domingo, 27 de marzo de 2022

ALEGRÍA Y DESÁNIMO


 No está el horno para bollos. Vivimos momentos difíciles donde nuestra vida personal se ha deteriorado por los acontecimientos externos que, naturalmente, nos afectan a todos. Llevamos más de dos años que puede decirse no levantamos cabeza. Entre la dichosa pandemia (aún no superada), la crisis de Afganistán, el volcán “Cumbre Vieja”, la invasión masiva de inmigrantes subsaharianos, la “locura” del Sr. Putin, el paro de los transportistas, sin olvidar el enquistamiento de nuestros problemas de siempre: Paro juvenil y no juvenil, dificultad para el acceso a una vivienda, las colas del hambre, y la desafección de los señores políticos preocupados en menesteres que no interesan, nos sobra desánimo y nos falta alegría.

 

         La alegría es un sentimiento de placer producido por un suceso favorable, que se manifiesta con un buen estado de ánimo, la satisfacción y la tendencia al optimismo y la sonrisa. Es la ilusión y el resorte de la esperanza cotidiana. Aunque no lo creamos, son muchas las personas que normalizan esta carencia dando paso al desánimo, limitándose a vivir sin esa alegría interior; saben que les falta algo pero, al final, se acostumbran a ese vacío, asumiendo que, quizá, hay trenes que ya no volverán a pasar porque no tienen oportunidad de adquirir billete.  Pero, ¿qué ocurre cuando ya no sentimos las “cosquillas” de la alegría? Básicamente que dejamos ir una parte esencial de nosotros mismos, esa donde se amarra la autoestima, la identidad y nuestra capacidad para ser felices. Vivir sin alegría no es vivir, es sobrevivir. Cuando normalizamos una vida sin esa ilusión, nos limitamos a navegar en el desánimo, en esa superficie donde ya no caben los sueños o las segundas oportunidades.

 

         Hace tiempo se publicó una encuesta Gallup sobre el estado de la emoción en la población mundial, que revelaba que más del 50% se siente estresada, con ansiedad y con la clara sensación de haber perdido la alegría. Es más, significaba que un tercio de la población decía sentir rabia y una sensación de enfado constante. Detrás del desánimo suelen existir realidades descuidadas, emociones adversas y problemas subyacentes que son necesarios detectar. El desánimo es solo una máscara que esconde algo, una actitud evasiva ante el mundo. Porque no hay nada más peligroso y desolador que el desaliento, esa falta de motivación capaz de relegarnos al rincón del desinterés y del enfado constante. La falta de alegría es la antesala de la depresión. Aunque haya días grises en nuestro calendario, es obligatorio volar de nuevo. No es fácil. Pero es bueno recordar que "cada uno es su propio jefe, cada uno tiene el mando y el control, nadie puede quitarnos ese poder".

 

         Como dije al principio, poco podemos hacer por las condiciones externas que nos afectan: la economía, la política, los devenires sociales no siempre están bajo nuestro control, pero sí tenemos mucho que decir sobre las que nos afectan desde nuestro interior. Perdemos el impulso de la ilusión y falta de emotividad cuando permitimos que el estrés tome nuestro control. Y el inmovilismo puede ser el principal problema, cuando no nos atrevemos a impulsar los cambios adecuados cuando asoman la infelicidad, la frustración y la decepción. La alegría se apaga cuando, por ejemplo, convivimos con personas que limitan nuestro crecimiento personal, ahí donde el afecto no es sincero, donde no hay respeto. Factores como la soledad no deseada, la falta de propósitos, esperanzas y baja autoestima, son las consecuencias. La alegría y el optimismo pueden recuperarse asumiendo nuevos objetivos, cambiando de escenarios e incluso de personas. El ser humano puede reiniciarse tantas veces como crea necesario y en cada cambio, debe acercarse a su mejor versión, a sintonizar con sus auténticas necesidades y metas vitales.

 

         La alegría no llega con un premio de lotería (que también), ni está supeditada a los bienes materiales. Es ante todo, una satisfacción personal, es el bienestar que emerge cuando hacemos lo que nos agrada, cuando la autoestima es fuerte, cuando nos sentimos apoyados, amados; cuando damos con esas personas relucientes que hacen fácil la convivencia. Favorezcamos los cambios que creamos necesarios, seamos valientes, para que ese sentimiento inunde nuestra vida. El optimismo produce personas agradables y amenas; personas que caen bien. No quiere decir que sean ingenuos o inocentes; ven las cosas de otro modo. Saben esperar, piensan, desean y actúan en consecuencia para que todo se cumpla. La alegría no es decir que todo está bien. Ven el lado positivo donde los demás sólo observan desolación, miedo, tristeza. No es estética, sino actitud. Es nuestra responsabilidad salir de esa dinámica de malestar.

 

         Aconsejaba San Francisco de Asís: “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y, de repente, estarás haciendo lo imposible”.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com

 

martes, 1 de marzo de 2022

¡¡LO QUE NOS FALTABA!!

Después de padecer más de dos años de pandemia con todos los contagios y fallecimientos habidos y el consiguiente deterioro laboral y económico, se asoma una crisis de signo mundial, gracias al Sr. Putin y sus ansias imperialistas. Las razones de la invasión de Ucrania son eso, absurdas excusas y argumentos peregrinos que no convencen a nadie porque no son ciertas. Tratar de vincular al país con el nazismo, cuando el presidente ucraniano Zelenskyy es judío y que tres de los hermanos de su abuelo, fueron asesinados por los ocupantes alemanes, es de una mezquindad supina. El gobierno actual de Ucrania no es un estado nazi, ni refleja la realidad de su política, pues ha dado muestras de que su principal objetivo político, es fortalecer la democracia reduciendo la corrupción y acercarse a Occidente. Esto, claro está, no le gusta al Sr. Putin porque su país no está por esa labor, ni que Ucrania se acerque mucho a la OTAN y pida su ingreso en la Unión Europea. Al margen de las expansionistas, quizá estas sean las verdaderas razones de la invasión.

 

         Las guerras, aparte de las vidas humanas que se cobra,  son nefastas para la economía y esta guerra no va a ser una excepción. Conviene enumerar el impacto que tendrá (ya es un hecho) en el mercado energético del gas y su víctima colateral: el sector industrial. Incluso para los países que no participan en las guerras, sus efectos impactan por diferentes medios en la vida de los ciudadanos. Rusia no se va a encontrar enfrente a ningún ejército, salvo el ucraniano, que le frene. La OTAN no está por la labor porque no se ha invadido ningún país aliado y sólo las famosas sanciones económicas anunciadas a bombo y platillo pueden, efectivamente lesionar el PIB ruso, aunque comporten un efecto boomerang sobre Occidente. Cuando escribo este artículo se acaba de producir la invasión y todo puede cambiar de un día para otro, las cosas suceden muy deprisa, y algunas informaciones pueden quedar desactualizadas. Putin únicamente se va a encontrar con una batería de sanciones y embargos que no le preocupan, como ya ocurrió en la invasión de Crimea. ¿Para qué sirve la ONU?

 

         Una de las sanciones que Occidente puede hacer a Rusia, y que más daño puede causarle, es en el ámbito tecnológico que se podría utilizar tanto desde Europa como desde Estados Unidos, y es la conocida como Society for World Interbank Finalcial Telecommunicatión (SWIFT). Fundado en 1973, este sistema de mensajería interbancario, es utilizado por múltiples instituciones financieras para enviar mensajes de pago seguro. La sanción cortaría de plano sus vías de financiación y la transmisión de divisas rusas. Rusia basa su potente economía, en la exportación de materias primas: gas, cobre, petróleo, aluminio, etc. Es el primer exportador de trigo y el primer productor de fertilizantes; una falta de estos elementos se traduce, inevitablemente, en una crisis para los bienes de consumo. El gas, por ejemplo, si su suministro desciende, conlleva un alza en su precio que, unido a la subida de los carburantes, dispara la inflación. El centro de análisis Funcas, acaba de advertir que dos puntos de más en la inflación, van a resultar inevitables. Toda guerra tiene consecuencias devastadoras en todos los sistemas industriales y de producción. Los carburantes llevan siete semanas subiendo y llenar el depósito cuesta 23€ más que hace un año. Por cierto, hay que recordar que, más de la mitad de su precio, son impuestos y algo tendrán que ver las decisiones que tome nuestro gobierno para no reducir el mismo. Imaginen la economía española, sostenida por el BCE, abocada a un tozudo déficit por merced de sus gobernantes, con una inflación reconocida del 6%, y con un panorama como el descrito, todo va a costarle más al productor y al consumidor.

 

         Caídas generalizadas de todas las bolsas, crecimiento del precio de activos como el oro son el primer impacto negativo. A pesar de que los mercados financieros llevan anticipando, mucho antes del comienzo de la guerra, problemas de este tipo, parece que los mismos son mucho más graves de los anticipados. Los problemas económicos son a nivel global. Las guerras se saben cuándo empiezan, pero no cuándo acaban; y en el mejor de los casos, que fuera una guerra relámpago, las consecuencias a largo plazo pueden ser devastadoras.

 

         En definitiva, prepárense para un complicado 2022. Si la economía ya arrastraba problemas graves de inflación y exceso de deuda, quizá esta guerra es el catalizador cuando no la puntilla, de problemas que podrían ser demoledores. ¡Ojalá!, que cuando este artículo vea la luz, el conflicto haya terminado.

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com