miércoles, 29 de marzo de 2023

LACAYOS DE LA POLÍTICA

En poco más de una década, se ha devaluado el prestigio de las instituciones y de sus actores políticos; ha cambiado la tipología del sistema de partidos, que ha pasado de un bipartidismo imperfecto, a un multipartidismo polarizado y se ha transformado, para peor, la manera en que los jóvenes definen y proyectan sus expectativas socioeconómicas a medio plazo.        Pero esta década ha sido de una gran complejidad política. Hemos sufrido una crisis económica, otra territorial y otra de carácter sociopolítico. A raíz de ello, en el mapa político español se han sucedido conflictos internos en los partidos tradicionales, aparición de nuevas formaciones, un proceso de judicialización política y, finalmente, un descenso social en bloque que ha supuesto el empobrecimiento de un sector de la ciudadanía, a través del incremento del desempleo y la precarización laboral, con una especial afectación a las generaciones más jóvenes.

 

         Y es que en política, no debería valer todo. Los casos de corrupción son tan frecuentes, que parece nos estamos acostumbrando a que existan. La falta de responsabilidad es tan grande que al que roba, no sólo no devuelve lo robado, sino que no le sucede nada. Si un político está juzgado y condenado a años de prisión, y argumenta que está enfermo, no entra en la cárcel. ¿Acaso no existen en prisión medios necesarios para administrar un tratamiento adecuado? Todo el mundo sabe que los políticos son una casta aparte, tienen otro status. Incluso se hacen leyes exclusivas para ellos; véase las derogaciones de los delitos de sedición y malversación por ejemplo. El descrédito, para la gente de a pie, es tan evidente que ya no nos asombra nada de lo que pueda ocurrir.

 

         La política actual ha dejado de ser representativa de la voluntad popular. No hay más que fijarse en el desarrollo de las sesiones del Congreso. No se debaten leyes en libertad. Cada diputado está condicionado a apretar el botón del “sí”, el “no” o la “abstención”, según lo dicte su líder. Son lacayos del partido que les han puesto en las listas; por no mencionar los excesivos “Decretos ley” que se han celebrado en el hemiciclo, parcheando problemas de calado que no solucionan su imperfección en origen. Además este tipo de procedimiento, realizado a menudo con tanta urgencia, suele estar mal hecho y eso hace que se modifiquen sobre la marcha.

 

         A poco más de dos meses de las elecciones autonómicas que, sin duda alguna, serán un termómetro que nos marque lo que pasará en las elecciones generales de octubre, mucha gente se estará preguntando a quién destinará su voto. Todo el mundo sabe que a los distintos partidos y sus candidatos, sólo les preocupa su futuro político; es decir, si van a seguir contando con el cómodo y beneficioso puesto que les permita seguir siendo diputado en cualquiera de las CCAA o en el Congreso de los leones. Todas las trifulcas y disputas entre ellos, incluso del mismo partido, se deben a una lucha de poder, de estar colocados en las listas. Por ejemplo las diferencias entre Podemos y Sumar de Yolanda Díaz, es simplemente eso, ver quién figura como número dos, tres, cuatro, etc. Lo más curioso es que me temo que, pese a quien pese, van a acabar pagando justos o menos justos por pecadores evidentes. En el caso de PODEMOS, pagarán todos los adictos “al coletas” por sus constantes vaivenes y cambios de opinión en nuestra política. Y los esfuerzos de Yolanda Díaz con su SUMAR, que pretende desmarcarse total y absolutamente de su promotor inicial, sin estar contaminada por los múltiples errores y consecutivos de su padrino original.

 

         Ignoro el resultado en las próximas convocatorias electorales, pero estoy seguro que los errores de calado producidos durante la actual legislatura, pasarán factura a sus protagonistas. El PSOE no será una excepción: las promesas de no pactar y luego pactó, las ya enumeradas leyes de sedición y malversación, la chapuza de la Ley del “sí sólo es sí”, la corrupción de los ERES en Andalucía, el peaje pagado a los socios de investidura (ERC y BILDU). El gobierno de Pedro Sánchez ha tenido que afrontar un cúmulo de retos como pocos: Una pandemia con miles de muertos y enfermos, la paralización de la actividad para frenar los contagios, sin olvidar la tormenta Filomena, la erupción del volcán en la Palma, los devastadores precios de la luz y el gas y aún hoy, los delirantes precios de los alimentos básicos que traen de cabeza a los consumidores. Y es que el PSOE no tiene socios sólo vasallos: lacayos a precio de oro. Pedro Sánchez, aparte de sus constantes cambios de opinión y mentiras, es un presidente atado de pies y manos por sus socios de gobierno y de investidura sin poder cesar, como seguramente sería su deseo, a más uno/a.

 

         Las encuestan dicen que el PP ganará las elecciones pero, con toda seguridad, necesitará los votos de VOX para poder gobernar. Veremos. El Gobierno, llamado a sí mismo progresista, ha criticado esta alianza olvidándose con quién pactó él. El resultado será, como siempre, lo que dictamine con su voto esa mayoría silenciosa, que no da guerra, que no se manifiesta, pero que decide. Nos vemos en las urnas.

 

Miguel F. Canser

 

 

 

 


martes, 7 de marzo de 2023

MEDIOCRIDAD


 Mediocre significa de poco mérito, tirando a malo. La persona mediocre suele ocultar que los demás sepan que lo es. Actúan en la vida tomando decisiones con el propósito de agradar al resto, por temor a perder el afecto de las personas que les rodean. Viven con la ilusión de que lo importante es sólo el ahora y, por lo tanto, se comportan de manera dispersa en sus asuntos relevantes. Recurren permanentemente a las excusas para explicar los fracasos, sin hacerse cargo de la responsabilidad por los resultados que generan en la vida. Se quejan literalmente por todo y sienten que la vida les juega permanentemente malas pasadas. Es el victimismo de siempre. En sus trabajos hacen lo justo y necesario, no se esfuerzan nada adicionalmente por hacerlo con entusiasmo y mejor. No suelen generar una conexión emocional con los demás. Dicen que la vida es injusta con ellos, y están esperando la ayuda de los demás para resolver sus problemas. Y, lo que es peor, alimentan y generan la envidia cuando alguien triunfa y no han sido ellos.

 

         La mediocridad en la clase política se percibe como un lastre que limita las potencialidades de un país que se ha modernizado en todos sus ámbitos. Son muchas las voces que señalan que, efectivamente, debería incorporar las virtudes y buen hacer de otros colectivos. El enorme embrollo que acompaña la conformación de una mayoría parlamentaria, alimenta la sensación de que la política se ha convertido en un reducto de mediocres. Desde hace años, los ciudadanos españoles perciben a los partidos políticos como uno de los mayores problemas. El desafecto ciudadano es ya una realidad extraordinaria. Me pregunto hasta qué punto puede resultar cierto que, en una sociedad abierta, un colectivo como el político, se convierta en una especie de isla de mediocridad, rodeada de otros espacios en los que luce la excelencia.

 

              A la política deben llegar los más preparados porque de sus decisiones o de la redacción de las leyes, dependemos el resto de ciudadanos. Si hoy tuviéramos que plasmar el curriculum de la mayoría de los miembros del Gobierno y muchos de los políticos, nos sobraría la mitad de una cuartilla y nos limitaríamos a una licenciatura en lo que fuere, un doctorado a cualquier precio, unos estudios universitarios no finalizados o no iniciados, y en algunos casos ni siquiera el bachiller. Ser político hoy se ha convertido en una una carrera de avispados. Hoy la democracia está en crisis, esa democracia que siempre se consideró como la participación del pueblo en las tareas del estado; no es la democracia que pretendían Platón y Aristóteles que debería ser el gobierno de los mejores. Hoy fabricamos en tiempo récord un líder y lo lanzamos a la plaza y a la calle, lo llevamos a la televisión, a la prensa y, en poco tiempo, sacamos del anonimato a alguien y lo hacemos famoso y atractivo como se puede “lanzar” una canción o un intérprete.

 

         Hoy día, en España, no hay una cultura democrática, nos dejamos llevar por impulsos y nos dejamos arrastrar aún por la historia, por una guerra civil, creando nuevos hooligans, herederos de un fanatismo que hay que votar a determinado partido político sí o sí, aunque sus dirigentes sean unos inútiles. No somos críticos y aún estamos mediatizados por acontecimientos, revanchas, odios y venganzas. En este país se está más pensando en un gobierno que nos de subvenciones y que nos dé una renta para vivir. No estamos pensando en prepararnos para afrontar el reto de un trabajo, no. Hay una inmensa mayoría de ciudadanos que sólo están pensando en vivir sin trabajar. No pensamos en el bienestar o en el futuro del país, estando buscando el bienestar propio sin esfuerzo y sin trabajo.

 

         El político mediocre promociona e impulsa este sistema. Se acaba de reformar la ley sobre los delitos de sedición, malversación y de bienestar animal que han supuesto un encendido debate y han resultado ser de una constante polémica. Permanecer en el poder, lo perdona todo. El Estado es tan grueso y seboso, que no puede financiarse sin esquilmar a ciudadanos y empresas y sin endeudarse de manera suicida. Más de 600.000 políticos viven, directa e indirectamente, de los presupuestos públicos y cientos de instituciones que dedican más de la mitad de sus presupuestos, a pagar las abultadas nóminas.

 

         La clase política española, tanto la derecha como la izquierda, y los nacionalismos parásitos y chantajistas que les venden sus votos para gobernar, se han convertido en centros de colocaciones y dispensadores de lujos y privilegios, todo pagado por el contribuyente que, comparativamente, es el más expoliado de Europa, y uno de los más esquilmados del planeta. Una de las mayores pruebas de mediocridad es no acertar a reconocer los errores propios ni la superioridad de otros, dando paso a la soberbia y la falta de humildad. Lo que importa es el poder, sin más.

 

Miguel F. Canser