viernes, 11 de abril de 2008

LIBERTAD Y DIGNIDAD HUMANA




Las imágenes ofrecidas de la ciudadana francesa Chantal Sébire, de 52 años, maestra, madre de 3 hijos, que padecía un tumor maligno e incurable que le afectaba toda la cara, han sido sobrecogedoras. Esta ciudadana francesa había solicitado permiso a las autoridades de su país para que la ayudaran a morir, pues el diagnóstico era que, dicho tumor, la acabaría matando sufriendo terribles dolores, por lo que no tenía sentido prolongar su agonía y entendió que su proyecto de vida había concluido. Últimamente no podía ver bien, y había perdido el gusto y el olfato. Ante la negativa a su solicitud, Chantal apareció muerta en su domicilio por ingestión, en dosis mortal, de “Pentobarbital”; un barbitúrico no disponible en farmacias que se utiliza en el sector veterinario.


Este hecho ha suscitado de nuevo la polémica sobre la eutanasia, y de nuevo surgen los detractores y los que están a favor. Personalmente declaro que mi opinión no está influenciada por ningún motivo religioso, económico, ni político, pues considero que, por encima de estos temas, está la libertad individual, cuya soberanía radica en el propio individuo, el derecho inalienable de cada ser humano a vivir y morir con dignidad.

Existen varios tipos de eutanasia pero sólo voy a referirme a las que se puedan aplicar a enfermos terminales, sin ningún tipo de esperanza. Todos tenemos experiencia de vivir o haber vivido la enfermedad mortal de un ser querido sometido a múltiples tratamientos, prolongando su vida a expensas de un sufrimiento innecesario y nula calidad de vida.

Alguien dirá: “Una cosa es morir y otra matar”; “ningún médico puede desistir de la asistencia médica a un paciente y menos quitarle la vida”. Es evidente que la asistencia médica debe dirigirse a salvar la vida, no escatimando medios para su logro, sin embargo muchos médicos reconocen que, en muchos casos, se prolonga la vida del paciente a expensas de un sufrimiento innecesario y sin ninguna posibilidad futura. Si se desconectara la máquina, o dejaran de suministrar el tratamiento que les mantiene con vida (artificialmente), morirían sin remedio. En estas situaciones, ¿debemos prolongar la vida a cualquier precio? ¿Es humano permitir que continúe esa agonía insoportable? Lo curioso es que, cualquier paciente, puede y tiene derecho a renunciar a un tratamiento. Nadie puede obligarle a aceptarlo, aun a expensas de su propia vida. ¿No es esto una forma de dejarle morir?

Además de un problema médico, político o social, la eutanasia adquiere una dimensión moral. La Iglesia también se pronuncia: “Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente”. “La eutanasia implica matar a un ser querido por Dios que vela por su vida y por su muerte”; “es un grave pecado que atenta contra el hombre y contra Dios”. Es la misma Iglesia que no condena, en toda circunstancia las guerras --donde mueren los más inocentes-- y la pena de muerte, y en cambio exalta el martirio. ¿Por qué se empeña en que el dolor y el sufrimiento gratuito nos fortalecen? ¿Nos fortalece?, ¿de qué?

Estoy seguro de que en España, si se hiciera una consulta popular sobre la regulación de la eutanasia, similar a la existente en Bélgica, Holanda y Suiza, la mayoría la aprobaría.

El derecho de las personas a vivir y morir dignamente, se relaciona estrechamente con el principio de autonomía personal; por lo que no existe derecho más importante que el de cada individuo a estar en posesión y control de su propia persona, libre de toda restricción o interferencia de otros. La dignidad humana sin este derecho, estaría desprovista de contenido. Ninguna persona renuncia a la vida si ésta mereciera conservarse.


Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com

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