martes, 1 de diciembre de 2015

PROMESAS ELECTORALES

Una promesa electoral es una promesa hecha al público por un político que está tratando de ganar unas elecciones. Las promesas electorales son parte de un programa electoral y suelen contener ideales no definidos y generalizaciones como también promesas específicas.  Son un elemento esencial para lograr que la gente vote por un candidato  u otro. Por ejemplo, una promesa como reducir los impuestos o  introducir nuevos programas sociales puede definir la intención del votante. El próximo día 20 de diciembre se celebran las elecciones generales de este País y los aspirantes nos van a bombardear con las bondades de sus programas; incluso, más de uno, realizará promesas que saben no van a ser capaces de cumplir, ni siquiera intención de realizarlas; sobre todo aquellos candidatos que saben a ciencia cierta que no van a salir elegidos.  No les importará prometer y prometer proyectos irrealizables porque no se van a ver comprometidos en su realización. La experiencia, después de casi 40 años de democracia, es que los elegidos no llevarán a cabo, mayoritariamente, todo lo que prometieron; máxime cuando dependemos de los jefes de la Unión Europea que están como una espada de Damocles para que no te desvíes de “su proyecto”. Esta es la excusa que tienen nuestros políticos.

            Pero, ¿el ciudadano de a pie se impregna de los distintos programas electorales para decidir su voto? Sinceramente creo que no. Se vota por afinidad, por ideología (lo hayan hecho bien  o no), por costumbre, por cambiar, por continuidad, por temor, por castigo... o por la combinación de varias razones a la vez. Cada uno tiene las suyas. “Yo nunca votaré a la derecha o a la izquierda”, porque “es paisano mío”, etc. Aunque existe un gran número de votantes indecisos que votarán a un partido o a otro, dependiendo de lo que hayan hecho la legislatura anterior; y este voto sí que resulta decisivo para ganar unas elecciones.  Estamos acostumbrados a no creerles cuando hacen promesas. Nos hemos acostumbrado a ser escépticos cuando leemos, oímos o vemos a los políticos explicando sus propuestas electorales y en nuestra mente ya tenemos instaurado el mantra de la vaciedad de la palabra del político. Sin embargo, convocatoria electoral tras convocatoria votamos porque es nuestra obligación hacerlo. Y por lo que reflejan las encuestas para los próximos comicios de este año lo haremos incluso por encima de elecciones pasadas. Eso significa que no decimos toda la verdad cuando manifestamos ese escepticismo y desapego político o que nuestros criterios a la hora de valorar nuestro voto han ido evolucionando y son distintos a los de hace años. Es decir, ese abanico abierto de la razón del voto se adapta a la circunstancia electoral de cada momento. Cada coyuntura electoral, por supuesto, es diferente. Y la de las elecciones generales de finales de año, también.

 Pero para la inmensa mayoría hay una variable prácticamente común, y no es otra que la exigencia de sinceridad al político o a la formación a la cual dirigimos el voto. Es decir, le creamos o no, le hayamos votado por esa o por cualquier razón, al político se le exige sinceridad primero y coherencia después. En este sentido, a pesar de la frecuencia con que los políticos ceden ante la comodidad de propuestas fáciles de enunciar y vender pero imposibles de cumplir, deben saber que más tarde o más temprano el ciudadano les pasará factura. Eso, si antes no los castiga por tratarlos como idiotas. Lo digo porque muchos candidatos, en la actual precampaña, ya han empezado a caer en la tentación. Y si aún falta menos de un mes para la convocatoria próxima, no les digo lo que serán los últimos días. Que lo tengan en cuenta.

Quizá sería aconsejable obligar de alguna manera, por ley, a cumplir el programa electoral por el que ha sido elegido. Para mí, y así está sustentado en el espíritu de la ley, un programa electoral es como un contrato (no mercantil) entre representante y representado; y cuando un partido político no sólo no lo cumple,  sino que hace todo lo contrario a lo que prometió y por lo que se le votó, resulta una alarma social que, de alguna manera, ese partido o candidato, debe ser castigado por engañar al electorado. Debería estar deslegitimado para seguir gobernando. Escandaloso ha sido el caso del programa con el que el Sr. Rajoy y el P.P. ganaron las elecciones generales del 2011. Subió los impuestos cuando prometió bajarlos, recortes sanitarios y sociales cuando prometió lo contrario, rescate millonario a las antiguas Cajas de Ahorro a costa del bolsillo del contribuyente (aquí dijeron que no: también mintieron); todavía hoy, según las encuestas,  sigue siendo la primera intención de voto de los ciudadanos……. Respeto  quien lo haga, aunque me cueste entenderlo.

Los programas de los partidos se parecen mucho a los presentados la legislatura anterior, parecen un calco de ella y ésta de la anterior. Se repiten constantemente porque no se han cumplido en su inmensa mayoría. En fin, la cuestión tiene una doble cara: la responsabilidad política de cumplir los compromisos, expresados en promesas y programas, y la responsabilidad de elegir con responsabilidad y sensatez que corresponde a los electores (razón que convierte en políticos a todos los ciudadanos de la democracia aunque no tengan cargo alguno, guste o no). El derecho a elegir es la columna vertebral de la democracia, y conlleva la obligación de elegir lo mejor posible.

Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com