viernes, 1 de abril de 2016

CANSANCIO

Han pasado más de 100 días desde que se celebraron las elecciones generales, y aún no hay signos de poder vislumbrar la composición de un gobierno que pueda estabilizar la vida diaria de todos los españoles; es decir,  la atención de los asuntos más urgentes que ya no se pueden dilatar más en el tiempo: la reforma laboral, el paro, la sanidad, la educación, los temas pendientes  con la Unión Europea, sin olvidar una reforma profunda de nuestro sistema electoral. No pueden esperar. Su transitoriedad y la incertidumbre que supone a los agentes sociales y empresariales, está perjudicando notablemente la convivencia diaria; postergando asuntos que ya muchos claman y demandan a nuestros políticos se dediquen, de una vez por todas, al mandato que los ciudadanos han plasmado en las urnas: diálogo y consenso para establecer un gobierno multicolor, sin mayorías,  para que, cada formación política aporte una pizca (no un todo) de su programa electoral. En definitiva, se trata de negociar, no de imponer ni exigir.

Parece que nuestros políticos esto no lo han comprendido, quizá porque no están acostumbrados al resultado de las últimas elecciones. Siempre se han movido en mayorías absolutas o rozando éstas, y el consenso se limitó con un partido minoritario, a nivel nacional y de tinte nacionalista. Pero ahora ha cambiado todo, y tienen que adaptarse.  No están entrenados en la negociación, y mucho menos, en ceder de su parte para llegar al acuerdo. Los ciudadanos han hablado y han dicho lo que quieren. No pueden obligarnos a volver a votar. No pueden decirnos que no les ha gustado lo que hemos decidido, que no están de acuerdo, y que volvamos a hablar. Dedíquense a lo que se le ha encomendado, trabajen en ello.

La sociedad está cansada y descorazonada, y contempla con hastío creciente a unos representantes incapaces de mirar más allá de sus propias siglas; parecen condenados a vivir, jornada tras jornada, el día de la marmota, arrastrando consigo el fruto de los muchos esfuerzos que durante los últimos largos años han hecho los ciudadanos. O despiertan, decididos a cambiar el rumbo, o todos, ellos mismos también, acabarán por pagarlo. El diálogo y el consenso son dos firmes pilares sobre los que se levanta y sostiene el edificio de la democracia.. El diálogo, en democracia, es su seña de identidad. Cuando las partes no están dispuestas o predispuestas a dialogar, mediante el intercambio de sus opiniones y argumentos, se produce lo que gráficamente se conoce como “diálogo de sordos”.
Hablan, pero no se escuchan. Están parapetados en sus trincheras ideológicas y de partido y de ahí no se mueven.
Para que exista diálogo, tiene que haber ánimo dialogante. Se olvidan de una cosa esencial en toda democracia: respetar el pluralismo político.

Hasta ahora hemos asistido a una lucha por los sillones y por abarcar zonas de poder, vetando al político contrario a su ideología, cuando no a luchas intestinas para decidir quién manda en el partido y que estrategia seguir. La política se ha convertido en el paraíso de los charlatanes. Se aprenden de memoria el discurso políticamente correcto de cara a los medios de comunicación, pero actúan muy diferente. Su preocupación máxima corresponde a la obtención de votos y no escatiman esfuerzos para “vender su producto”, el que ellos quieren que nosotros “compremos”, obviando si ese producto es bueno para nosotros o no. El enemigo más temible de la democracia es la demagogia. Cuando alguien asume un cargo público, debe considerarse a sí mismo como propiedad pública.

Si la actividad política no se dirige hacia la búsqueda de la justicia y el bien común, termina por convertirse en un corrupto juego de intereses. Como decía Guy Mollet, “la coalición política es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”.

Miguel F. Canser