En poco más de una
década, se ha devaluado el prestigio de las instituciones y de sus actores
políticos; ha cambiado la tipología del sistema de partidos, que ha pasado de
un bipartidismo imperfecto, a un multipartidismo polarizado y se ha
transformado, para peor, la manera en que los jóvenes definen y proyectan sus
expectativas socioeconómicas a medio plazo.
Pero esta década ha sido de una gran complejidad política. Hemos sufrido una
crisis económica, otra territorial y otra de carácter sociopolítico. A raíz de
ello, en el mapa político español se han sucedido conflictos internos en los
partidos tradicionales, aparición de nuevas formaciones, un proceso de
judicialización política y, finalmente, un descenso social en bloque que ha
supuesto el empobrecimiento de un sector de la ciudadanía, a través del
incremento del desempleo y la precarización laboral, con una especial
afectación a las generaciones más jóvenes.
Y es que en política, no debería valer
todo. Los casos de corrupción son tan frecuentes, que parece nos estamos
acostumbrando a que existan. La falta de responsabilidad es tan grande que al
que roba, no sólo no devuelve lo robado, sino que no le sucede nada. Si un
político está juzgado y condenado a años de prisión, y argumenta que está
enfermo, no entra en la cárcel. ¿Acaso no existen en prisión medios necesarios
para administrar un tratamiento adecuado? Todo el mundo sabe que los políticos
son una casta aparte, tienen otro status. Incluso se hacen leyes exclusivas
para ellos; véase las derogaciones de los delitos de sedición y malversación
por ejemplo. El descrédito, para la gente de a pie, es tan evidente que ya no
nos asombra nada de lo que pueda ocurrir.
La política actual ha dejado de ser
representativa de la voluntad popular. No hay más que fijarse en el desarrollo
de las sesiones del Congreso. No se debaten leyes en libertad. Cada diputado
está condicionado a apretar el botón del “sí”, el “no” o la “abstención”, según
lo dicte su líder. Son lacayos del partido que les han puesto en las listas;
por no mencionar los excesivos “Decretos ley” que se han celebrado en el
hemiciclo, parcheando problemas de calado que no solucionan su imperfección en
origen. Además este tipo de procedimiento, realizado a menudo con tanta
urgencia, suele estar mal hecho y eso hace que se modifiquen sobre la marcha.
A poco más de dos meses de las
elecciones autonómicas que, sin duda alguna, serán un termómetro que nos marque
lo que pasará en las elecciones generales de octubre, mucha gente se estará
preguntando a quién destinará su voto. Todo el mundo sabe que a los distintos
partidos y sus candidatos, sólo les preocupa su futuro político; es decir, si
van a seguir contando con el cómodo y beneficioso puesto que les permita seguir
siendo diputado en cualquiera de las CCAA o en el Congreso de los leones. Todas
las trifulcas y disputas entre ellos, incluso del mismo partido, se deben a una
lucha de poder, de estar colocados en las listas. Por ejemplo las diferencias
entre Podemos y Sumar de Yolanda Díaz, es simplemente eso, ver quién figura
como número dos, tres, cuatro, etc. Lo más curioso es que me temo que, pese a
quien pese, van a acabar pagando justos o menos justos por pecadores evidentes.
En el caso de PODEMOS, pagarán todos los adictos “al coletas” por sus
constantes vaivenes y cambios de opinión en nuestra política. Y los esfuerzos
de Yolanda Díaz con su SUMAR, que pretende desmarcarse total y absolutamente de
su promotor inicial, sin estar contaminada por los múltiples errores y consecutivos
de su padrino original.
Ignoro el resultado en las próximas convocatorias
electorales, pero estoy seguro que los errores de calado producidos durante la
actual legislatura, pasarán factura a sus protagonistas. El PSOE no será una
excepción: las promesas de no pactar y luego pactó, las ya enumeradas leyes de
sedición y malversación, la chapuza de la Ley del “sí sólo es sí”, la
corrupción de los ERES en Andalucía, el peaje pagado a los socios de
investidura (ERC y BILDU). El gobierno de Pedro Sánchez ha tenido que afrontar
un cúmulo de retos como pocos: Una pandemia con miles de muertos y enfermos, la
paralización de la actividad para frenar los contagios, sin olvidar la tormenta
Filomena, la erupción del volcán en la Palma, los devastadores precios de la
luz y el gas y aún hoy, los delirantes precios de los alimentos básicos que
traen de cabeza a los consumidores. Y es que el PSOE no tiene socios sólo
vasallos: lacayos a precio de oro. Pedro Sánchez, aparte de sus constantes
cambios de opinión y mentiras, es un presidente atado de pies y manos por sus
socios de gobierno y de investidura sin poder cesar, como seguramente sería su
deseo, a más uno/a.
Las encuestan dicen que el PP ganará
las elecciones pero, con toda seguridad, necesitará los votos de VOX para poder
gobernar. Veremos. El Gobierno, llamado a sí mismo progresista, ha criticado
esta alianza olvidándose con quién pactó él. El resultado será, como siempre,
lo que dictamine con su voto esa mayoría silenciosa, que no da guerra, que no
se manifiesta, pero que decide. Nos vemos en las urnas.
Miguel F. Canser
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