendios que se ha utilizado mucho en el sentido del marketing, más que en el sentido ideológico de la palabra. Es una palabra mal usada en términos políticos. Además, todos los partidos se autodenominan en alguna ocasión como progresistas, que deberían definir qué es ser progresista para ellos, pues el progreso muchas veces se refiere al futuro de la sociedad, más allá de la ideología que adopte cada partido político.
         Así, en un espectro ideológico de derecha a izquierda se sitúan los extremistas de derechas, los conservadores, liberales, democristianos, socialdemócratas, socialistas, comunistas y extremistas de izquierdas. Los democristianos y socialdemócratas constituirían el centro del espectro. En general todas estas ideologías, que se consideran a sí mismas progresistas,  se agrupan en las palabras derecha e izquierda. Al final, izquierda es una palabra que trata de poner voz a todas aquellas que son ideologías con contenido mucho más social, con más distribución de la riqueza, otro tipo de modelos económicos que no están basados incluso en el capitalismo, etc. Y la parte de la derecha son aquellas que creen más en el libre mercado, tienen más énfasis en la libertad de las personas como derechos individuales en vez de como derechos sociales.

         Personalmente, opino que existen servicios a la ciudadanía básicos que deben ser totalmente públicos: Educación, sanidad, red eléctrica, gas, red ferroviaria, control y gestión de aeropuertos y puertos, loterías, servicios sociales imprescindibles, etc., pero también creo que la iniciativa empresarial privada es muy importante y que genera riqueza y empleo (no todos podemos ser funcionarios), y el gobierno de turno debe, mediante leyes, facilitar esta posibilidad regulando el libre mercado porque el desarrollo de la libertad individual es esencial. Eso sí significa, para mí, una política progresista, más allá de las meras palabras y deseos expresados en cualquier programa político que, a la postre, nunca se cumplen.

         En definitiva, para la gente de a pie, una política progresista es que le hablen de un futuro cercano sobre lo que más les preocupa: el paro, las pensiones, la vivienda, la sanidad, la ocupación ilegal de viviendas a particulares modificando una ley injusta que no protege al propietario, eliminar buena parte del gasto político que sufrimos, porque el pobre todavía anda desamparado por el mundo. Éste busca la justicia, vota a las izquierdas, a las derechas, y no sabe dónde ponerse. Está descolocado.  En definitiva, vota a los políticos aunque piense que ya no se puede creer en ellos. Y eso le revuelve las tripas.  Una crítica política abierta a todas las corrientes ideológicas, sin censuras ni conveniencias, puede ser un factor de garantía de reformas progresistas, de evolución conveniente, sin choques tempestuosos ni irresponsables vehemencias. Todos progresan: unos hacia adelante y, lamentablemente, otros hacia atrás.

Miguel F. Canser



viernes, 1 de noviembre de 2019

ENCUESTAS ELECTORALES


 En mi último artículo critiqué que Pedro Sánchez nos hiciera volver de nuevo a las urnas por la ineptitud de unos y otros en el diálogo y el pacto para conformar un gobierno; trasladaron su responsabilidad a los ciudadanos para que nosotros les solventáramos el problema. Pero, no nos engañemos, el Sr. Sánchez veía, gracias a las encuestas del CIS (no olvidemos que su presidente ha sido nombrado por él), que podía aumentar su número de escaños en unas nuevas elecciones, y no tener que depender de otras formaciones políticas para ser presidente. Por eso se tiró de cabeza a los nuevos comicios. Transcurridos sólo siete meses desde los  de abril y con los políticos y sus partidos considerados como el principal problema (tras el paro) para los españoles, la participación será una de las claves el próximo 10 de noviembre. La voluntad de los electores por acercarse a su colegio electoral puede marcar la diferencia respecto al 28-A. Preguntados por su intención de ir a votar, dos tercios de los entrevistados responden que lo harán «con toda seguridad», según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicada y realizada entre el 21 de septiembre y el 13 de octubre pasado.

         La encuesta no ha tenido en cuenta los posibles efectos derivados de la publicación de la sentencia del “procés”, de los desórdenes acaecidos en Barcelona con la violencia de los CDR (289 policías heridos), ni de la repercusión que haya podido acontecer con la exhumación del dictador Franco. Sí refleja, por el contrario, que existe un 32% que aún no está decidido a quién votar, al tiempo que anticipa un aumento de la abstención que podría superar los ocho puntos. Son muchos puntos. Para los expertos en Ciencias Políticas, la publicación de una encuesta puede generar un clima de opinión con dos consecuencias: La primera, sostiene que una parte de los votantes, al ver una encuesta, apoyaría la opción electoral que aparece como favorita para ganar las elecciones, es decir, que se subirían al “carro ganador”. Por el contrario, se movilizaría una parte del electorado hacia la opción que las encuestan dan como perdedor o más débil, para intentar convertirlo en ganador.

         La verdad de las cosas es que los estudios en general son contradictorios, de manera que no existe una tendencia clara al respecto. Entre debates y encuestas, los candidatos tratan de influir en los ciudadanos con sus ideas o tratan de difundir la idea de que van ganando, pero, ¿qué tanto influyen las encuestas en los votantes? La ley electoral prohíbe que se difundan encuestas electorales 5 días antes de los comicios, con ello podríamos pensar que los legisladores dan por hecho que las encuestas influyen en la opinión de la gente. No obstante, en estudios anteriores, se ha demostrado que una parte del electorado tuvo en cuenta mucho o bastante esos sondeos a la hora de decidir qué iba a hacer el día de las elecciones; lo que se traduce en más de 1,5 millones de personas influidas en algún sentido por los sondeos. Pero el estudio reciente no refleja que la sociedad española ha cambiado mucho. Por un lado, está la afluencia masiva de jóvenes que cada nueva cita electoral, se incorpora y tiene derecho a depositar su voto, y por otro lado, existe una masa ingente de personas mayores (jubilados) descontentos con la cuantía de sus pensiones de jubilación que representan algo más de 8 millones de votos. Sólo con estos votos, sería suficiente para tener mayoría absoluta. Luego existen los adscritos a una fuerza política y los incondicionales convencidos que siempre votan a “su partido” lo hagan bien o mal, que proporcionan un cheque en blanco siempre. Personalmente, las encuestas las asimilo --quizá sea un error comparativo por mi parte—con algunos piquetes informativos en ciertas huelgas que no son de información sino de coacción.

          Pero así no se ganan elecciones, ni por mucho mitin que se celebre, ni con los incondicionales, ni con los votos de los profesionales de la política, ni con los votos de los periodistas a sueldo de ciertos ideales políticos. Los que hacen ganar o perder elecciones es esa mayoría silenciosa que no es tonta y no se deja manipular fácilmente aunque no se manifieste, que hoy vota una opción u otra en función de lo ejercido en cuatro años, la que se siente orgullosa de haber contribuido con su trabajo, con el uso de su libertad personal, con el respeto a las leyes e instituciones legales, con el cumplimiento de sus obligaciones como ciudadano y, sobre todo, con su voto, a mejorar día a día para hacer que este país, sea más libre, más próspero, más justo y, por ende, más democrático.

Miguel F. Canser






martes, 1 de octubre de 2019

INEPTITUD Y MEDIOCRIDAD POLÍTICA


Cuando vi por televisión la intervención de Pedro Sánchez admitiendo que los españoles tendríamos que volver a las urnas, me sentí mal, como si el hecho de haber acudido a votar y expresar mi decisión como ciudadano, no hubiera servido para nada. Tuve la sensación de que mi voto no era importante si no coincidía con lo que los dirigentes políticos quieren. ¿Es que lo hemos hecho mal?, ¿no hemos cumplido con nuestro deber? Es costumbre que, quien no hace bien su trabajo,  es despedido y no cobra. ¿Y ellos?, ¿han hecho su trabajo?, ¿han cumplido con el mandato representado en las urnas? No, claro que no. No sólo no han cumplido, sino que nos han llegado a decir algo así: “No nos gusta lo que habéis votado; por lo que volverlo a hacer”. Sólo les ha faltado decir….”Y esta vez hacedlo bien”.  Llevamos en cuatro años, cuatro veces acudiendo a votar y, la verdad, estamos hartos de que hagan con el dinero que les regalamos y con nuestro tiempo, lo que les da la gana. A la gente nos piden resultados, cuando no los hay, no nos pagan. Y los diputados, no sólo cobran sin haber cumplido, sino que además, tienen una indemnización de 45 días más al disolverse las Cortes. Esto no lo tiene cualquiera. En cuatro años, ¿cuánto dinero hemos dilapidado?

         Lo peor que podría ocurrir es que la clase política transfiera a los ciudadanos sus responsabilidades y les impongan votar hasta que las urnas solucionen su incapacidad y su ineptitud. El divorcio emocional entre la clase política y los demás, se ha convertido en España en un tema social y político de grave importancia.      El dato es preocupante pero lo es más que hasta el 82% de los consultados considere que los políticos “se centran en su interés”, al tiempo de que persiste la sensación de una corrupción generalizada. ¿Tiene la sociedad la clase dirigente que se merece? Una buena pregunta que suele contestarse con cierta rutina intelectual: sí porque los políticos son su reflejo. Sin embargo, es dudoso que ese perezoso diagnóstico sea certero. Es ya unánime la certeza de que la política española tiene un tumor maligno localizado en sus cúpulas partidarias. No puede ni debe ocultarse la realidad de la decepción que causan los políticos, especialmente cuando defraudan las más elementales expectativas sociales. Ahí están reacciones populares airadas que reclaman que los diputados no cobren en los períodos de suspensión de las actividades parlamentarias; las que rechazan recibir propaganda e información de carácter electoral y las que se apuntan activamente a la abstención como una forma consciente de expresar su protesta y malestar.

         No hace mucho leí a Arturo Pérez Reverte, que traducía el significado de la mediocridad con esta reflexión: “en la sociedad occidental, el héroe tiene mala prensa. Toda diferencia es perseguida. En España especialmente la inteligencia es pecado, no actuar en rebaño es un pecado. Del mundo tienen que tirar las elites, las masas no tiran del mundo, y esas elites las están exterminando en el colegio porque las están acomplejando y haciéndoles sentirse culpables. Esa inteligencia aplastada es molesta, incomoda en la política, en la cultura, en todo”. La mediocridad, se ha instalado en las instancias de decisión. Lo peor que podría ocurrir, y quizás esté sucediendo ya, es que la clase política (cuatro elecciones generales en cuatro años) transfiera a los ciudadanos, además de al sistema, sus propias responsabilidades y les imponga la despótica tarea de votar una y otra vez hasta que las urnas les ofrezcan las soluciones que ellos son incapaces de lograr con el ejercicio responsable de la gestión pública.

         Nuestra Constitución dice en su artículo 1: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Pues parece que no es así. Desde hace cuatro años, --desde que no existen mayorías absolutas—se muestran incapaces de dialogar buscando lo mejor para el bienestar de todos, donde prima su ideología y su interés, no saben pactar y no admiten ceder un ápice para conseguir el deseado consenso que requieren los ciudadanos. Nos hacen ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario, lo horripilante. Si el próximo 10-N sale la cosa más o menos y seguimos igual,  ¿qué harán?

Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com




domingo, 1 de septiembre de 2019

¡¡HAGÁMOS ALGO YA !!


Cuando escribo este artículo, acaba de terminar la cumbre del G-7 que reúne a los dirigentes políticos de algunos de los países más poderosos del planeta con un único objetivo: seguir siendo (ellos) supremacistas en el terreno económico; aunque hayan matizado que esa reunión es para trabajar por un capitalismo más justo, la verdadera razón es enfrascarse en una guerra comercial para ver quién puede más. EE.UU y China se dan de bofetadas aplicando cada uno más aranceles para preservar sus productos; y mientras, los países llamémosles “normalitos”, somos los perjudicados. Ser el país más rico de este universo es el principal objetivo, y están olvidando que este mundo, se nos está muriendo lentamente año a año si no lo remediamos. Los terribles incendios que asolan parte de nuestra geografía, el de nuestra querida Canarias, y sobre todo el inmenso del Amazonas, que no se le ha dado tanta relevancia como el ocurrido en Notre Dame de Paris, siendo más destructivo para nuestro medio, junto a la sequía que cada año sufrimos más, son señales inequívocas del cambio climático. Pero los poderosos sólo se reúnen para tomar medidas exclusivamente económicas.

Y este debería ser el motivo para reunirse: Me refiero a las medidas que creo se deben adoptar para paliar el cambio climático que todavía aún es reversible. Pero eso ya lo saben ellos y no están haciendo nada para evitarlo. El escritor y científico Arthur C. Clark ya escenificó hace tiempo lo que ahora estamos viviendo: “Nuestros abuelos y bisabuelos miraban al mañana con optimismo, veían oportunidades, más riqueza, menos desigualdades. Ahora, cuando miro ese futuro veo más soledad, más pobreza, más desigualdades, Explotamos una tierra que, poco a poco, se está marchitando para que una parte del mundo pueda tirar comida, mientras la otra se muere de hambre. Hemos creado un Estado del bienestar que nos está destruyendo, nos hace enfermar, contamina nuestro aire, nuestros ríos, nuestros mares…. Contaminamos todo lo que tocamos, pero nadie hace nada. Nadie. Ni siquiera somos capaces de dialogar ni de llegar a acuerdos para lograr una solución. Los años van pasando y el cambio climático nos devora”.

Ya fracasó el Protocolo de Kioto y ahora estamos pendientes del Acuerdo de París que entrará en vigor a partir del 2020; aunque los pactos allí alcanzados no serán suficientes para mantener la temperatura media mundial por debajo de 2ºC respecto a la era preindustrial. En dicho pacto se limitaría el ascenso global de las temperaturas no a 2ºC, sino a 2,7ºC. A partir de esos 2ºC se considera que la vida en el planeta está amenazada, por lo que estamos jugando con fuego. Se estima que un ascenso de las temperaturas entre 2,6 y 3,6ºC respecto a los valores preindustriales, podría dejar en peligro de extinción entre el 20-50 por ciento de las especies. De seguir emitiendo CO2 al ritmo que lo hacemos, y si no hacemos nada para evitarlo, en 2100 las temperaturas serían entre 3,7ºC y 4,8ºC más altas, lo que engendraría problemas extremos a nivel mundial.

Sigue diciendo Arthur C. Clark: “La Tierra ha dejado de ser nuestra casa y comienza a ser nuestra cárcel. Vivimos en medio de una crisis climática y una crisis energética, agravadas en mucho países por crisis humanitarias, económicas o de cualquier otro carácter”. El futuro no es nada alentador si no se toman las medidas adecuadas. Aquí nos pasamos discutiendo si “Madrid Central” sí, o “Madrid Central” no, anteponiendo la ideología de cada uno por encima del interés general, a los intereses del partido político por encima de la necesidad general de los ciudadanos.

El cambio climático afecta a todas las regiones del mundo. Los casquetes polares se están fundiendo y el nivel del mar está subiendo. En algunas regiones, los fenómenos meteorológicos extremos y las inundaciones son cada vez más frecuentes, y en otras se registran olas de calor y sequías. El sur y centro de Europa sufren cada vez más olas de calor, incendios forestales y sequías. La zona mediterránea cada vez es más seca y más vulnerable a la sequía e incendios. El norte de Europa se está transformando claramente en una zona más húmeda y podrían ser frecuentes las crecidas en invierno. Y las zonas urbanas, donde viven cuatro de cada cinco europeos, están expuestas a olas de calor, inundaciones, y aumentos del nivel del mar. Es la permisividad de los gobiernos la que provoca que esto ocurra. Tras décadas de cumbres climáticas, se sigue hablando en vez de actuar. Escuchen la voz de la gente porque todos estamos en el mismo barco, nos guste o no. Así que o remamos juntos, o el barco se hunde. ¡Hagamos algo ya!  

Miguel F. Canser
www-cansermiguel.blogspot.com




lunes, 1 de julio de 2019

EL AUTOBÚS


No suelo ir en autobús, pero aquel día lo hice porque mi coche decidió (así me lo reclamó) que debía ir al taller para hacer la dichosa revisión. Es un engorro porque, cuando estás acostumbrado a utilizar siempre el automóvil, resulta una contrariedad cuando careces de él.  La verdad que, aunque era una situación distinta para mí, resultó muy gratificante y significativa porque recordé aquéllos tiempos olvidados cuando era muy joven y no tenía más remedio que ir en transporte público. Pero no, ir en autobús ahora no tiene nada que ver con haberlo hecho hace muchos años. Ni los autobuses son iguales (más modernos y confortables), ni la gente actúa de la misma manera.  Antes era normal que dos o más personas que iban juntas, mantuvieran una conversación sobre cualquier tema; ahora, ni se miran. Sólo miran cada uno su móvil, sin articular palabra alguna.

         Cuando subí, iba prácticamente lleno. Únicamente quedaban unos asientos en la parte de atrás, y me senté al lado de una señora mayor que no viajaba sola. Iba charlando con dos mujeres algo más jóvenes sentadas en butacas de la misma fila separadas por el pasillo. Después de un rato, no puede por menos de hacer un comentario en voz alta:

--¡Ay que ver!, todo el mundo mirando el móvil, y ustedes las únicas que conversan –dije—
--Sí, la verdad es que cada vez hay menos diálogo. Entre el móvil y la tele, nos tienen absorbido el seso —dijo una al otro lado del pasillo—
Al final, me animé yo también:
--Pues es triste, porque además de no dialogar, tampoco podemos escuchar lo que nos quieran decir –afirmé—
--Ni hablamos ni escuchamos, ¡Ése es el mal de ahora! –Dijo la mujer mayor—

         La conversación cada vez fue más fluida y –es inevitable— la de más edad terminó hablando de su estado de salud. “Yo me encuentro en plenitud, sólo que, claro, me fallan las piernas, tengo alta la tensión, el azúcar se me descompensa alguna vez, pero aparte de ello, estoy bien”. Cuando cogimos más confianza, empezamos a hablar de política; primero hablamos de la política municipal en cuyo ayuntamiento en Madrid, dijeron “entran sólo los enchufaos”. Después, (el viaje en el autobús duró algo más de media hora), hablamos ya de política en general, llegando (ellas) a la misma conclusión: “la corrupción es debida a la identificación de tus problemas personales con los problemas del común de los mortales, es decir que lo que trincas al margen de lo legal, no estaba mal visto; a fin de cuentas, lo único que te falta es un buen contable que haga cuadrar las cuentas como sea. ¡Que me pongan donde haya!”. “Da igual votar a uno u otro, son todos iguales. Un partido es la locura de muchos en beneficios de unos pocos”.

         Reconozco que me duró unos días dejar de pensar en esa conversación. Y me pregunté: ¿Es así como piensa la mayoría de la gente?  Nuestro país donde la gastronomía, la ración de futbol casi diaria, algunos programas de TV, las innumerables fiestas y las mentiras del poder, sirven para fabricar la opinión de que sus políticos les oprimen con impuestos insoportables, les roban, les engañan diciéndoles que su dictadura de partidos es una democracia y en el que la Justicia, la información y, prácticamente, toda la acción de gobierno están infectadas de corrupción, arbitrariedad y abuso. Es verdad que siempre he pensado que la mayoría de nuestros políticos gobiernan sin hacer caso de las aspiraciones más intensas de la población, en que el Estado, demasiado grueso e imposible de financiar por estar preñado de políticos parásitos viviendo a costa de los impuestos, sea reducido drásticamente, que los partidos políticos dejen de ser financiados con el dinero de todos, y que se castigue a los corruptos y se les encarcele hasta que devuelvan el botín robado, incapaces de llegar acuerdos cuando no adquieren la mayoría absoluta. ¿Les hemos acostumbrado mal?

         Pero tampoco dejo de pensar en la venta de viviendas de protección oficial a fondos que modifican las condiciones y desahucian a los inquilinos. ¡Qué gran gestión de los bienes públicos y de los derechos de los ciudadanos! “Nada va bien en un sistema político en que las palabras contradicen a los hechos” (Napoleón)

Miguel F. Canser
Cansermiguel.blogspot.com






sábado, 1 de junio de 2019

PROMESAS ELECTORALES


Las urnas han vuelto a hablar. Cada persona ha depositado su voto considerando cuál es su mejor opción, en virtud de los “ofrecimientos” (promesas) de cada partido político. Ahora toca comprobar el nivel de cumplimiento de dichas promesas. Este hecho no es nada baladí si, como siempre se nos ha dicho, los votantes debemos movernos en base a los distintos programas electorales que presentan y que suelen ser un calco de los ofrecidos en anteriores consultas legislativas porque, como casi nunca se cumplen, hay que volver a repetirlos. Además, los partidos cada día hacen los programas más largos (¡Plastas!) con la crítica de que no deberían ser ni cartas a los Reyes Magos ni elementos confusos. Un programa electoral debería ser un ejercicio de honestidad y transparencia ante los electores, no un documento abigarrado que nadie se lee como acaba pasando. A veces se dan argumentos para que los partidos políticos incumplan sus promesas. El primero es que los gobiernos dicen que tienen más información que los ciudadanos así que no pueden cumplir los deseos o promesas que le hicieron a los electores. Cuando llegan al puente de mando de la nave todo se ve distinto. El segundo argumento es que ellos tienen una mirada a más largo plazo y nos piden un voto de confianza. Hoy no cumplen su programa pero en que las cosas mejoren, lo harán. Nos piden paciencia. Al final, nos dicen que como la política es contingente e imprevista, no les queda más remedio que adaptarse continuamente a las circunstancias. En suma, que tampoco pueden cumplir.

         En nuestro país existen cuatro cosas que más preocupan a los ciudadanos: El empleo y, por ende, el excesivo paro, las pensiones, la sanidad y la educación. Todos los partidos tienen la “fórmula” para solucionar estos problemas, pero vuelven a repetirse cada vez que existen elecciones porque no se han cumplido. La mejor receta contra la desigualdad es una lucha sin cuartel contra el desempleo, que se logra maximizando el crecimiento económico, un sistema laboral que conecte la universidad con la empresa y que los fondos de los cursos de formación, se destinen a las empresas directamente para formar “in situ” a los futuros profesionales; evitando las posibles corrupciones y desvíos de dichos fondos, acompañados del seguimiento y auditoria correspondiente. Las pensiones, y ante la inviabilidad del sistema de reparto actual, deberían formar parte de los presupuestos del Estado y evitar que la Seguridad Social, pida “créditos” al Estado (que nunca se pagan) para poder abonarlas.

         En cuanto a la sanidad pública, los profesionales se quejan que hacen falta más plazas para atender la demanda existente. Las listas de espera son escandalosas y las consultas de atención primaria adolecen de sobrecarga asistencial. La saturación de las urgencias, ligada a la pésima gestión en relación con los centros de salud es otro síntoma. Es necesario el aumento de medios económicos y humanos sin olvidar el necesario apoyo económico a la Investigación, Desarrollo e Innovación. Y en cuanto a la educación, que se ha convertido en  una batalla ideológica de siempre, y al margen del modelo a seguir, existe desajuste entre los contenidos propuestos en los planes de estudios, y las capacidades e intereses reales de los alumnos/as de determinada edad, desajuste de los niveles obligatorios entre sí, la metodología didáctica del planteamiento de la enseñanza resulta con frecuencia, excesivamente abstracto y escasamente acorde con la edad y características del alumnado, escasa formación y motivación por parte de los profesores de los distintos centros, no se aborda con la suficiente profundidad los temas pedagógicos,  alto fracaso escolar, etc., etc. 

         Para todo esto, prometido en campaña electoral, se necesitan medios, que se traducen en un incremento del gasto público, sin explicar cómo se va a recaudar el dinero para acometerlos. Un programa electoral debe funcionar como un contrato entre un partido político y sus votantes, y deben auditarse para futuras elecciones. Si a nivel particular firmamos contratos pensando en cumplir lo que hemos escrito, no tiene sentido realizar lo contrario en un programa, y quizá por eso apenas los leemos y luego nos quejamos de la calidad de nuestra democracia. Mantener la palabra, ser coherente y ser creíble, suelen ir de la mano. Como leí una vez: “Vivimos en una sociedad donde mentir se ha vuelto rutina, traicionar es casi una monotonía y ser hipócrita es la ropa de hoy en día”.

Miguel F. Canser

miércoles, 1 de mayo de 2019

HABLARON LAS URNAS


Ya hemos votado, a ver cuánto nos dura lo que han manifestado los ciudadanos, no vaya a ocurrir que tengamos que volver a pronunciarnos porque no se ponen de acuerdo. Sería muy contraproducente repetir lo ocurrido en las anteriores elecciones; aunque, dentro de poco (mayo) volveremos a acudir para designar a nuestros representantes en ayuntamientos y CCAA.  Ser diputado del Congreso de España requiere no perder la perspectiva para qué ha sido elegido. En los últimos cuatro años, hemos acudido tres veces a votar. Los españoles han elegido a Pedro Sánchez para liderar un nuevo gobierno de pactos; aunque ya suenan voces de que están dispuestos a gobernar en solitario. ¿Qué se espera de ellos?

         Una batería de reformas urgentes en materia económica esperan. La sostenibilidad de las pensiones y el cumplimiento del déficit tras casi un año perdido puede que sea lo más urgente. Pero hay más, mucho más: contener la desaceleración de la economía y el empleo. La reforma de la Seguridad Social es un asunto urgente para garantizar la sostenibilidad del sistema de pensiones. Cada vez hay más déficit en el sistema porque las pensiones son cada vez mayores y el número de pensionista aumenta más que el número de ocupados que cotizan. Es un tema complicado de resolver porque el Pacto de Toledo quedó muy dañado y la fuerza electoral que representa este colectivo, complica una reforma con miras a largo plazo. Pero hay que abordarlo. Sobre el déficit, decir que cada español debe hoy más de 25.000 euros de dinero público y se considera vital sanearlo antes de que el Bco. Central Europeo cambie su política de tipos de interés y vuelva a encarecerse la financiación de esa ingente cantidad de deuda. Es necesario mejorar la eficiencia del gasto. No son tareas menores.

         La evolución del empleo y los salarios va con retraso frente al crecimiento. Hay una señal clara de que estamos ante un final de ciclo que no ha estado presente en los programas electorales de ningún partido. El crecimiento de empleo es superior al del PIB que manifiesta una tendencia con impacto directo en la productividad que ha bajado en 2018. Hay que preguntarse qué tipo de economía preferimos, porque el modelo productivo basado en el turismo y el ladrillo, ya sabemos dónde conduce. Abordar los problemas que, realmente, interesan a los ciudadanos es vital para el nuevo Ejecutivo. Definir el carácter público de  la Sanidad y la Educación debe ser una máxima. Hemos comprobado cómo responsables de servicios públicos dicen tranquilamente, que los padres prefieren la enseñanza privada a la pública, y que por eso hay que dar más dinero a los colegios concertados  en detrimento de la escuela pública. Recuperar la condición pública tanto de la enseñanza como de la sanidad, debe ser una prioridad inaplazable, sentar las bases de una ley de educación, válida para todas las CCAA sin excepción, que amortigüe el fracaso escolar que padecemos hoy y que nos sitúa a la cola de Europa. En la misma línea se mueven la mayoría de los procesos de privatización, externalización o como quieran llamarlo de los servicios públicos. Se sacan a concurso con presupuestos inferiores a los que se vienen dedicando y en el baremo de selección se da el peso decisivo a la oferta más barata, despreciando la competencia en la gestión y la experiencia de los concursantes. Naturalmente, gana la contrata una empresa que probablemente jamás ha trabajado en el sector.

         El deterioro paulatino de la sanidad pública cuando la gestión cae en manos privadas empieza a ser evidente. No importa el servicio sino la cuenta de resultados. Las prestaciones caras y los enfermos costosos son despreciados y se trabaja para absorber las prestaciones de bajo coste y alto margen de beneficio. Claro, la comparación entre los gestores públicos (obligados lógicamente a atender a todos los ciudadanos) y los privados (que solo se quedan con los rentables) muestra que éstos son más eficientes. Se conceden en muchos departamentos públicos subvenciones para realizar determinados proyectos: a ONGs, a fundaciones, a equipos de investigación. Naturalmente, se exige presentar un montón de documentos explicando qué se quiere hacer, objetivos, medios…Al final del proceso, como es debido, se rinden cuentas de la utilización de los fondos públicos. Uno esperaría que se dedicara a esa tarea un grupo de funcionarios que comprobaran cómo se habían conseguido los objetivos públicos para los que se había otorgado la subvención. Pues no: últimamente se ha externalizado esa tarea y son empresas privadas de auditoría (¡contable, claro!) las que cobran de la Administración Pública correspondiente para realizarla.

El control es prácticamente nulo en lo referente a los objetivos conseguidos, a la calidad del servicio. Ni análisis de estructuras económicas, relaciones de producción y de poder, ni nada. Caso omiso, ignorancia supina de cualquier reflexión sobre la influencia y dependencia de nuestra economía del resto del mundo, de la globalización y demás nimiedades; sin olvidar la ausencia a cualquier alusión a la responsabilidad de los gobiernos territoriales, especialmente a la sangría de Cataluña y Euskadi, el coste de cuyos privilegios y política de apaciguamiento supera en miles de millones a todos los recortes habidos y por haber. Un mensaje para los recién nombrados: Lo prometido debe ser cumplido, porque las promesas no cumplidas, disminuyen la confianza.

Miguel F. Canser





lunes, 1 de abril de 2019

IZQUIERDA Y DERECHAS, O AL REVÉS


¿Por qué somos de izquierda o de derechas? El lugar de nacimiento, la clase social, la familia y el ambiente en que nos criamos, los maestros y los amigos que tenemos, las experiencias vividas, todo eso, es decir, todo lo que forma parte de la educación recibida, es lo que muchos ciudadanos pueden alegar, con razón, ante la pregunta de qué es lo que nos hace ser de derechas o de izquierdas. La educación recibida es el elemento básico, el núcleo familiar donde nos hemos desarrollado en la infancia y la adolescencia, las experiencias adquiridas también. Pero, ¿son todos los cerebros iguales a la hora de ser influidos y modelados por la educación? ¿En qué medida la biología y el cerebro que heredamos determinan la fuerza y posibilidades de la educación que recibimos para hacernos de derechas o de izquierdas? También existen estudios de por qué acuden unos más que otros a las urnas. El estrés podría ser un factor que disminuye la participación de los ciudadanos en las elecciones; así como determinados acontecimientos sociales de carácter traumático, pueden producir movilizaciones importantes en la orientación ideológica de las personas (atentado terrorista en Madrid).

            Es muy frecuente que en las encuestas se pregunte a la ciudadanía cuál es su opinión comparativa entre los partidos de derecha y de izquierda. Casi siempre, los de izquierda salen mejor parados en lo que se refiere a capacidad para redistribuir y conseguir mayor justicia social, y la derecha en que gestiona mejor los recursos económicos que los dirigentes de izquierda; y aunque ya sabemos que los partidos de izquierda apuestan por preservar los derechos sociales y los servicios públicos, siendo necesaria la subida de impuestos para poder mantenerlos, por el contrario, la derecha dice bajar los impuestos recortando en gastos políticos absurdos, manteniendo los derechos sociales y mismos servicios. Como se ve, el fin es parecido pero utilizando medios distintos. Mientras unos dicen (izquierda) que hacen falta más impuestos, los otros (derecha) lo argumentan diciendo que no hace falta subirlos, sino controlar y minorizar el gasto.

         Creo que las dos posturas tienen su razón lógica. El estado de bienestar y los derechos sociales, se mantienen a base de impuestos, pero también hay que vigilar el excesivo coste político que mantiene la estructura del Estado. Pero aquí el problema es la incapacidad que tienen unos y otros, para pensar en verdaderas reformas, y en la cobardía para atajar los problemas en su raíz, el no atreverse --o no saber-- plantar cara a la actual estructura y funcionamiento del Estado, el despilfarro de las autonomías, el gasto incontrolado de los cien mil chiringuitos que sostiene el Estado, desde organizaciones empresariales, partidos y sindicatos, a organismos públicos y semipúblicos parásitos, al ejército de asesores y enchufados, subvenciones a diestro y siniestro, el sobrecoste de la obra pública, la evasión y el fraude fiscal, el consentimiento de la economía sumergida, la corrupción y su metástasis larvada, la renuncia a recuperar la millonada entregada a los bancos para el «rescate» de las Cajas, el descontrol en el reparto de las ayudas públicas, etc. 

         ¿Economía? Sí, la más elemental, la que se hace con sumar y restar. Hay dinero de sobra para sostener y mejorar el llamado Estado del Bienestar, pero ese dinero se va, se esfuma, se dilapida para mantener privilegios y prebendas, para sostener redes clientelares, para favorecer a oportunistas y verdaderos sátrapas especializados en vivir del Estado. ¿Saben ustedes cuántos políticos tenemos en España? Muchos. Somos el país que más tiene de toda la Unión Europea. Hemos privatizado las principales empresas públicas, que deberían seguir siendo de todos: (luz, telecomunicaciones, gas, etc.) y, ¿dónde está todo el dinero recaudado?, porque los impuestos han seguido subiendo. Hace falta impulsar el cambio del modelo productivo, acabar con los recortes en educación y en sanidad; aumentar la inversión en I+D+I, conectando la universidad y la empresa, etc. Podría enumerar muchas más pero, por disposición de espacio, no puedo. Creo que, para ser un buen gestor de lo público, la primera exigencia es creer en el servicio público (da igual ser de derechas o de izquierdas), porque el Estado es como la contabilidad de partida doble; pues para que un ciudadano reciba algo, a otro se lo han quitado antes. Pero quien piense que el mejor impuesto es el que no existe, y que lo público es siempre peor que lo privado, no puede ser un buen gestor de los intereses colectivos.

         Al margen de esto, personalmente pienso que los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia…, ambos por la misma razón.

Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com


          


viernes, 1 de marzo de 2019

PERÍODO ELECTORAL


Nuevamente estamos ya en período electoral, --¿acaso lo habíamos dejado?—y otra vez veremos a los candidatos acudiendo a los diferentes medios de comunicación para solicitar nuestro voto, porque sus propuestas son las “únicas” que pueden solucionar todos los problemas de España. Sólo ellos tienen la auténtica receta para que prosperemos y vivamos mejor. Algunos, (los que saben que no van a gobernar) se permiten prometer el “oro y el moro” (pensiones elevadas para todo el mundo, salarios mínimos más altos, pensiones elevadas, bajada brutal de impuestos, mejora de la educación y la sanidad)….., ¡qué sé yo más! Es la historia de siempre. ¿No les suena siempre a lo mismo? Dicen lo que van a hacer, pero no dicen cómo lo van a hacer, de dónde van a sacar los recursos necesarios para poder hacerlo; algunos dicen que bajando impuestos, ¿..?. Uno, que ya ha vivido algunos años, y ha dejado de ser útil y competitivo en la sociedad que vivimos eximiéndonos de cualquier obligación laboral, poseemos una cualidad que otros no tienen, y es la experiencia. Ahí estamos en lo alto del pódium; adivinamos y tenemos la certeza de todo lo que puede venir. Precisamente, fruto de esa experiencia adquirida, en lo referente a la política, pocos pueden engañarnos. Confiar, sí confiamos, pero engañarnos, sólo una vez.

Al lado de la hermosa España del sol y del saber vivir, poblada por pueblos amables y dotados de vieja sabiduría que desean prosperar en paz, existe un país injusto, resquebrajado y tan corrompido e inútil que tiene su futuro pintado de negro. Todo el drama que está viviendo España, un país que, si no ponen remedio, parece encontrarse al borde de un conflicto civil en Cataluña y con un independentismo de siempre y creciente en el País Vasco y Navarra que intentan también desgajarse de España y formar estados propios, se debe, exclusivamente, al enorme y escandaloso fracaso de la clase política española, ya sea de derechas o de izquierdas, de los de aquí y de allí, que han sido incapaces de construir un país atractivo donde no han sabido unir a los españoles, respetando las costumbres y lenguas propias, y generar en ellos satisfacción, entusiasmo e ilusiones.  Detrás de todo eso, está la injusticia, la desigualdad, la pobreza, el desempleo, servicios deficientes y de la insatisfacción generalizada de los españoles están la corrupción, los abusos de poder, las mentiras, los privilegios injustificados, el deterioro de la democracia, los impuestos injustos, la arrogancia de los poderosos y el fracaso generalizado de los partidos políticos y de sus líderes.

Bajo esta perspectiva, ¿nos van a seguir prometiendo siempre lo mismo?, ¿serán siempre las mismas asignaturas pendientes? Son como los propósitos que todos hacemos al comenzar un nuevo año. Al final, muy pocos se cumplen. No parecen darse cuenta los políticos de que el único “pegamento” real de las naciones es la voluntad ciudadana de caminar juntos, compartiendo ilusiones y metas, una condición natural de las naciones que en España parece que no existe y que ha sido sustituida por decepción, frustración y descontento. En este País, cada día son más los que en lugar de caminar juntos quieren separarse y huir. Ocultan la verdad que han construido. Un país lleno de problemas que provoca el rechazo general. Nos hablan de mentiras y verdades a medias sobre deslealtad, odio, maldad, corrupción y otras razones que depositan toda la culpa en los rebeldes, pero ocultan que la clase política española ha sido y es incapaz de generar cohesión, justicia, decencia y felicidad suficiente para que sus ciudadanos se sientan satisfechos e ilusionados por pertenecer a una gran nación. 

Ni siquiera son capaces de dialogar y llegar acuerdos entre ellos cuando no existen mayorías absolutas para gobernar; teniendo que ser de nuevo los ciudadanos quienes les digamos cómo tienen que hacerlo acudiendo nuevamente a las urnas; y el fracaso que significa que aparezcan en las encuestas señalados como el gran problema del país, después de dos dramas nacionales como el desempleo y la crisis económica, que también son consecuencia de su pésima gestión. Aunque los políticos se empeñen en ignorarlo, no hay otra salida para España que regenerarse, respetando la idiosincrasia de cada comunidad autónoma; lo que significa encontrar el camino para recuperar ilusiones y metas comunes bajo la dirección de servidores públicos honrados con sentido de la decencia y servicio a los demás, no como ahora, bajo la batuta de partidos corrompidos y de mediocres podridos e incapaces. Para ser presidente del gobierno hay menos exigencias que para ser oficinista o secretaria

Esto de que seamos el país que más caro paga la electricidad de toda Europa…. ¿Es para compensar que nuestros políticos son los que menos luces tienen?
Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com

viernes, 1 de febrero de 2019

IMPUESTOS: ¿SON JUSTOS Y EFICIENTES?

La principal fuente de financiación de los estados es un sistema recaudatorio de tributos que, en España, gestiona la Agencia Tributaria y garantiza la prestación de todos los servicios públicos. Estas aportaciones son obligatorias y están fijadas por ley. Nuestro sistema fiscal se basa en diversas circunstancias (renta, patrimonio, consumo, etc.) para estimar el tipo de aportación a las arcas públicas de cada contribuyente, obedeciendo a principios de igualdad y capacidad económica. Aunque existen diversos tipos de impuestos, sólo voy a referirme a los  que más nos afectan a los ciudadanos: Directos e Indirectos. Son impuestos directos, entre otros, Impuesto sobre la Renta (IRPF), Impuesto de Sociedades, Sucesiones y Patrimonio; y entre los indirectos, mencionar: IVA, Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados. Los primeros se aplican sobre la posesión de un patrimonio o la obtención de una renta, y los indirectos se aplican de forma indiscriminada al uso que se puede hacer de la riqueza consumiendo (comprador), o transfiriendo (vendedor) bienes.

         Hay pocos impuestos que sean justos. A nadie le gusta pagarlos y menos aún viendo cómo hay contribuyentes que, según en la comunidad en la que residan, pagan menos o nada. También mencionar que, muchas voces incluso dentro de la U.E., no ven con agrado la retención del IRPF a los pensionistas, porque no son rentas del trabajo. Doblemente injusto, sin duda. Vemos el caso del impuesto sobre la renta de las personas físicas. Es el impuesto directo por excelencia, que en teoría recoge todas las rentas percibidas (no sólo las salariales), y se supone es el paradigma de la progresividad y al que se le asigna el papel de gran herramienta fiscal para la redistribución de la renta. En España sólo hay un 10% que declara recibir la renta más alta, por lo que podríamos considerar los "ricos" de esta sociedad. Es decir, que, según el IRPF, el que gane más de 3.250€ brutos al mes puede considerarse "un rico de pleno derecho", porque sólo el 10% de nuestro país declara recibir una renta igual o superior a ésa; y sólo el 1% declara la renta más alta, que está definida a partir de 8.250€ brutos al mes. Si alguno de los lectores de este artículo gana esa cantidad o una superior, puede estar de enhorabuena. Pertenece usted al club de los "riquísimos", el 1% "más rico del país".

En España hay 100.000 personas que declaran situarse en ese tramo de renta. Conozco a muchas personas en esa situación y les puedo asegurar que ninguno de ellos tiene un yate ni un chalet de lujo. En cambio, sabemos también que hay miles de ellos -de yates y chalets de lujo, quiero decir- por toda la costa española cuyos propietarios, lamentablemente, no declaran estar en ese tramo del IRPF. El problema, por tanto, es que la parte alta de la distribución de nuestro IRPF está casi vacía. Solo los asalariados (trabajadores por cuenta ajena), en general, pertenecientes a la clase media y media-alta y que están sujetos al control de la Hacienda Pública, figuran en ese registro. Son los que no pueden ocultar a Hacienda lo que devengan; porque otros colectivos, como altos cargos de empresas, trabajadores por cuenta propia, y empresarios en general, sí pueden "desvirtuar" sus declaraciones. Lo verdaderamente cierto es que el tramo alto del IRPF lo paga la clase media asalariada. En cuanto a los impuestos indirectos (compra del pan o una vivienda), todos pagamos el mismo tipo fiscal, independientemente de la renta de cada uno. El problema lo tenemos en el fraude fiscal. La cifra alcanza nada menos que 20.000 millones de euros, es decir, más del 1,7% sobre el valor del PIB español. Sólo referido a la declaración de IRPF. Hay un informe que señala que, si le sumamos también el fraude  en IVA y en el impuesto de Sociedades, aumenta el porcentaje de fraude fiscal hasta el 3,5%-4% sobre el PIB, o lo que es lo mismo, 40.000 millones de euros, sin olvidar la economía sumergida. ¿Tendríamos problemas para pagar las pensiones?

En el punto de mira están ahora, una vez más en período electoral, el de sucesiones y donaciones. Los partidos entran en una subasta para ver quién da menos, a pesar de que ni el Estado ni las comunidades autónomas, podrían dar los servicios que prestan y que exigen los ciudadanos. Sin embargo, hay otro impuesto más injusto todavía. Me refiero al Impuesto de Transmisiones Patrimnoniales y Actos Jurídicos Documentados. Por comprar un solar se paga, por hacer la declaración de obra nueva, también. Si se compra una vivienda ya construida, se vuelve a pagar, lo cual supone grandes esfuerzos para unas capas sociales -por ejemplo los jóvenes- que van muy ajustadas económicamente; sin olvidar el préstamo hipotecario, que también tributa como acto jurídico, y no sólo por lo que recibe, sino por la total responsabilidad del mismo. Quizá no es momento de quitar impuestos, pero de redistribuir y ver dónde están los justos y los injustos, sí. Sin subastas.

Un sistema justo y eficiente se puede conseguir con un sistema fiscal más sencillo. Los impuestos deben garantizar la eficiencia económica, que nuestro país siga creciendo y compitiendo en un mundo cada vez más globalizado. Y deben ser progresivos, es decir, que proporcionalmente pague más el que más tenga.

Miguel F. Canser 




martes, 1 de enero de 2019

EL VOTO DE LA INDIGNACIÓN


Las elecciones andaluzas pueden haber marcado un antes y un después en la historia de este País. Por un lado ha sido el auge de un partido considerado de extrema derecha (Vox) que ha conseguido 12 escaños en el Parlamento andaluz y, por otro, el tanto por ciento de abstenciones (41,35%). El CIS de Tezanos apenas le vaticinaba un escaño. ¿Saben si ha dimitido este señor?; más de 2,6 millones de votantes no han ido a votar. Esto es muy grave y demuestra la frustración, el desencanto y el cabreo de casi 40 años  de gobierno socialista en Andalucía; marcado, sobre todo, por el escándalo de los ERE, por el retroceso económico que lastra desde hace décadas Andalucía, pero también por la política del presidente Sánchez con su pacto y cesiones a los partidos independentistas catalanes. Y es que, parece ser, que los políticos piensan que tienen a millones de electores entusiastas, forofos, como hooligans de un equipo que siempre les van a ser fieles a la hora de depositar su voto lo hagan bien o lo hagan mal. Están muy equivocados. Cuando una persona está indignada por el comportamiento del partido-persona político a quien votó, o no va a votar, o emite un voto de castigo.

         Existe una teoría que considera al elector como un ser racional, por lo tanto sus actos son de carácter racional. Su comportamiento político y la orientación del voto del elector es el resultado del cálculo racional en la que se hace un razonamiento de ventajas, desventajas, beneficios y riesgos que se corren al tomar una determinada decisión. Esta teoría parte de la idea que el elector evalúa las diferentes opciones políticas que se les presentan y decide racionalmente, tomando en cuenta sus prioridades e intereses que espera obtener al decidir por una determinada opción política. Es decir, considera que la gran mayoría de los electores razonan su voto en virtud de sus intereses y el cálculo que realizan, por lo que los votantes no pueden ser manipulados fácilmente. A su vez, la teoría cultural enfatiza aspectos históricos, inerciales y tradicionales (por ejemplo, la tradición familiar), la cultura política o la pertenencia a un determinado grupo social, como elementos que predisponen, de cierta manera, el voto. De acuerdo a este planteamiento teórico es el hábito de votación y los aspectos culturales que se van construyendo a través del tiempo, lo que realmente incide y determina la conducta y comportamiento político de los votantes.

Los españoles se han vuelto exigentes con los políticos y eso es lo más saludable e importante que ha ocurrido en la política española desde 1975. Hasta hace poco, los políticos podían hacer lo que quisieran en España sin que nadie los cuestionara, ni siquiera la Justicia, pero eso ha cambiado y ya no pueden seguir comportándose como niñatos tiranos y antidemocráticos. Durante décadas, los políticos españoles tuvieron libertad plena para gobernar a capricho, sin trabas ni obstáculos, alentados por mayorías absolutas. Los ciudadanos tenían tanta fe en la democracia y tanta confianza en los políticos elegidos que les permitían todo tipo de abusos y arbitrariedades. No existía prácticamente la vigilancia y la crítica al poder, dos condiciones fundamentales para que la democracia funcione. Como consecuencia de esa permisividad suicida, la clase política española se volvió arrogante, antidemocrática, arbitraria y corrupta, disfrutando hasta hoy de una impunidad que no tiene cabida ni en la democracia ni en la civilización. Se ha desmantelado la industria española, se han privatizado empresas públicas rentables y de servicio al ciudadano; en definitiva, se ha destruido la organización y el poder de la sociedad civil.

Este es el país en el que vivimos. Cada vez más parecido al que vivieron nuestros antepasados durante las primeras décadas del siglo veinte: un lugar retórico donde unos líderes políticos sin soluciones, sin ideas, sin capacidad y sin proyectos, necesitan encontrar un enemigo donde sea para así reafirmarse. Todo esto explica, en parte, el incremento electoral que los movimientos populistas están obteniendo en casi todos los estados europeos. Estas organizaciones son las únicas, al parecer, que han encontrado a los culpables de todos nuestros problemas, las que más rápidamente han conseguido definir al enemigo: ya saben, el enemigo es siempre el otro, sobre todo si es migrante, pero también aquel que tiene un criterio propio, que piensa por su cuenta, que no enarbola ninguna bandera y que además no se atiene a los mandamientos del pueblo, la nación, la raza o la religión donde nosotros estamos situados. No hay nada peor en una democracia, que el hastío y la indignación nos lleve a quedarnos en casa y no ir a votar. ¡¡Mucha salud para el año que comienza!!

Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com