Aunque existen muchas
definidades para catalogar los males de nuestra política, se podrían sintetizar
en tres palabras: autoritarismo, corrupción e ineptitud. “Los políticos son
todos iguales”…, la frase es el titular que se repite cada día. No indagamos
por hartazgo, desinterés o apatía, pero nos tienta meter a todos, buenos y
mediocres, en el mismo saco; aunque los representantes públicos hacen bien poco
para mejorar esta imagen. La barra de cada bar (bueno, ahora con la pandemia
no) es a veces la mejor encuesta del CIS que existe. El mundo y los países en particular
están pasando por una etapa de problemas, algunos muy preocupantes, y lo más
fácil, (yo lo hago a menudo) es echar la culpa a los políticos. Es casi algo
común oírlo decir: por su ineficiencia, sus defectos, su facilidad para
corromperse, y así, un largo etcétera. Pero, ¿son lo políticos los culpables de
todos los males?, ¿cuáles son los defectos que hacen que los cargos públicos
sean incapaces de solucionar problemas y, en muchos casos, sólo los agraven?
Podemos decir que esta culpa está
compartida por una gran cantidad de factores. No debe atribuirse sólo a los
representantes públicos. Es verdad que los políticos tienden, en muchos casos,
quizá demasiados, en poner sus intereses y/o los de su partido por encima de
los intereses generales; sus ambiciones de poder, su autoritarismo a veces, les hacen perder la visión de los verdaderos
problemas. La falta de honestidad y ética en sus actuaciones, la tendencia a
nombrar asesores que, casi siempre, carecen de la preparación adecuada para el
puesto, pues se trata de amigos, cuando no de familiares e incondicionales
creando redes de poder basadas en una cadena de favores que les asegura su mantenimiento
(y aquí meto a derecha e izquierda). La ausencia de un protocolo de requisitos
que hace que entren en el mundo de la política personas sin preparación, y que
su único objetivo es su propio beneficio personal. La falta de responsabilidad
política en el cumplimiento de su cargo, la ausencia de valores que, en
definitiva, ocasiona un gran problema de falta de credibilidad. No existe
respeto a sus rivales, la crispación y las continuas peleas, su excesivo ego,
la demagogia, la mentira usada a discreción y con facilidad que es un desprecio
a la inteligencia de los votantes, etc., etc., etc.
Pero, por mucha rabia que nos den estas
situaciones, hay que recalcar que estos hechos no son generalizados y debemos
ser capaces de distinguir los actos que se hacen con honestidad. Son personas
humanas como cualquiera de nosotros y, por tanto, tan imperfectos como
cualquiera, aunque no renunciemos a la inestimable crítica que debemos efectuar
sobre ellos. Ya hemos dicho que la culpa es compartida por una cantidad de
factores. Por ejemplo, los medios de comunicación también tienen su parte de
culpa; en ocasiones por su excesiva parcialidad y otras veces porque los
periodistas se deben a lo que la línea editorial ordena. El resultado es que lo
que llega a los lectores, está contaminado.
También influye el sistema electoral.
No es lo mismo votar a una lista que a un candidato determinado, y usar un
sistema basado en la Ley D´Hondt que no es más que una fórmula matemática que,
quizá no sea ni la más proporcional ni la más justa, pues se toma como
circunscripción la provincia, en vez de la comunidad autónoma o, si me apuran,
el territorio nacional. En el sistema que tenemos en España ya sabemos que los
escaños que se adjudican a las distintas candidaturas, no se corresponden con
el número de votos recibidos. Así, “Ezquerra R. de Cataluña” (ERC) tiene 13
escaños con 875.000 votos, mientras que “Cs” con 1,6 millones le corresponden
10 escaños. “Teruel Existe” tiene 1 escaño con 19.700 votos, mientras que “Bloque
N. Galego” (BNG), con 120.000 votos también tiene 1 escaño. Mención aparte
merece el “Voto en Blanco” que debería tratarse como una candidatura más y, si
le correspondiera algún escaño, debería estar vacío porque así lo han
manifestado los votantes. Esto no existe.
Pero no pensemos que toda la culpa es
de los partidos y de los políticos. También nosotros, los votantes, tenemos
mucha culpa pues quizá votamos con los sentimientos y no con la razón. Hay
gente que, dependiendo de su ideología, siempre votará a esa tendencia. Puede
cambiar de partido político, pero votará siempre en esa línea. También están
los que la ideología no les importe tanto, y prefieren buenos gestores, sin
importarles su trayectoria ideológica. Hay de todo, pero al final, somos los
verdaderos responsables de tener un gobierno u otro. En resumen, los políticos
son culpables de muchas cosas, pero su culpa es compartida. Y si queremos que
nuestra democracia, con todas sus imperfecciones, sea mejor, debemos comenzar
por comprender que es una responsabilidad de todos, absolutamente de todos. Y
si algo no nos gusta debemos luchar para que eso cambie.
Miguel F. Canser