viernes, 3 de diciembre de 2021

TIEMPO DE NAVIDAD


 Ya estamos inmersos en plenas fiestas, ya huele a Navidad, ya nos llueven los abrazos y los buenos deseos; sin embargo, ese despliegue de ternura, solidaridad y generosidad que tan poco nos cuesta mostrar en esta época del año, quizá no haya sido lo mismo el tiempo vivido anterior. Son unos días que disfrutamos de carta blanca para mostrarnos afables, cariñosos y olvidarnos del impacto de nuestras acciones. Parece que existe algo mágico en percibir y ser consciente de que, en un mundo marcado por la turbulencia, por la inseguridad, por las tensiones de la lucha diaria para sobrevivir, existen unos momentos que, de forma simultánea, la mayor parte de la civilización occidental coincide con estas fiestas. No tanto por su valor religioso (que también) como por coincidir en que es tiempo de bajar la guardia, de tender la mano, de reunirse en familia, de compartir momentos sin prejuicios. En suma, todas esas multitudes que se convocan instantáneamente por las redes sociales, son una bagatela al lado de esa sinfonía y convocatoria mundial para vivir el tiempo de la Navidad.

 

         Aparte de compartir las tradiciones en familia y transmitir la importancia de ser solidarios y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, también es tiempo de hacer balance, de cómo ha sido nuestro comportamiento con los demás, de sobrescribir si cabe, algún acontecimiento o actitud, ¡Ay!, si pudiéramos volver atrás. Los seres humanos necesitamos guía. La buscamos en el ejemplo de nuestros familiares, en las personas que admiramos. Nos formamos un criterio fijándonos en conductas de los demás porque la vida no nos llega con un manual, y desarrollamos una serie de virtudes humanas (unas más que otras), con convicciones o actitudes que permiten conducirnos por la vida normalmente. Así, estaremos preparados para desarrollarnos, abrirnos camino, y tomar las mejores decisiones para nosotros y los que nos rodean. En definitiva, es una época para sentirse menos exigentes y más tolerantes; es una especie de tregua en nuestra vida cotidiana marcada por las prisas y exigencias. En Navidad todo se ve con ojos diferentes.

 

         La Navidad perdura y se ha extendido por todo el mundo, porque trasciende el aspecto comercial que tanto se critica. Desempeña un papel importante en el seno de la familia; marca la entrada en la cultura familiar, permite la construcción de las identidades dentro de la familia, la transmisión de mitos y valores a través de las generaciones. Cuando preguntamos a la gente qué es lo que más valora de la Navidad, siempre responde: “el hecho de estar juntos”. La Navidad sigue siendo la fiesta anual de la familia. Pero, seamos sinceros, a todo el mundo no le gustan estas fiestas; incluso algunos odian el tiempo de Navidad. ¿Nos apetecen estas reuniones? No siempre.

 

         Los encuentros navideños están cargados de emotivos recuerdos del pasado, de pequeñas rencillas y malentendidos sin aclarar. Para muchos es vivida como una tradición y no como un encuentro deseado, pues dejamos de lado nuestro día a día, rutinario y predecible, para tener que adaptarnos a compartir una comida con el compañero de trabajo que no tragamos, con el cuñado que siempre tiene que tener razón en todo y sabe de todo, y soportar las ideas políticas o de fútbol contrarias a las nuestras. Y es que, no todos somos iguales y no necesariamente tenemos que compartir las mismas ideas. Eso, precisamente, es lo que enriquece nuestro entorno y nos permite progresar, aunque no siempre lo aceptemos y generemos cierta animadversión por aquellos que no están de nuestra parte. El remedio, como casi siempre, es la empatía, ponerse en su lugar y tratar de averiguar por qué esa persona dice lo que dice y hace lo que hace.

 

         Mediante una operación comercial de proporciones mundiales, que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural al nacimiento del Belén, ha sido destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noël de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen san Nicolás, un santo que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con nuestra Nochebuena. Según la leyenda nórdica, san Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de los juguetes. Y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron a nosotros con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno, y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar.

 

         Bueno, en cualquier caso, estas navidades disfrutemos de las pequeñas cosas, hagamos que lo ya conocido nos sorprenda de nuevo y que seamos capaces de ver la belleza que tod@s poseemos en lo cotidiano. Quizá sea la mejor manera de vivir la Navidad.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blosgspot.com

 

lunes, 1 de noviembre de 2021

EL POLÍTICO Y LA CALLE


 

Vivimos unos últimos tiempos en los que, por unas u otras razones, nos hemos acostumbrado a ver tomadas las avenidas y calles de nuestras ciudades, especialmente las más grandes y populosas, por un numeroso contingente de ciudadanos que expresa su agria disconformidad con la política desplegada por sus gobernantes nacionales y autonómicos. Si recordamos, retrotrayéndonos en el tiempo, las primeras y optimistas marchas ciudadanas en la práctica totalidad de ciudades españolas a favor de la democracia, la libertad, y la reivindicación autonómica para nuestros futuros territorios; aquellos inolvidables y ejemplares años de la “Transición”. La vida política no se puede comprender, por lo que se ve, sin la presencia de cierto gentío en las calles. Y es que, nos guste o no, la parte más sustancial de la España constitucional, se construye desde el ejercicio de la democracia representativa, pero todavía pervive la herencia arraigada a favor de una acción directa e inmediata: la calle.

 

         El termómetro que le dice al político que algo no funciona bien, es la calle. El concepto más importante que debe asumir la política es la calle. Es en la voz libre de los ciudadanos, con sus emociones, exigencias y harturas expresadas en colectivo, quienes muestran a la política su decisión libre y sin jerarquías. Es el resumen de lo que siente un país y, eso, tiene que leerse y traducirse. Se reflexiona con la razón y con la emoción se clama. Y esa es la tarea de las instituciones: traducir una emoción colectiva en soluciones. Que la política aprenda de la calle. Me viene a la memoria una película antigua de una escena cumbre en la que Winston Churchill baja al metro por primera vez en su vida, para preguntar a los viajeros si estaban dispuestos a combatir o querían un acuerdo de paz con Hitler. Después manifestó: “Ningún político puede conocer de verdad la realidad de la calle, si no usa el transporte público”.

 

         Si los máximos dirigentes de los distintos partidos fueran usuarios del transporte público, igual ahora no lucirían ese gesto de estupor, perplejidad y susto ante el ruido de la calle, por ejemplo de los pensionistas, o de las carencias de la atención primaria. Y es que el Gobierno,--incluso los autonómicos-- temiendo que el descontento pase a mayores, improvisa medidas y ocurrencias, sin poder explicarse a qué viene la protesta o si la recuperación se puede palpar en las estadísticas oficiales.  Ahí está el error. Un error de concepto. Un error de análisis, el fallo de confundir los gráficos macroeconómicos con la vida microeconómica de los españoles. La profunda y sostenida equivocación de considerar que la precariedad, la pobreza, la desigualdad y los sueldos miserables son mentiras del populismo. Los jóvenes (los que tengan trabajo) que cobran una miseria, los mayores de 45 años que no encuentran trabajo, las colas del hambre, o los del vagón de cola de la crisis no son invenciones de las malvadas ONGs. Son realidades que viajan en transporte público. Bajar al metro o ir en autobús, es conveniente para entender que el padecimiento social sigue ahí. Y quizá, también ayudaría a unos cuantos cerebros de esos que mandan –todos ellos listísimos—a no confundir la empatía con un fondo de inversión.

 

         “La calle es mía” es una de esas frases rotundas atribuidas a Manuel Fraga en su época de ministro de la Gobernación de Arias Navarro en el primer gobierno de la monarquía tras la muerte de Franco. Pero la calle no es de nadie, ni da ni tiene derechos políticos. Tampoco la llamada “plaza roja” de Vallecas es un dominio reservado de Podemos, como pretendía Pablo Iglesias, ni las calles de Barcelona son de los CDR “apretados” por Torra, ni las calles de Rentería son de la jauría humana que quiso impedir un mitin de Maite Pagazaurtundúa; y tampoco los jueces son del PP, como parece empezar a reconocer Casado. La política debe procurar la solución de los problemas y de los conflictos sociales, no crearlos. Y algo no funciona cuando los datos muestran que estamos en el mayor nivel de polarización ideológica de los partidos políticos desde la transición. Llevar esto a las calles no debería ser la función de los representantes públicos.

 

         Esto debería servir para recordar que la calle es para la ciudadanía y que las instituciones son para los políticos. De otra forma, los representantes públicos, acaban copando también los espacios e instrumentos con los que cuenta el ciudadano para controlar la actividad de aquellos. La reivindicación de mayor permeabilidad democrática supone más canales de participación del ciudadano en la política, y no a la inversa.   Todo político debería retirarse de su puesto, si un día se da cuenta que desconoce el precio del metro, del autobús, de un kilo de arroz, o de la moneda mínima que hay que introducir para poder estacionar en la calzada. Es el síntoma del distanciamiento entre el elegido y el elector. Es, en suma, la distancia cada vez más insalvable entre el político y el ciudadano.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

 

viernes, 1 de octubre de 2021

UN PAIS DE CHIRINGUITO

España está sentada encima de una bomba de relojería a la que casi nadie presta atención pero que, tarde o temprano, estallará. Me refiero a la deuda pública, que está desbocada por encima del 125% del PIB. Nuestra deuda 1,43 billones, es decir: 1,43 millones de millones implica que cada habitante de nuestro país, debe unos 30 millones de euros. Una auténtica bestialidad que hipoteca nuestro futuro, y sigue creciendo pues gastamos más que el crecimiento de los ingresos; por lo que hay que endeudarse aún más para financiarlo. Bruselas considera que el mayor gasto público es la alternativa menos mala, pues en una situación tan excepcional sufrida en 2020 por la pandemia, evitaría una recesión e incentivaría una rápida recuperación.

 

         En cualquier economía, incluso la doméstica, cuando los ingresos no son suficientes a pesar de haberlos aumentado (subida de impuestos), lo que procede es aminorar los gastos, distinguiendo entre un gasto imprescindible y un gasto necesario, pues algunos de éstos, seguramente sean prescindibles si la deuda es mucha y aumenta cada día. Quizá haya una explicación de por qué España necesita veintidós ministerios cuando Francia tiene dieciséis, y Alemania, con casi el doble de población, le bastan catorce. Pero nuestro gobierno no ofrece explicación alguna y los ciudadanos tienen buenas razones para creer que, esa mastodóntica administración, con su ejército de asesores, es parte de lo que los españoles conocemos como el chiringuito nacional. Esto es: el paraíso burocrático e institucional creado por una clase política empeñada en que los contribuyentes paguemos la factura de sus excesos.

 

         Es un mal de siempre, no de ahora. Ha sucedido con los distintos gobiernos de ideología distinta. Pedro Sánchez remodeló su gobierno cambiando unos ministros por otros, pero dejó intacta una estructura que no ha dejado de engordar desde que llegó al poder. Mientras los españoles perdían sus empleos, y miles de negocios cerraban, el líder socialista aumentaba el número de asesores nombrados a dedo. Pedro Sánchez tiene más de 300 asesores contratados, la mayor cifra de la democracia con un aumento del gasto del 52% en apenas dos años.  Esta corte de asesores, incluidos los de sus ministras/os, son sólo una pequeña parte del despropósito administrativo español. Súmenle tinglados parecidos en los ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas; enchufados en universidades o empresas de titularidad estatal; o el reparto de puestos en organismos internacionales y embajadas. ¿Tienen la preparación suficiente? ¿Hay otros candidatos mejor posicionados? No es problema: de los elegidos se espera, sobre todo, lealtad al partido.

 

Nuestros políticos, que no se ponen de acuerdo en nada, sí coinciden en su oposición a cualquier reforma de calado que acabe con la gigantesca agencia de colocación en la que han convertido la función pública. Es lo que un conocido me describió en una ocasión como la política de la tortilla: unos y otros aceptan el statu quo, conscientes de que los votantes le darán la vuelta a la tortilla en algún momento y llegará su turno de ser los beneficiados. La gestión de los recursos públicos requiere de continuidad, seguridad frente a la arbitrariedad política, mérito en sus responsables y profesionalización. Los gobiernos tienen todo el derecho a escoger directamente a ministros y cargos de confianza, pero la gestión de las instituciones públicas, pagadas por todos, debe estar en manos de gestores de demostrada valía. Los cargos de quienes hacen bien su trabajo deben estar protegidos, extendiéndolos más allá de los mandatos de partidos o procesos electorales.

 

En tiempos de crisis, la austeridad y mesura son obligadas; el derroche, inaceptable. España necesita una profunda reforma de la administración, largo tiempo demorada, que tendrá una nueva oportunidad con la llegada de los fondos europeos para paliar los efectos de la pandemia. Pero su impacto será mínimo si no va acompañada de reformas legislativas que impidan la parasitación de los organismos estatales, una mejora de la ley de transparencia que nos permita saber a qué se dedican los recursos públicos y el destierro del concepto patrimonialista de las instituciones. Mientras los españoles solo denunciemos las estructuras oportunistas de nuestros adversarios políticos, aceptando las creadas por el partido que apoyamos, los políticos seguirán cómodamente instalados en medio de la refriega. Y enviándonos a todos, cada mes, la factura del chiringuito nacional.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

 


 

miércoles, 1 de septiembre de 2021

LUZ SIN IDEOLOGÍA

Menudo veranito llevamos y no me refiero sólo por el calor que padecemos, sino por el precio asfixiante del recibo de la luz. Siempre somos los primeros en algo y, casi siempre, en lo peor. Los españoles pagamos la luz más cara de toda Europa; entre Italia y nosotros, ahí estamos; y es que en el recibo que pagamos todavía hay más de un 27% de impuestos. Con el establecimiento de la nueva factura de la luz, que incorpora tres tramos horarios en los que el precio de consumición cambia, el importe del bien eléctrico ha variado de forma considerable y, al margen de la energía consumida, en la factura final también influyen el IVA y el IVPEE (Impuesto sobre la producción de energía eléctrica). Las compañías eléctricas llevan tiempo quejándose de que los impuestos en el recibo de la luz figuren entre los más altos de la Unión Europea. Los consumidores, además de soportar un tipo de gravamen del 10% (menos mal que se rebajó del 21%), tienen que pagar dos impuestos más: impuesto a la electricidad del 5%, y el impuesto sobre el valor de la producción de energía eléctrica (IVPEE) del 7%.

 

         Las compañías se quejan pero no de sus beneficios. Endesa obtuvo en 2020 un beneficio de 1.400 millones, Iberdrola un beneficio de 3.600 millones y Naturgy, espera ganar otros 1.500 millones. Si sólo existiera una empresa estatal de producción y comercialización de energía, estos precios que ahora pagamos, nunca existirían porque el objetivo básico de una empresa privada, al contrario de una estatal, es conseguir beneficio.  Mientras la mayoría se ha empobrecido en 2020 por la pandemia, las eléctricas han ganado 8 veces más que el año anterior. Aprovecharon olas de frío y la connivencia de leyes y gobiernos. Es la vida o sus beneficios. Demuestran que no hace falta nada más para triunfar que una idea, mucho esfuerzo, y recibir regalado el uso y beneficio de la infraestructura pública de un país.

 

         Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación? Tanto el PP como el PSOE estuvieron involucrados. El proceso de privatización de Endesa, por ejemplo, comenzó en 1988 bajo el Gobierno socialista de Felipe González, y culminó diez años después, en 1998 bajo el Ejecutivo de José María Aznar, con el Partido Popular. De aquéllos barros, tenemos estos lodos. Nos deshicimos de unas compañías que eran oro puro, a un precio que el futuro ha demostrado era barato. La factura de la luz suele ser complicada de entender, pero existe algo aún más difícil de comprender: cómo se calcula el precio del KWH.  Es una subasta diaria donde las empresas generadoras venden a unos precios que varían en función de la oferta y la demanda y en la que se establece el precio de la luz para cada hora de cada día porque la electricidad no se puede almacenar.

 

         En España y Portugal, este escenario está regulado por el operador independiente OMIE, que gestiona las subastas diarias de acuerdo con la regulación establecida por Europa. Los precios de la electricidad se fijan a las 12:00 horas y son válidos para las siguientes 24 horas. El cálculo del coste se realiza mediante un algoritmo denominado EUPHEMIA, que ha sido aprobado por la Unión Europea y se aplica en España, Alemania, Portugal, Austria, Bélgica, Francia, Hungría, Holanda, Italia, Luxemburgo, Finlandia, Suecia, Dinamarca y otros países de la zona. En primer lugar, se subasta la energía más económica (nuclear). Si no hay suficiente energía para cubrir la demanda existente, se subastan las renovables y, en último lugar, las más caras (como el gas). Y son éstas últimas energías las que marcan el precio final, convirtiendo las más baratas al precio de la más cara. Es como si tenemos en el cesto de la compra: patatas, pasta, lechuga (barato) e incorporamos chuletones (caro) pues, al llegar a caja nos cobran todo al precio de chuletones.

 

         Este sistema es tan incomprensible e injusto, que cuesta creer que en la U.E. se permita. Sólo es entendible si existe algún motivo económico y político. Hemos comprobado que la bajada del IVA al 10% ha sido insuficiente. En mi caso, he consumido menos, y con el IVA nuevo he pagado más que el mes anterior. Bajo estas premisas, no hay varitas mágicas para bajar el precio de la luz, pero sí ajustar los impuestos incluidos en la factura, reformar parte de la tarifa formada por el sistema de peajes y cargos, que supone cerca del 40% de la factura y que ha sido rediseñado hace menos de tres meses para introducir las nuevas tarifas horarias, penalizando las horas donde más necesitamos utilizar la electricidad (lavar, cocinar, planchar, etc.) induciendo a utilizar estos menesteres en horarios de madrugada totalmente inapropiados.

 

         La electricidad es un servicio básico, no un impuesto de lujo. Un IVA reducido del 4% sería deseable y como servicio al ciudadano, olvidarnos del partido político al cual pertenecemos. El Gobierno y la Oposición deben estar unidos para modificar los impuestos de la electricidad por el bien del consumidor, sin olvidarnos de que la Red Eléctrica, debería volver a ser sólo y totalmente pública; pero esto sería a muy largo plazo o una utopía. No sé.

 

Miguel F. Canser

www.cansermigue.blogspot.com

 

 

 

 

 

miércoles, 7 de julio de 2021

PEREZA


 Decía Jules Renard que “la pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado”. Es un factor que está presente en la vida de cada persona y que se ha definido de muchas formas. Todos, en algún momento, somos vagos aunque no queramos reconocerlo. Siempre hay un momento o etapa en nuestra vida que nos dejamos atrapar por ella, pero no todos sabemos cómo aprovecharla al máximo y de una forma saludable; y es que abandonarse a la pereza o a la indolencia, nos puede acarrear consecuencias indeseables como alejarnos de nuestros objetivos y obligaciones, o hacer de nosotros unos extremos sedentarios físicos y mentales muy lamentables. En efecto, la pereza se ha instalado en la sociedad respecto a la política. El fracaso del diálogo y el bloqueo institucional del Estado es un argumento de peso; pero también lo es la falta de ideas que expresan los principales protagonistas de la política española.

 

         La política embarrada y digital de hoy da pereza, sí, pero aún dan más pereza los políticos perezosos, incapaces de plantear propuestas constructivas y positivas, que antepongan el interés general de la sociedad y de sus ciudadanos, a sus intereses partidistas y a sus urgencias políticas personales. Hemos dejado de lado y olvidado que la pereza no se analiza ni se combate, simplemente la hemos ignorado, porque lo que no se vive a fondo, no se cita a fondo. Sería terrible si nos pasara eso. ¿Es un factor dominante en nuestro comportamiento? La pereza se manifiesta como falta de voluntad, de energía, de decisión, en no hacer lo que tenemos que hacer, en no tener criterio, en falta de carácter, en una especie de vacío lleno de tibieza. Ese individualismo comodón y miedoso, indiferente, pesimista, no es precisamente un ejercicio de la libertad responsable; porque vivimos en sociedad, nadie vive aislado, nadie puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia.

 

         La política española y la catalana, deben sacudirse la pereza que alimenta el “no hay alternativa” para resolver nuestros problemas políticos y económicos. Es hora de entender que el libre mercado y el capitalismo sostenible y responsable son necesarios e indiscutibles. Es necesario dar un giro al actual orden de las cosas porque no da más de sí, y resetear como asumen hasta los más escépticos y que promueven los líderes más audaces, comprometidos y responsables. La política es hacerse las preguntas adecuadas, pensar sin apriorismos, reiniciar procesos, avanzar con determinación. Los populismos sólo ofrecen respuestas que no transforman, son atajos y espejismos. Combatir la pereza es el principal objetivo. ¿Cómo? Ya lo decía el filósofo Diego S. Garrocho: “En un tiempo como el nuestro, en el que la belleza queda restringida al cultivo de la imagen, no existe nada más revolucionario que invocar la belleza del pensamiento”.

         Las maneras de abordar un problema son parte de las soluciones del mismo. Si la mirada a los retos es siempre desde la misma perspectiva, posición y ángulo, difícilmente se encontrarán nuevas opciones; porque no hay innovación en lo previsible y necesitamos –más que nunca—nuevas ideas capaces de enfrentarse a todo tipo de determinismos que nos paralizan y que reducen la política, a un hecho gerencial o notarial, sin ninguna capacidad de controlarlo ni dirigirlo. La facilidad nos vuelve torpes y la política puede quedar atrapada entre la pereza y el cinismo; pereza para no buscar soluciones a los problemas, y cinismo para no venerar el “no hay alternativa” como respuesta indolente a los retos urgentes que hay que resolver de inmediato. Parte de la política se ha contaminado.

 

         Hemos dejado de pensar y vamos con el piloto automático. Hemos mecanizado  nuestras respuestas de forma automática, sin consideración previa debido a la falta de una alternativa viable. Es, precisamente, la falta de imaginación sobre horizontes nuevos lo que impide pensar en alternativas, no la viabilidad de su consecución. Estamos atrapados por las soluciones y respuestas automáticas propias de los sistemas informáticos. Así, las inercias se convierten en carencias. Nadie duda cuando no tiene opciones; y cuando no se duda, no se piensa. Así se encuentra buena parte de nuestra política. Luchemos contra la pereza y la indolencia políticas. Renunciar a explorar nuevos caminos nos aleja de nuevas soluciones. La desafección ciudadana respecto a buena parte de la política, no radica sólo y simplemente en un juicio a los errores (gestión), o los excesos (corrupción). La crítica más contundente está en la percepción de renuncia a dirigir. Más pensamiento y menos inercia. Los retos que tenemos por delante no se gestionan con pilotos automáticos, sino con auténticos pilotos.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

 

 

 

 

martes, 1 de junio de 2021

ES HORA DE HACER BALANCE

 

El éxito del P.P. en las elecciones madrileñas que roza la mayoría absoluta, ha sido una sorpresa para todo el mundo. Nadie podía esperar que su victoria fuera tan contundente. Los conservadores, que gobiernan Madrid desde hace 26 años, capitalizaron la arriesgada política de medidas laxas promovida por Díaz Ayuso, que se tradujo en la apertura continuada de bares, restaurantes y salas de espectáculos. Una resistencia atroz a las presiones del gobierno central para que endureciera restricciones, le valió amplias simpatías entre la restauración que bautizó cervezas o pizzas en su honor. Pero, ¿por qué ese triunfo tan arrollador?, ¿qué ha hecho que la gente que antes votaban a PSOE y Cs, se hallan decantado por Díaz Ayuso?

 

         Sin duda los vaivenes y cambios de opinión del ejecutivo han tenido mucho que ver desde antes de ser Presidente del Gobierno. Desde “el no podría dormir” si su socio fuera Unidas Podemos, a abrazarlo y ser compañero de viaje,  pasar de ser un fervoroso defensor de la aplicación del 155, a ceder en algo tan simbólico como es el carácter del castellano como lengua vehicular en la educación, han podido ser algunas de las causas. Partiendo de la base de que cualquier cesión ante los nacionalistas no sirve para resolver el problema de fondo, sino que es un paso más en su camino hacia la independencia, y aquí incluyo al PNV que es más paciente que sus homólogos catalanes, pero que comparten el mismo objetivo, que “traicionan” su propia historia pues catalanes y vascos construyeron, con el resto de españoles, esta gran nación. Y es que, al margen de los slogans de ambos bandos,  las elecciones en Madrid fueron planteadas desde Podemos, el PSOE y Más Madrid, como un combate entre “Democracia o fascismo”. En mi opinión, la campaña que han hecho los tres partidos de izquierda, ha sido sombría, con un discurso trasnochado, caduco y rancio, de otro tiempo, en la que sólo ofrecían rencor e ira y ninguna solución a los problemas de los ciudadanos. 

 

         Otro de los errores fue la prometida transparencia en la gestión del Ejecutivo. Después de lo prometido nada; sobre todo en lo referente a ciertos viajes del Presidente. Han sido transparentes como un gato negro flotando en un pozo de petróleo una noche sin luna. Que duda cabe que la gestión de la pandemia ha oscilado entre el voluntarismo y la propaganda, sin duda con las mejores intenciones, pero sin reformar el marco legal y establecer un equipo de expertos como sería exigible y que es lo que marca el sentido común. El 4M se votó con una alta participación (76%) y el PP de Ayuso ganó en todos los distritos de Madrid: en 177 de 179 municipios. Las elecciones madrileñas, que han sido mucho más que madrileñas como todos imaginábamos, habría que preguntarse qué parte de culpa tiene la izquierda en no haber sabido combatir determinados discursos, en haberse plegado a políticas económicas que no diferían, de lo sustancial, de las aplicadas por formaciones conservadoras, de haber abandonado, en la práctica,  a su suerte muchos barrios y de gestionar un fenómeno tan complejo como la migración con una estrategia que lo mínimo que puede decirse es que es hipócrita.

 

         La escuela concertada y privada es un valor seguro para la derecha. Según datos oficiales, el 46% de los alumnos se matricularon en colegios concertados y centros privados y es que el PP de Madrid arrasa en las urnas en aquellos distritos y municipios donde la escuela pública es minoritaria. Si la educación es competencia de las CCAA, y si en nuestra Comunidad lleva el PP gobernando más de un cuarto de siglo, blanco y en botella. El discurso de la izquierda no puede reducirse a dejar de subvencionar la enseñanza concertada, sin crear más recursos públicos. Por otra parte, Madrid es la comunidad autónoma con una mayor penetración del seguro privado en el conjunto del Estado. Es la región donde un mayor número de ciudadanos cuentan con seguros privados de salud y, por tanto, utilizan y hacen poco caso del Sistema Nacional de Salud. Según el CIS, en una encuesta de calidad de vida y satisfacción con los servicios públicos, sólo el 2,9% de los madrileños señalaron la calidad de la sanidad pública, la falta de servicios médicos o las listas de espera como preocupantes y que afectan a los ciudadanos.

 

         Concluyeron las elecciones y, de pronto, todo fueron anuncios poco agradables para nuestro futuro procedentes del Gobierno:  lo de subir los impuestos de manera inminente, suprimir los beneficios (más tarde o más temprano llegará) a las declaraciones conjuntas de la renta, sube la luz que ya se grava con el 21% de IVA,  sube la presión fiscal al diesel, los billetes de avión y, quizá, (llegará también) habrá peajes en todas las carreteras que afectará a las ventas de coches que lastrará nuestros planes profesionales y de ocio sin un mínimo consenso con las fuerzas políticas y sociales, sin olvidar los indultos a los protagonistas del “procés”. La falta de seguridad jurídica, la opacidad como principio rector de las acciones gubernamentales, no son modos y maneras porque generan una profunda desconfianza hacia sus representantes, y no hay que buscar el varapalo sufrido por el PSOE, ni en que si las cañas y los berberechos de Ayuso, ni en la sosería de un candidato. Autocrítica y rectificación. Madrid puede ser sólo el principio. ¿Seguirán así?

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

 


lunes, 3 de mayo de 2021

INCONGRUENTE

 

¿Qué significa incongruencia? Es sencillamente, falta de coherencia en actitudes, conductas y creencias; decir lo opuesto a lo que pensamos y hacer lo contrario de lo que decimos. De ahí el famoso refrán: “haz lo que yo diga pero no lo que yo haga”. ¿Por qué hablar de las incongruencias? Pues porque a pesar de que soy una persona cargada de defectos (como todo ser humano que se precie), me considero bastante coherente, o por lo menos intento serlo. Y tener que transigir con una clara falta de coherencia en algunas áreas de nuestra sociedad actual, simplemente me fastidia. Seguramente muchas veces hemos oído hablar de la congruencia y lo que implica ser alguien coherente; o quizá hemos escuchado el típico comentario de “¡Es un incongruente!, hace una cosa y dice otra, no hay quién lo entienda”.

 

         Pues parece que ser congruente está ligado a cierta transparencia de la persona tanto interna como externa. En cambio, las personas que actúan de manera incongruente, son aquéllas que generan ciertos quebraderos de cabeza tanto para ellos, como para los demás. Se alejan de lo que son, se comportan de una manera diferente a como sienten, a cómo piensan. “Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es” (Jean Paul Sartre). Las personas congruentes suelen generar confianza en los demás, no muestran otra cara diferente a lo que sienten, ni se esfuerzan por fingir o disimular su estado interno. Se muestran tal y como son, sin matices. Vivimos en una sociedad en la que no se nos ha enseñado precisamente, a mostrar lo que sentimos.

 

         España tiene una monarquía parlamentaria como forma política, tal como se consagra en el artículo 1 punto 3 de nuestra Carta Magna. Habrá quien prefiera un sistema basado en la República, y otros que no. Ambos legítimos. Dicho esto, sigue siendo una manifiesta incongruencia que determinados políticos, con escaño en el Congreso, aseveren que no tienen rey. No dejan de ser nada coherentes con sus argumentos; también incongruente es, –me refiero a nuestro Gobierno-- que debas configurar tu organigrama no en función de la eficiencia, sino de la satisfacción de otras exigencias que ostentan la llave de la gobernabilidad, y no dudan en proclamar que ésta les importa un comino; por lo que el Sr. Sánchez deba elegir entre amnistía o elecciones; porque no es coherente que nuestro gobierno descanse sobre el capricho de quienes trabajan a diario para romper con ella. Pero ya se sabe que cuanto más débil es uno, más necesidad tiene de aparentar lo contrario.

 

         Hace tiempo que, cuando se celebra alguna sesión en el Congreso, de las que se califican de solemnes como la investidura o constitución, se producen escenas nada edificantes, dado que se acaba cuestionando la representación institucional. Las buenas maneras o la cortesía parlamentaria ha pasado a mejor vida, y ahora sólo privan los postureos políticos cuya finalidad no es otra que buscar el impacto mediático. Podría poner muchos ejemplos de incongruencia, pero sólo me voy a dedicar a uno: estamos en un Estado aconfesional, por lo que no es congruente que sigamos impartiendo la asignatura de religión en los colegios públicos. Lo que se aprende en la escuela e institutos,  debería servir de utilidad pues serán los futuros ciudadanos que regirán el país con su trabajo, esfuerzo, y educación. Nada que decir si se imparte en la enseñanza privada si así lo desean sus tutores, pero estamos en un Estado laico cuya Constitución no reconoce religión oficial alguna. Hay que ser coherentes.

 

         Cuando este artículo salga a la luz, ya se habrán celebrado las elecciones en la Comunidad de Madrid. Ha sido una campaña que ha saltado por los aires, a raíz de las amenazas de muerte sufridas por Pablo Iglesias, el Sr. Marlaska, y la directora de la Guardia Civil. La palabra fascista ha sido la predominante, sustituyendo a las promesas de los programas (no han vivido el fascismo, hablan de oído, ni lo han sufrido en sus carnes), se han perdido el respeto y no han estado a la altura de cómo tiene que comportarse un dirigente político. Los que verdaderamente hemos perdido hemos sido los ciudadanos. Sus acciones son distintas a las teorías que anuncian. Son todos incongruentes.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

 

        

        

 

jueves, 1 de abril de 2021

ESTUPIDEZ

 “Una persona estúpida es aquélla que causa un daño a otra persona o grupos de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. Esta definición no es mía, nos lo dice el historiador y catedrático Carlo María Cipolla en la “Tercera ley fundamental”. La estupidez, según él, es la forma de ser más dañina. Es peor aún que la maldad porque, al menos, el malvado, obtiene algún beneficio para sí mismo, aunque sea a costa del perjuicio ajeno. Todos cometemos estupideces. Todos somos estúpidos en mayor o menor grado. Una vida sin tonterías sería demasiado aburrida. Quizá, discurrir sobre la estupidez sea también una soberana necedad, pero…., si la Humanidad se halla en un estado deplorable, repleto de penurias, injusticias, miseria y desdichas, es por causa de la estupidez generalizada que conspira contra el bienestar y la felicidad. 

         ¿Qué se puede entender por estupidez? Pues según el filósofo Johann Erdmann, se refiere a la estrechez de miras; de ahí la palabra “mentecato”, privado de mente. Estúpido es el que sólo tiene en cuenta un punto de vista: el suyo. Cuanto más se multipliquen los puntos de vista, menor será la estupidez y mayor la inteligencia. Los griegos inventaron la palabra “idiota”, aquel que considera todo desde su óptica personal; que juzga cualquier cosa desde su minúscula visión, la única defendible, válida e indiscutible. El estúpido padece egoísmo intelectual, es tosco y fanfarrón; niega la complejidad y difunde su simplicidad de forma dogmática. Opina sobre todo como si estuviese en posesión de la verdad absoluta. Es un ciego que se cree clarividente. Hay estúpidos en todos los estratos económicos, culturales y políticos; incluso alguien puede pensar que yo mismo adolezco de una estupidez envanecida, y no le faltaría razón. 

              Y en estos pensamientos estaba yo, cuando me vienen a la mente los líderes políticos que nos hemos dado en suerte y de los que, en mayor o menor medida, depende nuestro momento actual y futuro. Y pienso en analizar sus decisiones, con reparo, pues aunque hablo de unas personas que han recibido el apoyo de millones de españoles en las urnas, mi leído Carlo María Cipolla señala que “la probabilidad de que alguien sea estúpido, es independiente de cualquier otra característica que le adorne”. Veamos: Mantener a la población española restringida de movimientos en su Comunidad Autónoma para limitar los contagios y, sin embargo, los ciudadanos de otros países puedan venir y moverse libremente, es estúpido. Después del parón, tardar cuatro días más cuando el resto de Europa reinició enseguida la vacunación con AstraZéneca, es estúpido. Que, aún hoy, gente de 80 años o más esté sin vacunar, es estúpido. Que los políticos sigan apelando a la responsabilidad individual (díganselo a los jóvenes) para combatir esta pandemia, con el cansancio acumulado de más de un año de confinamiento y restricciones, y no incidir en que la única solución es que la vacunación masiva se produzca cuanto antes, es estúpido. Anunciar mociones de censura y convocar elecciones en plena pandemia, no siendo prioritario ni del deseo e interés de los ciudadanos, es estúpido. Que nuestros políticos estén enfrascados en la pelea constante, en el acoso y derribo del rival político, y no se preocupen de los verdaderos problemas que interesan a la población: (paro, calidad de empleo, crisis económica, sanidad, corrupción, fraude, vivienda, violencia de género, lentitud de la justicia etc.), es estúpido. 

         Todos, en algún momento, podemos ser estúpidos ocasionales, pero lo que distingue al obcecado funcional, es la incapacidad permanente para apreciar lo significativo. ¿Qué es importante y qué no? La ignorancia es altamente contagiosa y se alimenta de grandes ideales difusos, de proclamas simplistas: todo es negro o todo es blanco. El único punto de vista legítimo es el de un grupo social y político determinado, el de una facción concreta: la nuestra. La estupidez se emparenta con la intolerancia y la ausencia de diálogo; se expande mediante consignas vanidosas y sin fundamento, coreadas en un clamor colectivo grotesco. 

         "Somos rápidos para repartir lo que es ajeno. Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar, porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso sería el fin" (A. Rogers)..., esto está pasando y es estúpido. Ya lo dijo Felipe González, "el error en política es perdonable, lo que no es perdonable es la estupidez". Y también Francisco de Quevedo: "Todos los que parecen estúpidos lo son y, además, también lo son la mitad de los que no lo parecen". 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com


 


lunes, 1 de marzo de 2021

¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN U OTRA COSA?


 El artículo 19 de la Declaración universal de derechos Humanos, dice: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; ese derecho incluye no ser molestado a causas de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y difundirlas sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. También, nuestra Constitución, en su artículo 20 proporciona un mayor contenido a la libertad de expresión que incluye asimismo, unos límites. Así, en su apartado 6, dice: “estas libertades tienen su límite en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”.

 

 Hoy en día, cada vez son más personas las que, mediante distintos medios como son las redes sociales, las canciones o la prensa escrita, aprovechan para realizar una crítica social de la realidad que están viviendo, haciendo en muchos casos afirmaciones y amenazas que podrían ser constitutivos de multa o, en ocasiones, penas de prisión. La mayoría de las personas que se ven inmersas en este tipo de situaciones, creen estar a salvo por lo que se conoce como el derecho a la libertad de expresión, (derecho fundamental y característico de toda democracia), ignorando que este derecho, por ley, tiene limitaciones, aunque sin libertad de expresión no podría haber participación de la sociedad en la toma de decisiones políticas y, por tanto, no podríamos hablar de democracia.

 

En Madrid, Lérida, Tarragona, Valencia y, con más gravedad en Barcelona, cientos de encapuchados arrasan lo que se les pone por delante, quemando mobiliario urbano, apedreando policías, destruyendo escaparates y saqueando comercios, (sólo los de marca y lujo y ninguna librería. Robar un libro, ¿para qué?) con la excusa de protestar por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél reivindicando libertad de expresión. Las declaraciones del portavoz del partido de Podemos que gobierna en coalición—ignoran que forman parte del gobierno, que no están en la oposición--, no ayudan a calmar los ánimos y sí a echar gasolina al fuego al manifestar “todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles”. Lo vivido hace días en las calles de Barcelona, no es defender la libertad de expresión, ni es manifestación pacífica. La tibieza en las manifestaciones de algunos dirigentes políticos incluidos en el Gobierno en no condenar la violencia, y reclamar “elementos de control democrático” sobre los medios de comunicación, vuelve a poner en entredicho su defensa de la libertad de expresión.

 

Seguramente, cuando estas líneas salgan a la luz, se habrán olvidado de Pablo Hasél. Ésta ha sido la espita que aprovechan pequeños grupos antisistemas, todos jovencísimos, a los que se unen consabidos delincuentes (el 90% de los detenidos son reincidentes y ya fichados por la policía), que ven una oportunidad para sembrar el caos y realizar los saqueos. Unos pocos incitan a muchos y parece que son más, pero no es así. Las protestas son el síntoma de un malestar más profundo entre los jóvenes que no se concreta con el encarcelamiento de un rapero en particular. La juventud es muy amplia y, sobre todo, muy diversa y hablar siempre de los jóvenes nos genera el problema de que metemos en el mismo saco a gente que, en realidad, tiene muy poco que ver al margen de su edad biológica. Con una tasa de paro del 40% para los menores de 25 años, es posible hablar de un mayor impacto de la crisis entre ellos.

 

Se produce una generación descreída, que no confía en lo que le dicen porque son promesas vacías. A la generación de la crisis de 2008 le pasó eso. Les dijeron que tenían que estudiar y formarse; luego estudió, se formó y acabó en el extranjero. Los que vienen después se dan cuenta, porque han tenido hermanos mayores o han visto a los que se han ido antes, que han hecho mucho y han obtenido poco. Y ahora les dicen desde el Gobierno que tienen que hacer esto o lo otro, y no se lo creen. Los sucesivos escándalos de corrupción de la clase política, las revelaciones sobre la Corona en los últimos años, ha impactado también en los jóvenes. Esta incertidumbre genera mucha ansiedad en ellos y sirve como caldo de cultivo para cualquier tipo de brote o situación que pueda acabar desencadenando un conflicto en el futuro. ¿Hasta qué punto va a ser sostenible a largo plazo? Hay muchos jóvenes que viven de sus padres y de la estabilidad de sus padres con un futuro incierto. A largo plazo la situación es complicada que habría que ir corrigiendo ya, sin más dilación.

 

Libertad de expresión sí, sin cortapisas con las limitaciones que incluyan injurias, calumnias, apología de la violencia, incitación al odio y especialmente, respetando el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen. Y si queremos otra cosa, cambiemos la ley.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

        

 

 

        

 

lunes, 1 de febrero de 2021

LOS MALES DE NUESTRA POLÍTICA


 

Aunque existen muchas definidades para catalogar los males de nuestra política, se podrían sintetizar en tres palabras: autoritarismo, corrupción e ineptitud. “Los políticos son todos iguales”…, la frase es el titular que se repite cada día. No indagamos por hartazgo, desinterés o apatía, pero nos tienta meter a todos, buenos y mediocres, en el mismo saco; aunque los representantes públicos hacen bien poco para mejorar esta imagen. La barra de cada bar (bueno, ahora con la pandemia no) es a veces la mejor encuesta del CIS que existe. El mundo y los países en particular están pasando por una etapa de problemas, algunos muy preocupantes, y lo más fácil, (yo lo hago a menudo) es echar la culpa a los políticos. Es casi algo común oírlo decir: por su ineficiencia, sus defectos, su facilidad para corromperse, y así, un largo etcétera. Pero, ¿son lo políticos los culpables de todos los males?, ¿cuáles son los defectos que hacen que los cargos públicos sean incapaces de solucionar problemas y, en muchos casos, sólo los agraven?

 

         Podemos decir que esta culpa está compartida por una gran cantidad de factores. No debe atribuirse sólo a los representantes públicos. Es verdad que los políticos tienden, en muchos casos, quizá demasiados, en poner sus intereses y/o los de su partido por encima de los intereses generales; sus ambiciones de poder, su autoritarismo a veces,  les hacen perder la visión de los verdaderos problemas. La falta de honestidad y ética en sus actuaciones, la tendencia a nombrar asesores que, casi siempre, carecen de la preparación adecuada para el puesto, pues se trata de amigos, cuando no de familiares e incondicionales creando redes de poder basadas en una cadena de favores que les asegura su mantenimiento (y aquí meto a derecha e izquierda). La ausencia de un protocolo de requisitos que hace que entren en el mundo de la política personas sin preparación, y que su único objetivo es su propio beneficio personal. La falta de responsabilidad política en el cumplimiento de su cargo, la ausencia de valores que, en definitiva, ocasiona un gran problema de falta de credibilidad. No existe respeto a sus rivales, la crispación y las continuas peleas, su excesivo ego, la demagogia, la mentira usada a discreción y con facilidad que es un desprecio a la inteligencia de los votantes, etc., etc., etc.

 

         Pero, por mucha rabia que nos den estas situaciones, hay que recalcar que estos hechos no son generalizados y debemos ser capaces de distinguir los actos que se hacen con honestidad. Son personas humanas como cualquiera de nosotros y, por tanto, tan imperfectos como cualquiera, aunque no renunciemos a la inestimable crítica que debemos efectuar sobre ellos. Ya hemos dicho que la culpa es compartida por una cantidad de factores. Por ejemplo, los medios de comunicación también tienen su parte de culpa; en ocasiones por su excesiva parcialidad y otras veces porque los periodistas se deben a lo que la línea editorial ordena. El resultado es que lo que llega a los lectores, está contaminado.

 

         También influye el sistema electoral. No es lo mismo votar a una lista que a un candidato determinado, y usar un sistema basado en la Ley D´Hondt que no es más que una fórmula matemática que, quizá no sea ni la más proporcional ni la más justa, pues se toma como circunscripción la provincia, en vez de la comunidad autónoma o, si me apuran, el territorio nacional. En el sistema que tenemos en España ya sabemos que los escaños que se adjudican a las distintas candidaturas, no se corresponden con el número de votos recibidos. Así, “Ezquerra R. de Cataluña” (ERC) tiene 13 escaños con 875.000 votos, mientras que “Cs” con 1,6 millones le corresponden 10 escaños. “Teruel Existe” tiene 1 escaño con 19.700 votos, mientras que “Bloque N. Galego” (BNG), con 120.000 votos también tiene 1 escaño. Mención aparte merece el “Voto en Blanco” que debería tratarse como una candidatura más y, si le correspondiera algún escaño, debería estar vacío porque así lo han manifestado los votantes. Esto no existe.

 

         Pero no pensemos que toda la culpa es de los partidos y de los políticos. También nosotros, los votantes, tenemos mucha culpa pues quizá votamos con los sentimientos y no con la razón. Hay gente que, dependiendo de su ideología, siempre votará a esa tendencia. Puede cambiar de partido político, pero votará siempre en esa línea. También están los que la ideología no les importe tanto, y prefieren buenos gestores, sin importarles su trayectoria ideológica. Hay de todo, pero al final, somos los verdaderos responsables de tener un gobierno u otro. En resumen, los políticos son culpables de muchas cosas, pero su culpa es compartida. Y si queremos que nuestra democracia, con todas sus imperfecciones, sea mejor, debemos comenzar por comprender que es una responsabilidad de todos, absolutamente de todos. Y si algo no nos gusta debemos luchar para que eso cambie.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

 

          

 

 

 

 

 

 

sábado, 2 de enero de 2021

ADIÓS 2020


       

Por fin se fue. ¡Qué ganas teníamos! Es probable que este año que ha terminado, haya sido el peor de la historia para muchas personas o al menos de sus vidas. Aunque la humanidad haya vivido dos guerras mundiales, una Gran Depresión y muchas otras pandemias, lo cierto es que el 2020 ha tenido una serie de connotaciones que nos han obligado a reflexionar sobre el valor de la vida, la fragilidad del ser humano y, por supuesto, el enorme papel de la ciencia y la tecnología para contribuir en el progreso de los países. Ante una debacle como la vivida durante este año, no importa si unos países son más ricos que otros, las empresas más grandes o pequeñas o incluso qué tan poderosas desde la perspectiva económica, lo más importante es la capacidad de sus ciudadanos de entender que del cuidado particular, depende el bienestar colectivo. No se me olvidará aquel día que todo se detuvo: empresas, gobiernos, las personas y, en general, todo lo que representara exponerse en las calles. Esa escena de mirar por la ventana y encontrar la desolación y ausencia de todo, nos invitará a recordar la necesidad de la familia, los amigos y la interacción social. Hemos aprendido que no hay que confundir lo urgente con lo importante, que el mundo no es nuestro, sino que habitamos en él.

 

          La pandemia ha reforzado el concepto de que no somos inmortales, ni invencibles; por el contrario, hemos sido testigos cómo de un simple plumazo, se puede borrar por completo el mundo como lo conocíamos y creíamos inalterable. Este país cuya principal fuente de ingresos es el turismo, ¿podríamos imaginar que se necesitara un rescate para la hostelería? Un sector que, junto al turismo, mayores divisas genera en España. Este 2020 que hemos dejado ha sido un año atípico. No puede compararse con cualquier otro. Nos ha inducido a esforzarnos más ante los cambios, nos ha obligado a un nuevo aprendizaje y resiliencia (capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.). No pudimos viajar, pero quizá pudimos dedicarle más tiempo a nuestros seres queridos. Tuvimos que ponernos una mascarilla, pero al menos pudimos continuar respirando. No pudimos abrazar y besar a nuestros padres y abuelos, pero también aprendimos a decirles más veces “te quiero”. Si, el 2020 nos ha quitado muchas cosas, pero nos ha enseñado a valorar mucho más las que tenemos. 

 

          Con las nuevas vacunas parece que todo podrá volver pronto a la normalidad. Después de un año duro, de no poder ver a muchos de nuestros familiares,  la situación no va a ser diferente. El calor humano, los besos, los abrazos seguirán siendo los grandes ausentes.  Este hecho me hace, una vez más, darme cuenta de que el aprendizaje del año que dejamos es el de disfrutar nuestra libertad, de las pequeñas cosas y de los momentos compartidos que podíamos disfrutar y no valoráramos lo suficiente, pues era algo que conseguíamos sin hacer ningún esfuerzo, algo que dábamos por hecho que siempre tendríamos. Esto ha sido 2020 un año que se va, nos deja, para no volver jamás salvo en forma de triste recuerdo. Y en su lugar llega 2021 que nace con esperanza, pues es lo único que no nos puede quitar el virus, pero sin que sepamos a ciencia cierta cómo llegará a ser finalmente. Es la vida misma. El año 2020 será único e irrepetible; por la crudeza de sus días y la enseñanza de su tiempo y en honor a todas las personas que se fueron, y con amor para todas las que seguimos.

 

          Ya se sabe que la primera víctima de cualquier conflicto es la verdad. Oyes a unos, lees a otros, y te das cuenta de que cada responsable político nos está enviando mensajes que buscan, o bien eludir su responsabilidad, o bien proclamar sus logros. Es inadmisible que en este país haya 17 formas distintas de protocolos para combatir la pandemia, para tratar la Navidad, etc., es una dejación de funciones manifiesta. La guerra no es contra el coronavirus, es entre ellos. Los profesionales sanitarios, que conocen la verdad porque la viven en sus carnes, se indignan y lo hacen saber a través de las redes sociales o a sus sindicatos, que funcionan como resguardo del derecho al pataleo. La verdad existe y sólo nos llega con cuentagotas.

 

          Un año que nos ha dejado demostrándonos que el tiempo es un gigante que no se detiene, que nos deja amistades y vacios por quienes se fueron y que, además, es una oportunidad para volver a empezar. Hoy el mundo sigue girando y nuestros problemas seguirán siendo los mismos, pero también podremos sonreír al tener una página en blanco y mil historias por escribir y otras más que contar; que tenemos sonrisas nuevas por descubrir y también canciones por cantar, amores por vivir, viajes que hacer y música por escuchar. Seguir avanzando. El primer paso no nos lleva donde queremos ir, pero nos saca de donde estamos. Nunca es demasiado tarde para establecer un nuevo objetivo o para soñar un nuevo sueño. ¡¡Bienvenido 2021!!

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspost.com