Una promesa
electoral es una promesa hecha al público por un político que está
tratando de ganar unas elecciones. Las promesas electorales son parte de un
programa electoral y suelen contener ideales no definidos y generalizaciones
como también promesas específicas. Son
un elemento esencial para lograr que la gente vote por un candidato u otro. Por ejemplo, una promesa como
reducir los impuestos o introducir
nuevos programas sociales puede definir la intención del votante. El próximo
día 20 de diciembre se celebran las elecciones generales de este País y los
aspirantes nos van a bombardear con las bondades de sus programas; incluso, más
de uno, realizará promesas que saben no van a ser capaces de cumplir, ni
siquiera intención de realizarlas; sobre todo aquellos candidatos que saben a
ciencia cierta que no van a salir elegidos.
No les importará prometer y prometer proyectos irrealizables porque no
se van a ver comprometidos en su realización. La experiencia, después de casi
40 años de democracia, es que los elegidos no llevarán a cabo,
mayoritariamente, todo lo que prometieron; máxime cuando dependemos de los
jefes de la Unión Europea que están como una espada de Damocles para que no te
desvíes de “su proyecto”. Esta es la excusa que tienen nuestros políticos.
Pero,
¿el ciudadano de a pie se impregna de los distintos programas electorales para
decidir su voto? Sinceramente creo que no. Se vota por afinidad, por ideología
(lo hayan hecho bien o no), por
costumbre, por cambiar, por continuidad, por temor, por castigo... o por la
combinación de varias razones a la vez. Cada uno tiene las suyas. “Yo nunca
votaré a la derecha o a la izquierda”, porque “es paisano mío”, etc. Aunque
existe un gran número de votantes indecisos que votarán a un partido o a otro,
dependiendo de lo que hayan hecho la legislatura anterior; y este voto sí que
resulta decisivo para ganar unas elecciones.
Estamos acostumbrados a no creerles cuando hacen promesas. Nos hemos
acostumbrado a ser escépticos cuando leemos, oímos o vemos a los políticos
explicando sus propuestas electorales y en nuestra mente ya tenemos instaurado
el mantra de la vaciedad de la palabra del político. Sin embargo, convocatoria
electoral tras convocatoria votamos porque es nuestra obligación hacerlo. Y por
lo que reflejan las encuestas para los próximos comicios de este año lo haremos
incluso por encima de elecciones pasadas. Eso significa que no decimos toda la
verdad cuando manifestamos ese escepticismo y desapego político o que nuestros
criterios a la hora de valorar nuestro voto han ido evolucionando y son
distintos a los de hace años. Es decir, ese abanico abierto de la razón del
voto se adapta a la circunstancia electoral de cada momento. Cada coyuntura
electoral, por supuesto, es diferente. Y la de las elecciones generales de
finales de año, también.
Pero para la inmensa mayoría hay una variable
prácticamente común, y no es otra que la exigencia de sinceridad al político o
a la formación a la cual dirigimos el voto. Es decir, le creamos o no, le
hayamos votado por esa o por cualquier razón, al político se le exige
sinceridad primero y coherencia después. En este sentido, a pesar de la
frecuencia con que los políticos ceden ante la comodidad de propuestas fáciles
de enunciar y vender pero imposibles de cumplir, deben saber que más tarde o
más temprano el ciudadano les pasará factura. Eso, si antes no los castiga por
tratarlos como idiotas. Lo digo porque muchos candidatos, en la actual
precampaña, ya han empezado a caer en la tentación. Y si aún falta menos de un
mes para la convocatoria próxima, no les digo lo que serán los últimos días.
Que lo tengan en cuenta.
Quizá sería aconsejable
obligar de alguna manera, por ley, a cumplir el programa electoral por el que
ha sido elegido. Para mí, y así está sustentado en el espíritu de la ley, un
programa electoral es como un contrato (no mercantil) entre representante y
representado; y cuando un partido político no sólo no lo cumple, sino que hace todo lo contrario a lo que
prometió y por lo que se le votó, resulta una alarma social que, de alguna
manera, ese partido o candidato, debe ser castigado por engañar al electorado.
Debería estar deslegitimado para seguir gobernando. Escandaloso ha sido el caso
del programa con el que el Sr. Rajoy y el P.P. ganaron las elecciones generales
del 2011. Subió los impuestos cuando prometió bajarlos, recortes sanitarios y
sociales cuando prometió lo contrario, rescate millonario a las antiguas Cajas
de Ahorro a costa del bolsillo del contribuyente (aquí dijeron que no: también
mintieron); todavía hoy, según las encuestas,
sigue siendo la primera intención de voto de los ciudadanos……. Respeto quien lo haga, aunque me cueste entenderlo.
Los programas de los
partidos se parecen mucho a los presentados la legislatura anterior, parecen un
calco de ella y ésta de la anterior. Se repiten constantemente porque no se han
cumplido en su inmensa mayoría. En fin, la cuestión tiene una doble cara: la
responsabilidad política de cumplir los compromisos, expresados en promesas y
programas, y la responsabilidad de elegir con responsabilidad y sensatez que
corresponde a los electores (razón que convierte en políticos a todos los
ciudadanos de la democracia aunque no tengan cargo alguno, guste o no). El derecho a elegir es la columna vertebral
de la democracia, y conlleva la obligación de elegir lo mejor posible.
Miguel
F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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