La alegría es un sentimiento de placer
producido por un suceso favorable, que se manifiesta con un buen estado de
ánimo, la satisfacción y la tendencia al optimismo y la sonrisa. Es la ilusión
y el resorte de la esperanza cotidiana. Aunque no lo creamos, son muchas las
personas que normalizan esta carencia dando paso al desánimo, limitándose a
vivir sin esa alegría interior; saben que les falta algo pero, al final, se
acostumbran a ese vacío, asumiendo que, quizá, hay trenes que ya no volverán a
pasar porque no tienen oportunidad de adquirir billete. Pero, ¿qué ocurre cuando ya no sentimos las
“cosquillas” de la alegría? Básicamente que dejamos ir una parte esencial de
nosotros mismos, esa donde se amarra la autoestima, la identidad y nuestra
capacidad para ser felices. Vivir sin alegría no es vivir, es sobrevivir.
Cuando normalizamos una vida sin esa ilusión, nos limitamos a navegar en el
desánimo, en esa superficie donde ya no caben los sueños o las segundas
oportunidades.
Hace tiempo se publicó una encuesta
Gallup sobre el estado de la emoción en la población mundial, que revelaba que
más del 50% se siente estresada, con ansiedad y con la clara sensación de haber
perdido la alegría. Es más, significaba que un tercio de la población decía
sentir rabia y una sensación de enfado constante. Detrás del desánimo suelen
existir realidades descuidadas, emociones adversas y problemas subyacentes que
son necesarios detectar. El desánimo es solo una máscara que esconde algo, una
actitud evasiva ante el mundo. Porque no hay nada más peligroso y desolador que
el desaliento, esa falta de motivación capaz de relegarnos al rincón del
desinterés y del enfado constante. La falta de alegría es la antesala de la
depresión. Aunque haya días grises en nuestro calendario, es obligatorio volar
de nuevo. No es fácil. Pero es bueno recordar que "cada uno es su propio
jefe, cada uno tiene el mando y el control, nadie puede quitarnos ese
poder".
Como dije al principio, poco podemos
hacer por las condiciones externas que nos afectan: la economía, la política,
los devenires sociales no siempre están bajo nuestro control, pero sí tenemos
mucho que decir sobre las que nos afectan desde nuestro interior. Perdemos el
impulso de la ilusión y falta de emotividad cuando permitimos que el estrés
tome nuestro control. Y el inmovilismo puede ser el principal problema, cuando
no nos atrevemos a impulsar los cambios adecuados cuando asoman la infelicidad,
la frustración y la decepción. La alegría se apaga cuando, por ejemplo,
convivimos con personas que limitan nuestro crecimiento personal, ahí donde el
afecto no es sincero, donde no hay respeto. Factores como la soledad no
deseada, la falta de propósitos, esperanzas y baja autoestima, son las
consecuencias. La alegría y el optimismo pueden recuperarse asumiendo nuevos
objetivos, cambiando de escenarios e incluso de personas. El ser humano puede
reiniciarse tantas veces como crea necesario y en cada cambio, debe acercarse a
su mejor versión, a sintonizar con sus auténticas necesidades y metas vitales.
La alegría no llega con un premio de lotería
(que también), ni está supeditada a los bienes materiales. Es ante todo, una
satisfacción personal, es el bienestar que emerge cuando hacemos lo que nos
agrada, cuando la autoestima es fuerte, cuando nos sentimos apoyados, amados;
cuando damos con esas personas relucientes que hacen fácil la convivencia. Favorezcamos
los cambios que creamos necesarios, seamos valientes, para que ese sentimiento
inunde nuestra vida. El optimismo produce personas agradables y amenas;
personas que caen bien. No quiere decir que sean ingenuos o inocentes; ven las
cosas de otro modo. Saben esperar, piensan, desean y actúan en consecuencia
para que todo se cumpla. La alegría no es decir que todo está bien. Ven el lado
positivo donde los demás sólo observan desolación, miedo, tristeza. No es
estética, sino actitud. Es nuestra responsabilidad salir de esa dinámica de
malestar.
Aconsejaba San Francisco de Asís:
“Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y, de
repente, estarás haciendo lo imposible”.
Miguel F. Canser
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