Hoy en día, cada vez son más personas las que,
mediante distintos medios como son las redes sociales, las canciones o la
prensa escrita, aprovechan para realizar una crítica social de la realidad que
están viviendo, haciendo en muchos casos afirmaciones y amenazas que podrían
ser constitutivos de multa o, en ocasiones, penas de prisión. La mayoría de las
personas que se ven inmersas en este tipo de situaciones, creen estar a salvo
por lo que se conoce como el derecho a la libertad de expresión, (derecho fundamental
y característico de toda democracia), ignorando que este derecho, por ley, tiene
limitaciones, aunque sin libertad de expresión no podría haber participación de
la sociedad en la toma de decisiones políticas y, por tanto, no podríamos
hablar de democracia.
En
Madrid, Lérida, Tarragona, Valencia y, con más gravedad en Barcelona, cientos
de encapuchados arrasan lo que se les pone por delante, quemando mobiliario
urbano, apedreando policías, destruyendo escaparates y saqueando comercios,
(sólo los de marca y lujo y ninguna librería. Robar un libro, ¿para qué?) con
la excusa de protestar por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél
reivindicando libertad de expresión. Las declaraciones del portavoz del partido
de Podemos que gobierna en coalición—ignoran que forman parte del gobierno, que
no están en la oposición--, no ayudan a calmar los ánimos y sí a echar gasolina
al fuego al manifestar “todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están
pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles”. Lo vivido hace días
en las calles de Barcelona, no es defender la libertad de expresión, ni es
manifestación pacífica. La tibieza en las manifestaciones de algunos dirigentes
políticos incluidos en el Gobierno en no condenar la violencia, y reclamar
“elementos de control democrático” sobre los medios de comunicación, vuelve a
poner en entredicho su defensa de la libertad de expresión.
Seguramente,
cuando estas líneas salgan a la luz, se habrán olvidado de Pablo Hasél. Ésta ha
sido la espita que aprovechan pequeños grupos antisistemas, todos jovencísimos,
a los que se unen consabidos delincuentes (el 90% de los detenidos son
reincidentes y ya fichados por la policía), que ven una oportunidad para
sembrar el caos y realizar los saqueos. Unos pocos incitan a muchos y parece
que son más, pero no es así. Las protestas son el síntoma de un malestar más
profundo entre los jóvenes que no se concreta con el encarcelamiento de un
rapero en particular. La juventud es muy amplia y, sobre todo, muy diversa y
hablar siempre de los jóvenes nos genera el problema de que metemos en el mismo
saco a gente que, en realidad, tiene muy poco que ver al margen de su edad
biológica. Con una tasa de paro del 40% para los menores de 25 años, es posible
hablar de un mayor impacto de la crisis entre ellos.
Se
produce una generación descreída, que no confía en lo que le dicen porque son
promesas vacías. A la generación de la crisis de 2008 le pasó eso. Les dijeron
que tenían que estudiar y formarse; luego estudió, se formó y acabó en el
extranjero. Los que vienen después se dan cuenta, porque han tenido hermanos
mayores o han visto a los que se han ido antes, que han hecho mucho y han
obtenido poco. Y ahora les dicen desde el Gobierno que tienen que hacer esto o
lo otro, y no se lo creen. Los sucesivos escándalos de corrupción de la clase
política, las revelaciones sobre la Corona en los últimos años, ha impactado
también en los jóvenes. Esta incertidumbre genera mucha ansiedad en ellos y
sirve como caldo de cultivo para cualquier tipo de brote o situación que pueda
acabar desencadenando un conflicto en el futuro. ¿Hasta qué punto va a ser
sostenible a largo plazo? Hay muchos jóvenes que viven de sus padres y de la
estabilidad de sus padres con un futuro incierto. A largo plazo la situación es
complicada que habría que ir corrigiendo ya, sin más dilación.
Libertad
de expresión sí, sin cortapisas con las limitaciones que incluyan injurias,
calumnias, apología de la violencia, incitación al odio y especialmente,
respetando el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen. Y si queremos
otra cosa, cambiemos la ley.
Miguel
F. Canser