lunes, 2 de noviembre de 2020

ENVEJECER CON EL VIRUS


 El pasado mes de octubre se conmemoró el Día Internacional de las Personas de Edad, que sirve para reivindicar las necesidades que tiene este importante colectivo de la sociedad, donde me incluyo. Y este año, además, cobra especial relevancia por las terribles consecuencias que la pandemia ha provocado y que se ha cebado en la tercera edad. Los datos oficiales dicen que la media de edad de fallecidos como consecuencia del coronavirus en España se sitúa entre los 78-80 años. Prácticamente todos presentaban patologías previas y el 33% de los contagiados/as tiene más de 65 años. De ellos, el 18% tiene más de 75 y el 32% son enfermos graves con neumonía. Ya sabemos que todos los indicadores demográficos muestran un claro envejecimiento de la población, y para el año 2068 (yo no lo veré),  se estima que alcanzará el 29,4%.Actualmente, según el INE, casi 5 millones de personas viven solas y, de ellas, más de 850.000 tienen 80 años o más; pues tenemos la esperanza de vida más elevada de la Unión Europea: 83,4 años.

 

         Ante esta situación, y agravado por la excepcionalidad del año que vivimos, los efectos psicológicos de la pandemia y el confinamiento, han agravado los problemas en las personas mayores no sólo los que viven en sus domicilios, sino los que están en residencias. De hecho, el confinamiento y el aislamiento que han sufrido pueden conducir a desarrollar síntomas de ansiedad y depresión, al igual que en el resto de la población. Se producen reacciones típicas de temor, desesperanza, miedo a la infección, estrés, problemas de sueño, etc. Muchas de estas personas mayores combatían su soledad, participando en las actividades que les ofrecían los diversos centros de participación: Centros de Día, actividades y talleres, etc. Pero han visto interrumpida su vida, sus rutinas y sus mecanismos para compensar esa soledad no deseada por lo que han sufrido un empeoramiento de su salud física y emocional.

 

         En las residencias, lugares donde el foco de la pandemia más se ha cebado con las personas mayores, se están produciendo cambios emocionales con la aparición de síntomas de depresión, ansiedad y otras psicopatologías, debido a la menor interacción social con otros residentes, con el personal y, sobre todo, con la ausencia de sus familias: apatía, tristeza, aburrimiento, preocupación o miedo. Muchos han perdido a un ser querido, añadido a la imposibilidad de despedirse y la dificultad de procesar esa pérdida. Este virus nos ha puesto a todos a prueba. Ha revelado muchas flaquezas, pero también ha puesto de manifiesto la fuerza de la solidaridad y el poder de reacción de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, en especial el de nuestros mayores aún a pesar de ser el colectivo peor tratado política y socialmente. Hay una relación estrecha entre aislamiento y soledad, pero no es lo mismo. Lo malo no es ser viejo, sino sentirse viejo. Es peor la vejez psíquica que la biológica. La sabiduría de los mayores es un valor necesario para que nuestra sociedad se desarrolle.

 

         Creo que no ha sido justa ni la infantilización, ni la sobreprotección, ni el olvido de las personas mayores durante la pandemia. No les hemos tratado como adultos con plenos derechos que son: personas absolutamente capaces de llevar las riendas de su vida, exceptuando situaciones de dependencia severa y deterioro cognitivo. La vulnerabilidad física frente al virus está ahí, pero eso no significa que sea también vulnerabilidad psicológica o social. Las personas mayores han seguido siendo, en muchos casos, el centro de gravedad de la solidaridad familiar y nos dan, continuamente, grandes lecciones de vida. Todos estos efectos pueden darse en mayor o menor escala pero, en cualquier caso, la ayuda pasa por tratar de normalizar esta situación; siendo necesario aprender a convivir con el virus y gestionar ese temor y miedo al posible contagio. Darnos la oportunidad de volver a empezar, reformular objetivos y añadir nuevos hábitos. Leí una vez: “la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja”. El anciano es, quizá, la persona que menos miedo tiene a la vida, y, por supuesto, a la muerte. Añadamos vida a los años, no años a la vida; las personas podrán morir, pero nunca lo harán sus ideas.

 

         Cuidemos a nuestros mayores, respetemos y aprendamos de sus decisiones. Intentemos ser más tolerantes y respetar todas las posturas que veremos en la sociedad, desde las más temerarias y de personas que no llevan bien las restricciones de libertad, hasta las personas híper prudentes. Cada uno gestiona de forma diferente sus sentimientos, por lo que el nivel de emociones negativas y sensaciones desagradables, ocasionadas por el miedo al contagio, o el miedo a volver a estar confinados, puede ser muy alto. La sociedad necesita a las personas mayores. No los utilicemos sólo cuando nos interesa. Sentirse necesarios y útiles es  importantísimo; y es que “tengo esa maldita edad en la que todos los que tienen la misma que yo, me parecen mucho más viejos”.  

 

Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com