Las urnas han vuelto
a hablar. Cada persona ha depositado su voto considerando cuál es su mejor
opción, en virtud de los “ofrecimientos” (promesas) de cada partido político.
Ahora toca comprobar el nivel de cumplimiento de dichas promesas. Este hecho no
es nada baladí si, como siempre se nos ha dicho, los votantes debemos movernos
en base a los distintos programas electorales que presentan y que suelen ser un
calco de los ofrecidos en anteriores consultas legislativas porque, como casi
nunca se cumplen, hay que volver a repetirlos. Además, los partidos cada día
hacen los programas más largos (¡Plastas!) con la crítica de que no deberían
ser ni cartas a los Reyes Magos ni elementos confusos. Un programa electoral
debería ser un ejercicio de honestidad y transparencia ante los electores, no
un documento abigarrado que nadie se lee como acaba pasando. A veces se dan
argumentos para que los partidos políticos incumplan sus promesas. El primero
es que los gobiernos dicen que tienen más información que los ciudadanos así
que no pueden cumplir los deseos o promesas que le hicieron a los electores. Cuando llegan al puente de mando de
la nave todo se ve distinto. El segundo argumento es que ellos tienen una
mirada a más largo plazo y nos piden un voto de confianza. Hoy no cumplen su
programa pero en que las cosas mejoren, lo harán. Nos piden paciencia. Al
final, nos dicen que como la política es contingente e imprevista, no les queda
más remedio que adaptarse continuamente a las circunstancias. En suma, que
tampoco pueden cumplir.
En nuestro país existen cuatro cosas
que más preocupan a los ciudadanos: El empleo y, por ende, el excesivo paro,
las pensiones, la sanidad y la educación. Todos los partidos tienen la
“fórmula” para solucionar estos problemas, pero vuelven a repetirse cada vez
que existen elecciones porque no se han cumplido. La mejor receta contra la
desigualdad es una lucha sin cuartel contra el desempleo, que se logra
maximizando el crecimiento económico, un sistema laboral que conecte la
universidad con la empresa y que los fondos de los cursos de formación, se
destinen a las empresas directamente para formar “in situ” a los futuros
profesionales; evitando las posibles corrupciones y desvíos de dichos fondos,
acompañados del seguimiento y auditoria correspondiente. Las pensiones, y ante
la inviabilidad del sistema de reparto actual, deberían formar parte de los
presupuestos del Estado y evitar que la Seguridad Social, pida “créditos” al
Estado (que nunca se pagan) para poder abonarlas.
En cuanto a la sanidad pública, los
profesionales se quejan que hacen falta más plazas para atender la demanda
existente. Las listas de espera son escandalosas y las consultas de atención
primaria adolecen de sobrecarga asistencial. La saturación de las urgencias,
ligada a la pésima gestión en relación con los centros de salud es otro síntoma.
Es necesario el aumento de medios económicos y humanos sin olvidar el necesario
apoyo económico a la Investigación, Desarrollo e Innovación. Y en cuanto a la
educación, que se ha convertido en una
batalla ideológica de siempre, y al margen del modelo a seguir, existe
desajuste entre los contenidos propuestos en los planes de estudios, y las
capacidades e intereses reales de los alumnos/as de determinada edad, desajuste
de los niveles obligatorios entre sí, la metodología didáctica del
planteamiento de la enseñanza resulta con frecuencia, excesivamente abstracto y
escasamente acorde con la edad y características del alumnado, escasa formación
y motivación por parte de los profesores de los distintos centros, no se aborda
con la suficiente profundidad los temas pedagógicos, alto fracaso escolar, etc., etc.
Para todo esto, prometido en campaña
electoral, se necesitan medios, que se traducen en un incremento del gasto
público, sin explicar cómo se va a recaudar el dinero para acometerlos. Un
programa electoral debe funcionar como un contrato entre un partido político y
sus votantes, y deben auditarse para futuras elecciones. Si a nivel particular
firmamos contratos pensando en cumplir lo que hemos escrito, no tiene sentido
realizar lo contrario en un programa, y quizá por eso apenas los leemos y luego
nos quejamos de la calidad de nuestra democracia. Mantener la palabra, ser
coherente y ser creíble, suelen ir de la mano. Como leí una vez: “Vivimos en
una sociedad donde mentir se ha vuelto rutina, traicionar es casi una monotonía
y ser hipócrita es la ropa de hoy en día”.
Miguel F. Canser
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