jueves, 1 de febrero de 2018

¿DÓNDE ESTÁ EL ESPÍRITU DEL 15-M?


Aún recuerdo aquel emotivo momento del 15-M, también llamado movimiento de la indignación. Fue un impulso ciudadano formado a raíz de la manifestación del 15 de mayo de 2011, convocada por diversos colectivos, donde después de que cuarenta personas decidieran acampar en la Puerta del Sol, se sumaran a ella, de forma espontánea, miles de personas y produjeran una serie de protestas pacíficas en toda España; fue como un tsunami que inundó de esperanza e ilusión a mucha gente, una ráfaga de aire fresco y limpio que promovía una democracia más participativa, alejada del dominio de bancos y corporaciones, del binomio partidista de P.P. y PSOE, reclamando una auténtica división de poderes y otras medidas con la intención de mejorar el sistema democrático.  Surge del hartazgo de que los políticos no nos hagan caso y porque  teníamos las tasas más altas de paro, unas de las peores condiciones laborales y, sin embargo, todo el mundo se quejaba en el sofá o en el bar y, de repente, todo cambia. Como un resorte, la gente se desesperanzaba e inundados por una repentina euforia, salimos a la calle a gritar: “Democracia ya”, “no nos representan”, o “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. De ahí, nació Podemos, aglutinando  diversos colectivos ciudadanos.

Los activistas que formaban parte de las acampadas y asambleas, empezaron a crear colectivos temáticos y empezaron a formarse nuevos partidos políticos. Podemos se presentó a las elecciones europeas de 2014 obteniendo cinco eurodiputados siendo el cuarto grupo más votado. La imagen de un Podemos casi sin pasado, tomada en la primera asamblea ciudadana de Vistalegre en octubre de 2014, ha quedado caduca en muy poco tiempo: cuatro de los seis integrantes de los que formaron su fundación inicial, han abandonado la dirección y el quinto de ellos —Íñigo Errejón— ha visto mermado su poder en la actual ejecutiva después de celebrarse el congreso de Vistalegre II. Un partido que en apenas cuatro meses consiguió aterrizar en el Parlamento Europeo, en menos de dos años fue capaz de convertirse en la tercera fuerza más votada en el Congreso de los Diputados, revisa ahora su proyecto político de cara a las comicios de 2019 con un futuro incierto.

Tras el descalabro catalán, el silencio se hizo dueño del propio líder de la formación morada, guardando un silencio que denuncia el abandono que Pablo Iglesias hace de su principal baza política, la palabra. Ahora el silencio que ha seguido al ruido de las elecciones catalanas llama más la atención, pues lo que ocurre afecta al Estado y la esencia de la acción política de Podemos es servir, en el Estado, de contrapeso a aquellos que el mismo Iglesias ha descalificado para seguir gobernando. El asunto es grave ahora. Unidos Podemos tiene una fuerza social que, aunque decreciente según las encuestas, aglutina aún a ciudadanos que han optado por esa formación para abordar una oposición que tenga al Estado como problema y a su futuro como objetivo. Podemos ha abandonado la dialéctica para refugiarse en luchas intestinas que ahora se apagan simplemente por falta de entusiasmo en la participación. Y lo que hacen los más dicharacheros es caricatura de la realidad, como si sólo burlándose de ella, ésta dejara de existir. Y, ¿cuál es la realidad? Pues que se han enquistado en la protesta permanente, en la pancarta, en la reivindicación ideológica, en el discurso demagógico y ambiguo; olvidándose de acometer la solución a los problemas que reivindica el ciudadano: el paro, la corrupción, la economía, la clase política, actualizar la Constitución, etc. Se han olvidado de las clases obreras nacionales, se han dedicado a salir en televisión, a hablarnos de hegemonía, de ideología, de las bicicletas por la ciudad, de centros ocupados o de los toros. Resumiendo: las cuestiones folclóricas se han impuesto a las materiales, desplazando desafíos tan complicados como atajar la crisis del alquiler y conseguir la remunicipalización de los servicios públicos.

El funcionamiento del partido morado acaba por dejar fuera a esa mayoría social —votante virtual de Podemos— sin la cual no se puede ganar, que no asiste a las asambleas de los círculos, trabaja o busca trabajo sin parar, tiene muy poco tiempo para militar y que no le impide tener una noción bastante clara de lo que es la justicia y aspirar a un cambio real en favor de mayor igualdad, transparencia y democracia. Dicho de otro modo: la supuesta democracia radical de los 'partidos del cambio' se traduce muchas veces en protagonismo desmesurado de militantes de clase media procedentes de la universidad. Esto implica la exclusión de quien tiene personas a su cargo o es absorbido por su trabajo en la empresa privada, caso de la mayoría de los españoles. El hecho de que en los barrios obreros catalanes haya sido primera fuerza política Ciudadanos, llama la atención. El señor Iglesias renuncia a razonar antes de condenar. Ni siquiera llega a preguntarse qué hubiese debido hacer el Gobierno el 27-O en vez de aplicar el 155. La ambigüedad, la demagogia, y la falta de alternativas, indican que, según ellos, la ideología está por encima de las necesidades.

Miguel F. Canser



No hay comentarios:

Publicar un comentario