En mi último artículo critiqué que Pedro Sánchez
nos hiciera volver de nuevo a las urnas por la ineptitud de unos y otros en el
diálogo y el pacto para conformar un gobierno; trasladaron su responsabilidad a
los ciudadanos para que nosotros les solventáramos el problema. Pero, no nos
engañemos, el Sr. Sánchez veía, gracias a las encuestas del CIS (no olvidemos
que su presidente ha sido nombrado por él), que podía aumentar su número de
escaños en unas nuevas elecciones, y no tener que depender de otras formaciones
políticas para ser presidente. Por eso se tiró de cabeza a los nuevos comicios.
Transcurridos sólo siete meses desde los de abril y con los políticos y sus partidos considerados como el
principal problema (tras el paro) para los españoles, la participación será una de las claves el
próximo 10 de noviembre. La voluntad de los electores por acercarse a su
colegio electoral puede marcar la diferencia respecto al 28-A. Preguntados por
su intención de ir a votar, dos tercios de los entrevistados responden que lo
harán «con toda seguridad», según el Centro
de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicada y realizada
entre el 21 de septiembre y el 13 de octubre pasado.
La encuesta no ha tenido en cuenta los
posibles efectos derivados de la publicación de la sentencia del “procés”, de
los desórdenes acaecidos en Barcelona con la violencia de los CDR (289 policías
heridos), ni de la repercusión que haya podido acontecer con la exhumación del
dictador Franco. Sí refleja, por el contrario, que existe un 32% que aún no
está decidido a quién votar, al tiempo que anticipa un aumento de la abstención
que podría superar los ocho puntos. Son muchos puntos. Para los
expertos en Ciencias Políticas, la publicación de una encuesta puede generar un
clima de opinión con dos consecuencias: La primera, sostiene que una parte de
los votantes, al ver una encuesta, apoyaría la opción electoral que aparece
como favorita para ganar las elecciones, es decir, que se subirían al “carro
ganador”. Por el contrario, se movilizaría una parte del electorado hacia la
opción que las encuestan dan como perdedor o más débil, para intentar
convertirlo en ganador.
La verdad de las cosas es que los
estudios en general son contradictorios, de manera que no existe una tendencia
clara al respecto. Entre debates y encuestas, los candidatos tratan de influir
en los ciudadanos con sus ideas o tratan de difundir la idea de que van
ganando, pero, ¿qué tanto influyen las encuestas en los votantes? La ley
electoral prohíbe que se difundan encuestas electorales 5 días antes de los
comicios, con ello podríamos pensar que los legisladores dan por hecho que las
encuestas influyen en la opinión de la gente. No obstante, en estudios
anteriores, se ha demostrado que una parte del electorado tuvo en cuenta mucho
o bastante esos sondeos a la hora de decidir qué iba a hacer el día de las
elecciones; lo que se traduce en más de 1,5 millones de personas influidas en
algún sentido por los sondeos. Pero el estudio reciente no refleja que la
sociedad española ha cambiado mucho. Por un lado, está la afluencia masiva de
jóvenes que cada nueva cita electoral, se incorpora y tiene derecho a depositar
su voto, y por otro lado, existe una masa ingente de personas mayores
(jubilados) descontentos con la cuantía de sus pensiones de jubilación que
representan algo más de 8 millones de votos. Sólo con estos votos, sería
suficiente para tener mayoría absoluta. Luego existen los adscritos a una
fuerza política y los incondicionales convencidos que siempre votan a “su
partido” lo hagan bien o mal, que proporcionan un cheque en blanco siempre.
Personalmente, las encuestas las asimilo --quizá sea un error comparativo por
mi parte—con algunos piquetes informativos en ciertas huelgas que no son de
información sino de coacción.
Pero así no se ganan elecciones, ni por mucho
mitin que se celebre, ni con los incondicionales, ni con los votos de los
profesionales de la política, ni con los votos de los periodistas a sueldo de
ciertos ideales políticos. Los que hacen ganar o perder elecciones es esa
mayoría silenciosa que no es tonta y no se deja manipular fácilmente aunque no
se manifieste, que hoy vota una opción u otra en función de lo ejercido en
cuatro años, la que se siente orgullosa de haber contribuido con su trabajo,
con el uso de su libertad personal, con el respeto a las leyes e instituciones
legales, con el cumplimiento de sus obligaciones como ciudadano y, sobre todo,
con su voto, a mejorar día a día para hacer que este país, sea más libre, más
próspero, más justo y, por ende, más democrático.
Miguel F. Canser