No suelo ir en
autobús, pero aquel día lo hice porque mi coche decidió (así me lo reclamó) que
debía ir al taller para hacer la dichosa revisión. Es un engorro porque, cuando
estás acostumbrado a utilizar siempre el automóvil, resulta una contrariedad
cuando careces de él. La verdad que,
aunque era una situación distinta para mí, resultó muy gratificante y
significativa porque recordé aquéllos tiempos olvidados cuando era muy joven y
no tenía más remedio que ir en transporte público. Pero no, ir en autobús ahora
no tiene nada que ver con haberlo hecho hace muchos años. Ni los autobuses son
iguales (más modernos y confortables), ni la gente actúa de la misma manera. Antes era normal que dos o más personas que
iban juntas, mantuvieran una conversación sobre cualquier tema; ahora, ni se
miran. Sólo miran cada uno su móvil, sin articular palabra alguna.
Cuando subí, iba prácticamente lleno.
Únicamente quedaban unos asientos en la parte de atrás, y me senté al lado de
una señora mayor que no viajaba sola. Iba charlando con dos mujeres algo más
jóvenes sentadas en butacas de la misma fila separadas por el pasillo. Después
de un rato, no puede por menos de hacer un comentario en voz alta:
--¡Ay que ver!, todo
el mundo mirando el móvil, y ustedes las únicas que conversan –dije—
--Sí, la verdad es
que cada vez hay menos diálogo. Entre el móvil y la tele, nos tienen absorbido
el seso —dijo una al otro lado del pasillo—
Al final, me animé yo
también:
--Pues es triste,
porque además de no dialogar, tampoco podemos escuchar lo que nos quieran decir
–afirmé—
--Ni hablamos ni
escuchamos, ¡Ése es el mal de ahora! –Dijo la mujer mayor—
La conversación cada vez fue más fluida
y –es inevitable— la de más edad terminó hablando de su estado de salud. “Yo me encuentro en plenitud, sólo que,
claro, me fallan las piernas, tengo alta la tensión, el azúcar se me
descompensa alguna vez, pero aparte de ello, estoy bien”. Cuando cogimos
más confianza, empezamos a hablar de política; primero hablamos de la política
municipal en cuyo ayuntamiento en Madrid, dijeron “entran sólo los enchufaos”. Después, (el viaje en el autobús duró
algo más de media hora), hablamos ya de política en general, llegando (ellas) a
la misma conclusión: “la corrupción es
debida a la identificación de tus problemas personales con los problemas del
común de los mortales, es decir que lo que trincas al margen de lo legal, no
estaba mal visto; a fin de cuentas, lo único que te falta es un buen contable
que haga cuadrar las cuentas como sea. ¡Que me pongan donde haya!”. “Da igual
votar a uno u otro, son todos iguales. Un partido es la locura de muchos en
beneficios de unos pocos”.
Reconozco que me duró unos días dejar
de pensar en esa conversación. Y me pregunté: ¿Es así como piensa la mayoría de
la gente? Nuestro país donde la
gastronomía, la ración de futbol casi diaria, algunos programas de TV, las
innumerables fiestas y las mentiras del poder, sirven para fabricar la opinión
de que sus políticos les oprimen con impuestos insoportables, les roban, les engañan
diciéndoles que su dictadura de partidos es una democracia y en el que la
Justicia, la información y, prácticamente, toda la acción de gobierno están
infectadas de corrupción, arbitrariedad y abuso. Es verdad que siempre he
pensado que la mayoría de nuestros políticos gobiernan sin hacer caso de las
aspiraciones más intensas de la población, en que el Estado, demasiado grueso e
imposible de financiar por estar preñado de políticos parásitos viviendo a
costa de los impuestos, sea reducido drásticamente, que los partidos políticos
dejen de ser financiados con el dinero de todos, y que se castigue a los
corruptos y se les encarcele hasta que devuelvan el botín robado, incapaces de
llegar acuerdos cuando no adquieren la mayoría absoluta. ¿Les hemos acostumbrado
mal?
Pero tampoco dejo de pensar en la venta
de viviendas de protección oficial a fondos que modifican las condiciones y
desahucian a los inquilinos. ¡Qué gran gestión de los bienes públicos y de los
derechos de los ciudadanos! “Nada va bien
en un sistema político en que las palabras contradicen a los hechos”
(Napoleón)
Miguel F. Canser
Cansermiguel.blogspot.com
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