martes, 8 de julio de 2008

UNA NUEVA MASCULINIDAD

Han sorprendido las recientes declaraciones de la nueva ministra Bibiana Aído y su nuevo Ministerio de la Igualdad. En una entrevista, publicada en “El País”, señala claramente el objetivo de su Ministerio: conseguir “una sociedad más igualitaria en el ámbito laboral y económico y la lucha contra la violencia de género”. “Crearemos un teléfono para hombres que les ayudará a resolver dudas que hemos detectado”….”sobre la violencia, divorcio, paternidad. Hay que trabajar sobre una nueva masculinidad”.

No sé si será efectivo o no lo del teléfono para hombres. El tiempo, como siempre, dará o quitará razones. Pero, ¿por qué un teléfono de ayuda al ciudadano hombre y mujer por separado?, ¿por qué no un único número?, ¿quién atenderá la llamada?, ¿hombre o mujer?, para conseguir la igualdad, ¿es necesaria esta separación? En fin. Esperamos y deseamos que la ministra acierte y como ella dice: “trabajando por una sociedad más igualitaria combatimos la violencia”. En este tema tan delicado, procuremos no caer en la generalidad, cada caso de violencia ha de analizarse por separado, atendiendo a las particularidades y circunstancias específicas de cada persona. No lo tiene fácil la ministra pues tiene pocos medios (43MM. de euros) y, prácticamente, ninguna competencia y mucha dependencia de la actuación de otros ministerios; sobre todo del Ministerio de Justicia que debe resolver el tema de la violencia de género: “
Se trata de que establezcamos las líneas de actuación, que diseñemos dónde queremos ir, y el resto de los ministerios tienen un compromiso claro con la igualdad”.

Entendemos por igualdad el principio que reconoce a todos los seres humanos capacidad para los mismos derechos con independencia de su raza, sexo, religión, condición social y circunstancia personal. Esta es la teoría, pero la práctica es otra cosa. Hay desigualdad porque tenemos necesidades. Lo que encadena a nuestra especie es que subordina una persona a otra y, aunque esto no es en si mismo desigualdad, es una dependencia o subordinación. La dependencia puede convertirse, por necesidad, en servidumbre.

La mujer, aunque ha experimentado un gran avance, todavía debe recorrer un largo camino. Sólo hay que observar el cambio social producido desde los años 50, 60 y 70, pues la mujer se alza, y hace frente a la represión masculina. Y esto cambia cuando la necesidad apremia. Cuando falta lo más necesario, y la mujer empieza a trabajar fuera de casa, el hombre empieza también a cambiar su rol. La identidad masculina se ha configurado siempre en términos de competitividad y de poder; sentimientos como el miedo, las lágrimas, la ternura, etc., no tenían cabida en el estereotipo del hombre. Cuando la mujer participa, codo con codo, y compite con el hombre no sólo en tareas de obtención de ingresos, sino en tareas de pensamiento, cambia el rol de ambos. Aun queda pendiente, y en esto tiene mucho que trabajar el nuevo ministerio, la equiparación en el poder. Es necesario avanzar mucho más.

Tiene sentido proponer este cambio pero es cierto que el planteamiento de masculinidad-feminidad se consigue más desde la necesidad que con una fuerte campaña mediática y desde la legislación. Las leyes para esto no sirven. ¿Carné masculino por puntos? Evidentemente, no.

El desarrollo de la identidad (mujer u hombre) se forja dependiendo de su entorno social y cultural. Es indudable que existen diferencias físicas y psicológicas entre ambos sexos, y sus distintas identidades se manifiestan dependiendo de la relación familiar, costumbres, normas o estereotipos de la sociedad que viven. Hay que superar los baremos y las normas sociales vigentes. Me gustaría que, a partir de ahora, en vez de hablar de hombre y mujeres, habláramos de personas; que permitan, en libertad, el desarrollo personal y profesional de cada uno en igualdad de oportunidades, exteriorizar la emociones y participar en una relación profunda con los demás.


Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com