Una idea siempre es el principio de algo aunque no esté basada en la experiencia. Dicen que “la experiencia es la madre de la ciencia”, y cierto es que se trata de una maestra excepcional pero no consiste sólo en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha reflexionado. Decía Albert Einstein que “la teoría es cuando uno sabe todo y nada funciona, y la práctica es cuando todo funciona y nadie sabe por qué”. Se trata de la relación entre idea y realidad, palabra y acción, concepto y objeto, pensar y obrar; la cuestión de teoría y práctica puede tomarse incluso como un sinónimo filosófico. La teoría no está de espaldas a la práctica y no es un impedimento para actuar con acierto, sino justamente, el mejor camino para hacerlo. Establecer objetivos, tomar decisiones, construir relaciones, solucionar conflictos, etc., son actividades que implican acción. Pero no menos que cualquier teoría. Podría entenderse que, sólo la práctica, conduce a una acción positiva pero no es exactamente así, pues la práctica tiene detrás una teoría que la explica y, además, existe una teoría procedente de la práctica producto de la reflexión de otros; por eso resulta inadecuado que algunas personas, especialmente los que se consideran prácticos, intenten presentar las teorías del por qué de las cosas.
Siempre hemos oído que “el amor es lo
que mueve al mundo”. ¡Ojalá fuera cierto! Esa es la teoría o el deseo pero, la
práctica nos hace no estar convencidos de ello. Quien examine de una manera
profunda el desenvolvimiento económico y político del presente sistema social,
le será fácil reconocer que tales acciones no nacen de las ideas utópicas de
unos cuantos innovadores imaginativos, sino que son consecuencia lógica de un
estudio a fondo del presente desbarajuste social que cada día se pone en
evidencia de la manera más nociva. El moderno monopolio, disfrazado de no serlo
pero que actúa como tal, el capitalismo salvaje y el Estado, no son más que los
últimos términos de un desarrollo que no podía culminar en otros resultados. Todos
los días recibimos mensajes, unos más subliminales que otros, de cómo tenemos
que actuar (teoría) ante cualquier situación en nuestra vida. Nos indican el
surco y el camino que debemos tomar (práctica) por el bien de todos. Nos
adoctrinan y, muchas veces, comprobamos que lo que nos dicen, ellos no lo
cumplen.
La prueba más palmaria es nuestra
mayoría clase política. El enorme desarrollo del global vigente sistema económico,
que lleva a una inmensa acumulación de la riqueza social en manos de las
minorías privilegiadas y el continuo empobrecimiento de las grandes masas
populares, preparó el camino para la presente reacción política y social,
favoreciéndola en todos los sentidos. Ha sacrificado los intereses generales de
la sociedad humana (teoría), a los intereses privados e individuales (práctica)
y, con ello, minó sistemáticamente las relaciones de persona a persona. La
industria, por ejemplo, no es un fin en sí misma, sino que debiera constituir
el medio de asegurar a la persona su sostén y hacerla accesible a los
beneficios de una actividad superior (teoría). Allí donde la actividad
empresarial y política lo es todo y la
persona no es nada, comienza el reino de un despiadado totalitarismo económico,
consecuencia de una desastrosa actuación de absolutismo político (práctica). Esto
da a entender que la política tiene sus propias reglas que nada tienen que ver
con lo que consagra su teoría. Es decir, que una cosa es lo que debería ser, y
otra es lo que es, y que pasar por alto esto es deslizarse hacia lo utópico.
Hoy tildar a alguien de teórico no suele ser precisamente signo de alabanza o
reconocimiento; más bien equivale a tacharle de iluso y dotado de una lamentable
falta de realismo.
Resulta entonces que la actividad
política se reduce a pura correlación de fuerzas, a trasiego de intereses, a un
juego de astucia e influencias inconfesables, obviando cualquier principio
ético e ideal de la justicia, hasta calificarla incluso de falsa democracia. La
actividad política debe velar, principalmente, por no causar males a nadie,
debe buscar en todo momento, el bien común, respetar la autonomía de las
personas y organizaciones de la sociedad civil, y practicar la equidad evitando
siempre caer en cualquier forma de discriminación arbitraria. La clase política
habla, y habla mucho. Sus discursos están llenos de teorías y buenas
intenciones, pero en la práctica….., se desdicen, cambian de opinión y su
excusa son las circunstancias actuales que vivimos. Lo que antes criticaron, ahora
lo obvian porque ellos terminan haciendo lo mismo. Y es que no existe
diferencia entre teoría y práctica aunque…, en la práctica, sí la hay.
Un ejemplo. Si montamos el gobierno de Madrid
tenemos que pensar en lo mínimo: Un presidente, ministros, secretarias,
ordenadores para trabajar y una sede para poder recibir a gente. ¿Es necesario
un palacio? No. ¿Coches oficiales para todos? Tampoco. Ahora multiplicamos esto
por 17 autonomías, y salen millones de euros tirados a la basura. Hay que
manejar la economía, el dinero que no es tuyo con prudencia, pero, ¿qué
pasaría? Que saldría muchísima gente que sobra, incluidos los asesores. Si los
impuestos se emplearan íntegramente en sanidad, educación y vivienda, todos
pagaríamos con gusto (teoría). Sin embargo escuece pagar los sueldos de
políticos inútiles, de instituciones duplicadas e ineficientes, y estructuras
burocráticas estatales que no sirven para nada. (Práctica).
Miguel F. Canser