sábado, 1 de noviembre de 2014

LÁGRIMAS DE COCODRILO

No es la primera vez, ni será la última, que me pongo delante del ordenador para reseñar los sinsabores de nuestra clase política. Admito que siempre me produce una sensación de impotencia, de amargura y desilusión. Intento recordar la cantidad de veces que he denunciado la corrupción política y me sorprendo a mí mismo porque, en el fondo de cada artículo, el tema siempre ha estado vigente. Hace ya más de un año escribí estas líneas que, a pesar del tiempo transcurrido, siguen desgraciadamente vigentes: “los partidos políticos han dejado de representar a los ciudadanos; su distanciamiento y falta de credibilidad social es algo tan preocupante como urgente de resolver, y la actual sensación general de corrupción política propicia la desconfianza y la indignación, ampliando el divorcio entre los partidos y la sociedad. Muchos ciudadanos se sienten incluso secuestrados en el ejercicio de sus derechos por unas organizaciones que monopolizan el poder, controlando tanto el poder legislativo como todos y cada uno de los niveles de gobierno, así como la composición de las más altas instituciones del Estado. Esta partitocracia limita sustantivamente el ejercicio real de la democracia, y los ciudadanos tienen poco margen en la práctica para decidir sobre la marcha de la sociedad”. Y también:”España está enferma debido a un modelo de Estado inviable, fuente de todo nepotismo y de toda corrupción, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia con las oligarquías financiera y económica, y con el poder judicial y los organismos de control a su servicio. En España no existe separación de poderes, ni independencia del poder judicial, ni los diputados representan a los ciudadanos, solo a los partidos que los ponen en una lista”. 
          Esta situación no puede continuar por más tiempo. Es insostenible. La sociedad está harta. No hay día que no nos desayunemos con el escándalo de la corrupción que salpica a las altas esferas de los que mandan. Y como parece ser que la continua denuncia no surte efecto, habrá que pensar en otra cosa, pasar a la acción. Si los políticos son incapaces o no quieren solucionar esto, tendrá que ser el conjunto de la sociedad quien les fuerce a hacerlo. Los partidos políticos no pueden ignorar esta clara situación de rechazo de la sociedad española, y los ciudadanos han de ser activos y contundentes exigiendo urgentemente a los partidos actuaciones claras e inequívocas por la transparencia y contra la corrupción. Y para ello los ciudadanos no estamos solos, nos acompañan en este empeño muchos aliados: un buen número de jueces realmente beligerantes contra la corrupción, unas fuerzas de seguridad eficaces y con personal altamente cualificado, unos medios de comunicación cada vez más activos e incisivos contra los corruptos, y unas organizaciones civiles, universidades, etcétera, cada vez más proactivas en combatir la corrupción. Quienes, por el contrario, se han quedado solos son los partidos políticos, y algo van a tener que hacer de forma urgente para salir de este importante atolladero social en el que se encuentran. Dado que los partidos han sido incapaces de llegar a un pacto o compromiso colectivo contra la corrupción, es el momento de que los ciudadanos les exijamos a ellos este compromiso con la sociedad, y que controlemos si lo cumplen a través de nuestro voto en las elecciones, que es de las pocos instrumentos —por no decir el único— que tenemos para hacer algo que pueda influir sobre los partidos.
          Es hora de exigir responsabilidades. Ahora todo el mundo pide perdón a los ciudadanos pero nadie toma medidas adecuadas. Si yo pido perdón es porque creo que he cometido un error y, por tanto, debo repararlo. Sólo con pedir perdón no es suficiente. Y los ciudadanos debemos decirles que no vamos a votar una lista con candidatos procesados, y que tampoco votaremos a un partido que no limpie adecuadamente sus filas de personas implicadas directa o indirectamente en casos de corrupción. Una cosa es la responsabilidad penal y otra es la política. Así, el caso Bárcenas no puede terminarse políticamente con un “me equivoqué” y ni una sola dimisión por nombrar y mantener a esa persona gestionando la contabilidad del PP durante más de 15 años. Ni el de los ERE con un “me avergüenzo” y a esperar los resultados de una causa judicial que ya ronda los 120 imputados. No creemos ya en sus lágrimas de cocodrilo. El corrupto no nace, se hace y dicen que el poder corrompe. Es posible, pero el poder judicial debe ser una pieza fundamental en una democracia; su independencia del poder político, imprescindible. Y no olvidemos que el sistema no es algo amorfo, inmaterial, el sistema somos todos nosotros y en nuestra mano está cambiar esta situación.
                    ¿Cuándo será el día que el pueblo verdaderamente ejerza la democracia de la que tanto hablan, y ponga tras las rejas a todos estos delincuentes que se la pasan viviendo como reyes con dinero que de ninguna manera les pertenece?, y ¿cuántos pagaron por este crimen tan grave?
Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com