martes, 7 de marzo de 2023

MEDIOCRIDAD


 Mediocre significa de poco mérito, tirando a malo. La persona mediocre suele ocultar que los demás sepan que lo es. Actúan en la vida tomando decisiones con el propósito de agradar al resto, por temor a perder el afecto de las personas que les rodean. Viven con la ilusión de que lo importante es sólo el ahora y, por lo tanto, se comportan de manera dispersa en sus asuntos relevantes. Recurren permanentemente a las excusas para explicar los fracasos, sin hacerse cargo de la responsabilidad por los resultados que generan en la vida. Se quejan literalmente por todo y sienten que la vida les juega permanentemente malas pasadas. Es el victimismo de siempre. En sus trabajos hacen lo justo y necesario, no se esfuerzan nada adicionalmente por hacerlo con entusiasmo y mejor. No suelen generar una conexión emocional con los demás. Dicen que la vida es injusta con ellos, y están esperando la ayuda de los demás para resolver sus problemas. Y, lo que es peor, alimentan y generan la envidia cuando alguien triunfa y no han sido ellos.

 

         La mediocridad en la clase política se percibe como un lastre que limita las potencialidades de un país que se ha modernizado en todos sus ámbitos. Son muchas las voces que señalan que, efectivamente, debería incorporar las virtudes y buen hacer de otros colectivos. El enorme embrollo que acompaña la conformación de una mayoría parlamentaria, alimenta la sensación de que la política se ha convertido en un reducto de mediocres. Desde hace años, los ciudadanos españoles perciben a los partidos políticos como uno de los mayores problemas. El desafecto ciudadano es ya una realidad extraordinaria. Me pregunto hasta qué punto puede resultar cierto que, en una sociedad abierta, un colectivo como el político, se convierta en una especie de isla de mediocridad, rodeada de otros espacios en los que luce la excelencia.

 

              A la política deben llegar los más preparados porque de sus decisiones o de la redacción de las leyes, dependemos el resto de ciudadanos. Si hoy tuviéramos que plasmar el curriculum de la mayoría de los miembros del Gobierno y muchos de los políticos, nos sobraría la mitad de una cuartilla y nos limitaríamos a una licenciatura en lo que fuere, un doctorado a cualquier precio, unos estudios universitarios no finalizados o no iniciados, y en algunos casos ni siquiera el bachiller. Ser político hoy se ha convertido en una una carrera de avispados. Hoy la democracia está en crisis, esa democracia que siempre se consideró como la participación del pueblo en las tareas del estado; no es la democracia que pretendían Platón y Aristóteles que debería ser el gobierno de los mejores. Hoy fabricamos en tiempo récord un líder y lo lanzamos a la plaza y a la calle, lo llevamos a la televisión, a la prensa y, en poco tiempo, sacamos del anonimato a alguien y lo hacemos famoso y atractivo como se puede “lanzar” una canción o un intérprete.

 

         Hoy día, en España, no hay una cultura democrática, nos dejamos llevar por impulsos y nos dejamos arrastrar aún por la historia, por una guerra civil, creando nuevos hooligans, herederos de un fanatismo que hay que votar a determinado partido político sí o sí, aunque sus dirigentes sean unos inútiles. No somos críticos y aún estamos mediatizados por acontecimientos, revanchas, odios y venganzas. En este país se está más pensando en un gobierno que nos de subvenciones y que nos dé una renta para vivir. No estamos pensando en prepararnos para afrontar el reto de un trabajo, no. Hay una inmensa mayoría de ciudadanos que sólo están pensando en vivir sin trabajar. No pensamos en el bienestar o en el futuro del país, estando buscando el bienestar propio sin esfuerzo y sin trabajo.

 

         El político mediocre promociona e impulsa este sistema. Se acaba de reformar la ley sobre los delitos de sedición, malversación y de bienestar animal que han supuesto un encendido debate y han resultado ser de una constante polémica. Permanecer en el poder, lo perdona todo. El Estado es tan grueso y seboso, que no puede financiarse sin esquilmar a ciudadanos y empresas y sin endeudarse de manera suicida. Más de 600.000 políticos viven, directa e indirectamente, de los presupuestos públicos y cientos de instituciones que dedican más de la mitad de sus presupuestos, a pagar las abultadas nóminas.

 

         La clase política española, tanto la derecha como la izquierda, y los nacionalismos parásitos y chantajistas que les venden sus votos para gobernar, se han convertido en centros de colocaciones y dispensadores de lujos y privilegios, todo pagado por el contribuyente que, comparativamente, es el más expoliado de Europa, y uno de los más esquilmados del planeta. Una de las mayores pruebas de mediocridad es no acertar a reconocer los errores propios ni la superioridad de otros, dando paso a la soberbia y la falta de humildad. Lo que importa es el poder, sin más.

 

Miguel F. Canser

 

 

 

 

 

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