viernes, 30 de noviembre de 2018

¿TENEMOS PRIVACIDAD?

Muchas veces se nos llena la boca hablando de privacidad, de cómo mantener nuestros datos a salvo, de cómo hacer para que ésta o aquélla empresa no te espíe y no sepa nada sobre ti pero, en realidad, todo esto es un mito. La privacidad, definida como la “parte más interior o profunda de la vida de una persona, que comprende sus sentimientos, vida familiar o relaciones de amistad”, no existe en el mundo contemporáneo. Y no existe, no porque no pueda existir, sino porque nosotros mismos hemos querido que no exista. Estamos controlados. Sin darnos cuenta, vamos dejando un rastro cada vez que utilizamos el móvil, internet, tarjeta de crédito, o simplemente paseamos por la calle. En los últimos años ha proliferado de una forma asombrosa el uso de las redes sociales, a pesar de que psicólogos y sociólogos alertan de los peligros que el constante uso de las mismas puede acarrear tanto a corto como a largo plazo, lo cierto es que no dejan de multiplicarse el número de cuentas y perfiles en todas ellas: Facebook, Tuenti, Twitter,  Instagram, WhatsApp, etc., el problema, en la mayoría de los casos, es que los usuarios no somos conscientes de los potenciales riesgos que acarrea el uso de las redes sociales, sobre todo en lo que se refiere a la protección de nuestra privacidad. Es cierto que muchas de ellas cuentan con mecanismos que permiten restringir el acceso de ciertas personas a la información privada – como por ejemplo Facebook – pero también es cierto que eso no es, ni de lejos, suficiente para proteger nuestra intimidad y evitar que la misma caiga en manos inapropiadas. Si tu cuenta es privada para que “solo te vean tus amigos”, ¿cómo es que tienes 600-700 seguidores en ella?  ¿Tantos amigos tienes?

         Cada vez son más numerosas y sofisticadas las técnicas hacker desarrolladas para tener acceso a información privada de los usuarios de las redes sociales y de Internet en general y, mediante ellas, los expertos consiguen tener acceso no sólo a fotos o datos, sino incluso a comunicaciones privadas vía chat o e-mail. Según los expertos en seguridad informática,  4 de cada 10 usuarios de las redes sociales han sido víctimas de algún ciberdelito y en muchas ocasiones éstos ni siquiera son conscientes de que se ha violado su intimidad.
La mayoría de estos métodos están diseñados como auténticos anzuelos que captan la atención de la gente sin levantar sospechas sobre su ilicitud. Pero, ¿cuáles son algunas de estas técnicas utilizadas por los hackers? Uno de los clásicos métodos de delitos a través de las redes sociales, consiste en la creación de páginas web falsas con la apariencia de la red social en cuestión, con el objetivo de obtener la información del usuario cuando éste introduce su correo y contraseña para iniciar sesión. Otra famosa técnica que afecta especialmente a Facebook, la red social por excelencia, es la de un mensaje que llega y que promete ver quiénes visitan su perfil; al hacer click sobre el enlace, no sólo no se tiene acceso a la información prometida, sino que hemos permitido el acceso a nuestra cuenta. Y otra de las técnicas más empleadas es la de difundir falsos videos con morbo o contenido polémico de modo que se cae en la tentación de reproducirlo y con ello, no sólo permiten acceso al contenido privado de su perfil, sino que en no pocas ocasiones permiten la entrada de ciertos virus o malware en los dispositivos electrónicos.

         Debemos cuidarnos muy mucho de una red wifi gratuita en espacios públicos – como por ejemplo un aeropuerto – para que la gente se conecte, pues puede ser un camino de acceso a todos los datos que se esté enviando a través de Internet, entre ellos usuarios y contraseñas. Podríamos ver sus perfiles de las redes sociales, hacer un robo de identidad, difamar su información, cambiar los ajustes de privacidad, acceder a sus claves del correo electrónico, chatear con sus contactos;
al contrario de lo que muchos podrían pensar, lo cierto es que este tipo de conductas, no sólo son llevadas a cabo por bandas organizadas o estructuras del ciber-crimen, sino que cada vez más son empresarios quienes quieren tener acceso a la información privada de sus empleados, o ciudadanos que quieren hacer lo mismo respecto a sus parejas, familiares, amigos o vecinos. No olvidemos que Internet es global mientras que la legislación es local y, a día de hoy, no existe ningún tipo de armonización a nivel mundial que regule esta cuestión porque Internet, no tiene fronteras.

         Por ello, los usuarios debemos adoptar las medidas que estén a nuestro alcance para evitar dichas situaciones, tales como ser más cautelosos respecto a la información que publicamos en las redes sociales. A modo de ejemplo, los expertos en seguridad informática desaconsejan introducir en Internet demasiados datos personales así como fotos, direcciones, números de teléfono, posesiones materiales o costumbres y si aun así se llegan a producir violaciones contra nuestra intimidad, recomiendan denunciar los hechos. Esta recomendación es muy necesaria, sobre todo, para los más jóvenes, porque debemos entender que, en el momento en que un producto es gratis, el producto eres tú; no tú como tal, sino tu perfil. La publicidad online es el negocio del siglo XXI, y para que ésta funcione, se debe tener acceso a una ingente cantidad de datos que nosotros, los usuarios, cedemos a las empresas de forma completamente gratuita a cambio de nada, a cambio de que nos dejen subir nuestras fotos a su plataforma para compartirlas con nuestro amigos y, con mala suerte, con el resto del mundo.

Miguel F. Canser




jueves, 1 de noviembre de 2018

VERGONZOSO ESPECTÁCULO

El espectáculo ofrecido hace unos días en el Congreso de los Diputados, donde Pedro Sánchez comparecía para dar cuenta del Consejo Europeo que discutió el Brexit, y para explicar la posición española respecto a la venta de armas a Arabia Saudí, terminó en una sesión bronca y crispada entre  el Sr. Casado y el Sr. Sánchez, que roza lo esperpéntico. Seguro que les ha pasado alguna vez en la infancia. El niño que era dueño del balón quería ganar el partido; y si no era así, se lo llevaba. Lo mismo ocurría con la cuerda de saltar entre las niñas. Era cosa de niños, de niños mal criados, claro. El rifirrafe entre ambos ha sido notorio: “¿No se da cuenta de que es partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España?", le espetó el Sr. Casado a lo que el Presidente responde que, si no retira esas palabras de acusación, rompería relaciones con el Sr. Casado:"¡Si las mantiene, usted y yo no tenemos nada más de qué hablar!". Mi primera impresión fue que la falta de respeto, la desconsideración, las afirmaciones que rayan en el insulto han convertido el hemiciclo en un mercado chabacano, sin clase. Parece que los únicos argumentos para contradecir los del contrario político tienen que ir acompañados del desprestigio, no sólo político, sino también de la persona. La desafortunada afirmación de Casado, también se complementa con la de Sánchez. ¿Cómo es posible decir que rompen relaciones con el principal partido de la oposición con casi 8 millones de votos? Posteriormente, fuente de Moncloa aseguraron que el Presidente daba por rotas sus relaciones con Casado, no con el PP. Ya digo, como niños: “Ya no te ajunto”.

         No es la primera vez que esto sucede. Desde hace unos cuantos años estamos asistiendo al bochornoso espectáculo ofrecido por la clase política sin excepción, sin olvidar que el insulto no es cosa de uno sólo. Recuerdo cuando Sánchez llamó indecente al Sr. Rajoy y éste, cobarde e indigno al Sr. Sánchez, por no mencionar a otros líderes. Todo esto demuestra  hasta qué punto los políticos han degenerado en una casta privilegiada totalmente ajena a los intereses y necesidades del bien común. De cara a la galería se lanzan dardos, dagas florentinas, puyas, insultos más o menos zafios en función del nivel intelectual (en general bastante escaso) del emisor, pero a la hora de defender los intereses de la casta, todo es acuerdo y unanimidad. Es decir, se trata de crear en la masa de los ciudadanos una apariencia de división, de discrepancia, de rivalidad, cuando en líneas generales todos están de acuerdo y el más mínimo ataque a los privilegios del clan (léase subvenciones a partidos, sindicatos, organizaciones empresariales; beneficios y prebendas de que goza dicha élite) todos entonan el Fuenteovejuna para lanzarse a la yugular de quien osa poner en peligro las sustanciosas viandas que otorga el poder.

 Se puede debatir, discrepar e incluso mantener enfrentamientos dialécticos muy duros sin faltar por ello a las más elementales normas del respeto, la ética o el decoro; pero cuando las expresiones se deslizan hacia campos ajenos al de las ideas, mal vamos, y más aún cuando quien se lanza por tal pendiente carece de la agudeza, el sarcasmo, la ironía o la inteligencia de figuras de antaño como Quevedo o Góngora (por citar ejemplos de nuestra época más brillante intelectualmente, la del Siglo de Oro). Aunque lo que me ha llamado poderosamente la atención es que el insulto, el abucheo, no es objeto de crítica en sí, sino en función de quién lo emite o en función de para quién se destina. Sostener que la referencia a las partes faciales de cierta política es una actitud intolerable es absolutamente cierto; pero cuando las mismas personas que critican ese comportamiento incurren en el mismo y se amparan en la libertad de expresión, quien crítica pasa de tener la razón a ser un hipócrita. Y en los últimos días hemos visto que nuestra clase política (en el poder y en la oposición) si de algo está sobrada es de hipócritas.

Lo último que se lleva en el mundo de la política es el insulto. No sé si porque ya no hay ideas o porque la conversación es una práctica en desuso, pero lo cierto es que no existe nada tan moderno como insultarle a alguien, sobre todo en España que, por herencia, sospecho, pero también por pereza, ya no se razona sino que directamente se odia que siempre resulta más cómodo y además no da mucho que pensar. He aquí la novedad: si quieres pertenecer al círculo selecto de los profesionales de la política no hables nunca de política ni de dinero, no escuches propuestas, no atiendas razones, no te intereses por los problemas de los demás, no elabores presupuestos para construir escuelas, hospitales, laboratorios o carreteras; limítate a llamarle estúpido a tu adversario, pásate por la entrepierna - a ser posible en público - sus resultados electorales, escribe artículos en la prensa tildando de fascista a todo aquél que te lleve la contraria. Si cada uno es dueño de su silencio, también somos rehenes de nuestras palabras.

Miguel F. Canser
www.cansermiguel@gmail.com