Las elecciones
andaluzas pueden haber marcado un antes y un después en la historia de este
País. Por un lado ha sido el auge de un partido considerado de extrema derecha
(Vox) que ha conseguido 12 escaños en el Parlamento andaluz y, por otro, el
tanto por ciento de abstenciones (41,35%). El CIS de Tezanos apenas le
vaticinaba un escaño. ¿Saben si ha dimitido este señor?; más de 2,6 millones de
votantes no han ido a votar. Esto es muy grave y demuestra la frustración, el
desencanto y el cabreo de casi 40 años de
gobierno socialista en Andalucía; marcado, sobre todo, por el escándalo de los
ERE, por el retroceso económico que lastra desde hace décadas Andalucía, pero
también por la política del presidente Sánchez con su pacto y cesiones a los
partidos independentistas catalanes. Y es que, parece ser, que los políticos
piensan que tienen a millones de electores entusiastas, forofos, como hooligans
de un equipo que siempre les van a ser fieles a la hora de depositar su voto lo
hagan bien o lo hagan mal. Están muy equivocados. Cuando una persona está
indignada por el comportamiento del partido-persona político a quien votó, o no
va a votar, o emite un voto de castigo.
Existe una teoría que considera al
elector como un ser racional, por lo tanto sus actos son de carácter racional. Su
comportamiento político y la orientación del voto del elector es el resultado
del cálculo racional en la que se hace un razonamiento de ventajas,
desventajas, beneficios y riesgos que se corren al tomar una determinada
decisión. Esta teoría parte de la idea que el elector evalúa las diferentes
opciones políticas que se les presentan y decide racionalmente, tomando en
cuenta sus prioridades e intereses que espera obtener al decidir por una
determinada opción política. Es decir, considera que la gran mayoría de los
electores razonan su voto en virtud de sus intereses y el cálculo que realizan,
por lo que los votantes no pueden ser manipulados fácilmente. A su vez, la
teoría cultural enfatiza aspectos históricos, inerciales y tradicionales (por
ejemplo, la tradición familiar), la cultura política o la pertenencia a un
determinado grupo social, como elementos que predisponen, de cierta manera, el
voto. De acuerdo a este planteamiento teórico es el hábito de votación y los
aspectos culturales que se van construyendo a través del tiempo, lo que
realmente incide y determina la conducta y comportamiento político de los
votantes.
Los españoles se han vuelto exigentes con los
políticos y eso es lo más saludable e importante que ha ocurrido en la política
española desde 1975. Hasta hace poco, los políticos podían hacer lo que
quisieran en España sin que nadie los cuestionara, ni siquiera la Justicia,
pero eso ha cambiado y ya no pueden seguir comportándose como niñatos tiranos y
antidemocráticos. Durante décadas, los políticos españoles tuvieron
libertad plena para gobernar a capricho, sin trabas ni obstáculos, alentados
por mayorías absolutas. Los ciudadanos tenían tanta fe en la democracia y tanta
confianza en los políticos elegidos que les permitían todo tipo de abusos y
arbitrariedades. No existía prácticamente la vigilancia y la crítica al poder,
dos condiciones fundamentales para que la democracia funcione. Como
consecuencia de esa permisividad suicida, la clase política española se volvió
arrogante, antidemocrática, arbitraria y corrupta, disfrutando hasta hoy de una
impunidad que no tiene cabida ni en la democracia ni en la civilización. Se
ha desmantelado la industria española, se han privatizado empresas públicas
rentables y de servicio al ciudadano; en definitiva, se ha destruido la
organización y el poder de la sociedad civil.
Este
es el país en el que vivimos. Cada vez más parecido al que vivieron nuestros
antepasados durante las primeras décadas del siglo veinte: un lugar retórico
donde unos líderes políticos sin soluciones, sin ideas, sin capacidad y sin
proyectos, necesitan encontrar un enemigo donde sea para así reafirmarse. Todo
esto explica, en parte, el incremento electoral que los movimientos populistas
están obteniendo en casi todos los estados europeos. Estas organizaciones son
las únicas, al parecer, que han encontrado a los culpables de todos nuestros
problemas, las que más rápidamente han conseguido definir al enemigo: ya saben,
el enemigo es siempre el otro, sobre todo si es migrante, pero también aquel
que tiene un criterio propio, que piensa por su cuenta, que no enarbola ninguna
bandera y que además no se atiene a los mandamientos del pueblo, la nación, la
raza o la religión donde nosotros estamos situados. No hay nada peor en una
democracia, que el hastío y la indignación nos lleve a quedarnos en casa y no
ir a votar. ¡¡Mucha salud para el año que comienza!!
Miguel
F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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