domingo, 1 de febrero de 2015

ÉTICA, Y MORAL EN ECONOMÍA

¿Por qué se mueve el mundo?, ¿cuál es el verdadero motor que lo hace girar?, ¿será el amor? Parece que no. Los más contemporáneos dicen que lo que verdaderamente hace que este mundo evolucione es el dinero. Pocas cosas --aseguran-- tienen sentido si no está el dinero presente. Dicen que el dinero no da la felicidad, pero sin él pocos pueden ser felices. Con dinero se consiguen muchas cosas: mejorar en tu salud, adquirir bienes, que tu alimentación sea más apropiada, conseguir influencias, mejorar tu nivel de vida que haga más asequible el camino para conseguir tu felicidad, etc. Y cuando el dinero no existe, todo eso se difumina.
          Ya sabemos que el dinero es imprescindible para conseguir lo más básico para nuestra subsistencia; ahora bien, existen unas reglas, unas normas. En toda sociedad encontramos acciones permitidas y acciones que son prohibidas, y son las que definen la moral y la ética de cada pueblo. La moral, que significa costumbre, repetición de actos,  viene a ser la norma de comportamiento que, adquirida por cada persona, regula su conducta; aclarando que no toda sociedad tiene los mismos juicios de valor sobre tales conductas. Así pues, para poder vivir una libertad social, se deben observar las normas morales que, desde que existe la humanidad, hemos diseñado con nuestra conducta, con nuestra manera de ser, y con los usos y costumbres que se han convertido en leyes; estableciendo una “ética”,  una ortodoxia universal que regula el camino y la vía para conseguir nuestros propósitos.  
La ética es prescriptiva, nos indica lo que debe y no debe hacerse, siendo la economía, en cambio, una ciencia de naturaleza descriptiva, pues indica los efectos probables de determinadas políticas y analiza, utilizando el método científico, la realidad. Entendemos por economía la ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas; y si concretamos refiriéndonos a la cosa pública, se necesita tener muy claro el fin, la meta por la que cobra sentido la administración pública. Es curioso, pero el déficit ético que enfrentan los organismos públicos en general está muy relacionado con una cierta desconexión con los objetivos centrales de estas instituciones.
La administración pública existe para servir al interés general; es decir, para promover y proteger el ejercicio de los deberes y derechos de la ciudadanía, que es la cosa de todos, que se gestiona, en algunas ocasiones, como una "cosa nostra"; en otras palabras, como si se tratase de un organismo diseñado para servir al interés de unos pocos. Existe un patrimonio que es de todos, conseguido con el esfuerzo común, con el pago de los impuestos que todos hacemos y la gestión de este patrimonio debe hacerse bajo los principios básicos de toda ética. La diferencia entre el fin de una economía pública y una privada (cuya existencia es necesaria), es que mientras aquélla sólo debe conseguir el bienestar de todos, en la privada su fin primordial es conseguir un beneficio. Las organizaciones, como las personas, tienen una ética y un clima moral y, en el caso de la administración pública, los principios que deben servir de referencia para la toma de decisiones surgen del conjunto de valores mínimos de ciudadanía a partir de los cuales cobra sentido la democracia. Una administración pública inmoral genera desconfianza y hace que se dupliquen los gastos ya que se ofertan servicios privados para realizar acciones y labores que deberían ejecutarse desde la instancia pública.
La lapidación de los bienes de todos (privatizar lo público) podría enmarcarse en una conducta de falta de ética en la gestión de los recursos. Parece que para los representantes elegidos por el pueblo, la gestión del patrimonio de todos fuera un lastre que hay que quitarse de encima. No quieren responsabilidades, sólo dinero, con el consiguiente resultado: el precio de la luz, el gas, el agua, el teléfono, entre otros, se incrementa (hay que obtener beneficio) con el perjuicio del bolsillo de los contribuyentes.
La batalla más importante que se libra a diario en el mundo no es contra el terrorismo, ni contra el delito, sino la que libran los poderosos por controlar la mente de los ciudadanos e impedirles por todos los medios que piensen libremente, que puedan discernir entre el bien y el mal y consigan autogobernarse. El empeño de la ética es servir como brújula, como referencia en la construcción de una sociedad mejor, que apuesta por superarse a sí misma.
Miguel F. Canser

www.cansermiguel.blogspot.com