¿Por qué somos de izquierda o de
derechas? El lugar de nacimiento, la clase social, la familia y el ambiente en
que nos criamos, los maestros y los amigos que tenemos, las experiencias
vividas, todo eso, es decir, todo lo que forma parte de la educación recibida,
es lo que muchos ciudadanos pueden alegar, con razón, ante la pregunta de qué
es lo que nos hace ser de derechas o de izquierdas. La educación recibida es el
elemento básico, el núcleo familiar donde nos hemos desarrollado en la infancia
y la adolescencia, las experiencias adquiridas también. Pero, ¿son todos los
cerebros iguales a la hora de ser influidos y modelados por la educación? ¿En
qué medida la biología y el cerebro que heredamos determinan la fuerza y posibilidades
de la educación que recibimos para hacernos de derechas o de izquierdas?
También existen estudios de por qué acuden unos más que otros a las urnas. El
estrés podría ser un factor que disminuye la participación de los ciudadanos en
las elecciones; así como determinados acontecimientos sociales de carácter
traumático, pueden producir movilizaciones importantes en la orientación
ideológica de las personas (atentado terrorista en Madrid).
Es muy frecuente que en las encuestas se pregunte a la
ciudadanía cuál es su opinión comparativa entre los partidos de derecha y de
izquierda. Casi siempre, los de izquierda salen mejor parados en lo que se
refiere a capacidad para redistribuir y conseguir mayor justicia social, y la
derecha en que gestiona mejor los recursos económicos que los dirigentes de
izquierda; y aunque ya sabemos que los partidos de izquierda apuestan por
preservar los derechos sociales y los servicios públicos, siendo necesaria la
subida de impuestos para poder mantenerlos, por el contrario, la derecha dice
bajar los impuestos recortando en gastos políticos absurdos, manteniendo los
derechos sociales y mismos servicios. Como se ve, el fin es parecido pero
utilizando medios distintos. Mientras unos dicen (izquierda) que hacen falta
más impuestos, los otros (derecha) lo argumentan diciendo que no hace falta
subirlos, sino controlar y minorizar el gasto.
Creo que las dos posturas tienen su
razón lógica. El estado de bienestar y los derechos sociales, se mantienen a
base de impuestos, pero también hay que vigilar el excesivo coste político que
mantiene la estructura del Estado. Pero aquí el problema es la incapacidad que
tienen unos y otros, para pensar en verdaderas reformas, y en la cobardía para
atajar los problemas en su raíz, el no atreverse --o no saber-- plantar cara a
la actual estructura y funcionamiento del Estado, el despilfarro de las
autonomías, el gasto incontrolado de los cien mil chiringuitos que sostiene el
Estado, desde organizaciones empresariales, partidos y sindicatos, a organismos
públicos y semipúblicos parásitos, al ejército de asesores y enchufados,
subvenciones a diestro y siniestro, el sobrecoste de la obra pública, la
evasión y el fraude fiscal, el consentimiento de la economía sumergida, la
corrupción y su metástasis larvada, la renuncia a recuperar la millonada
entregada a los bancos para el «rescate» de las Cajas, el descontrol en el
reparto de las ayudas públicas, etc.
¿Economía? Sí, la más elemental, la que
se hace con sumar y restar. Hay dinero de sobra para sostener y mejorar el
llamado Estado del Bienestar, pero ese dinero se va, se esfuma, se dilapida
para mantener privilegios y prebendas, para sostener redes clientelares, para
favorecer a oportunistas y verdaderos sátrapas especializados en vivir del Estado.
¿Saben ustedes cuántos políticos tenemos en España? Muchos. Somos el país que
más tiene de toda la Unión Europea. Hemos privatizado las principales empresas
públicas, que deberían seguir siendo de todos: (luz, telecomunicaciones, gas,
etc.) y, ¿dónde está todo el dinero recaudado?, porque los impuestos han
seguido subiendo. Hace falta impulsar el cambio del modelo productivo, acabar
con los recortes en educación y en sanidad; aumentar la inversión en I+D+I,
conectando la universidad y la empresa, etc. Podría enumerar muchas más pero,
por disposición de espacio, no puedo. Creo que, para ser un buen gestor de lo
público, la primera exigencia es creer en el servicio público (da igual ser de
derechas o de izquierdas), porque el Estado es como la contabilidad de partida
doble; pues para que un ciudadano reciba algo, a otro se lo han quitado antes.
Pero quien piense que el mejor impuesto es el que no existe, y que lo público
es siempre peor que lo privado, no puede ser un buen gestor de los intereses
colectivos.
Al margen de esto, personalmente pienso
que los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia…, ambos por
la misma razón.
Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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