Cuando
vi por televisión la intervención de Pedro Sánchez admitiendo que los españoles
tendríamos que volver a las urnas, me sentí mal, como si el hecho de haber
acudido a votar y expresar mi decisión como ciudadano, no hubiera servido para
nada. Tuve la sensación de que mi voto no era importante si no coincidía con lo
que los dirigentes políticos quieren. ¿Es que lo hemos hecho mal?, ¿no hemos
cumplido con nuestro deber? Es costumbre que, quien no hace bien su trabajo, es despedido y no cobra. ¿Y ellos?, ¿han hecho
su trabajo?, ¿han cumplido con el mandato representado en las urnas? No, claro
que no. No sólo no han cumplido, sino que nos han llegado a decir algo así: “No
nos gusta lo que habéis votado; por lo que volverlo a hacer”. Sólo les ha
faltado decir….”Y esta vez hacedlo bien”.
Llevamos en cuatro años, cuatro veces acudiendo a votar y, la verdad,
estamos hartos de que hagan con el dinero que les regalamos y con nuestro
tiempo, lo que les da la gana. A la gente nos piden resultados, cuando no los
hay, no nos pagan. Y los diputados, no sólo cobran sin haber cumplido, sino que
además, tienen una indemnización de 45 días más al disolverse las Cortes. Esto
no lo tiene cualquiera. En cuatro años, ¿cuánto dinero hemos dilapidado?
Lo peor que podría ocurrir es que la
clase política transfiera a los ciudadanos sus responsabilidades y les impongan
votar hasta que las urnas solucionen su incapacidad y su ineptitud. El divorcio
emocional entre la clase política y los demás, se ha convertido en España en un
tema social y político de grave importancia. El dato es preocupante pero lo es más que
hasta el 82% de los consultados considere que los políticos “se centran en su
interés”, al tiempo de que persiste la sensación de una corrupción generalizada.
¿Tiene
la sociedad la clase dirigente que se merece? Una buena pregunta que suele
contestarse con cierta rutina intelectual: sí porque los políticos son su
reflejo. Sin embargo, es dudoso que ese perezoso diagnóstico sea certero. Es ya
unánime la certeza de que la política española tiene un tumor maligno
localizado en sus cúpulas partidarias. No puede ni debe ocultarse la realidad
de la decepción que causan los políticos, especialmente cuando defraudan las
más elementales expectativas sociales. Ahí están reacciones populares airadas
que reclaman que los diputados no cobren en los períodos de suspensión de las
actividades parlamentarias; las que rechazan recibir propaganda e información
de carácter electoral y las que se apuntan activamente a la abstención como una
forma consciente de expresar su protesta y malestar.
No hace mucho leí a Arturo Pérez
Reverte, que traducía el significado de la mediocridad con esta reflexión: “en
la sociedad occidental, el héroe tiene mala prensa. Toda diferencia es
perseguida. En España especialmente la inteligencia es pecado, no actuar en
rebaño es un pecado. Del mundo tienen que tirar las elites, las masas no tiran
del mundo, y esas elites las están exterminando en el colegio porque las están
acomplejando y haciéndoles sentirse culpables. Esa inteligencia aplastada es
molesta, incomoda en la política, en la cultura, en todo”. La mediocridad, se
ha instalado en las instancias de decisión. Lo peor que podría ocurrir, y
quizás esté sucediendo ya, es que la clase política (cuatro elecciones
generales en cuatro años) transfiera a los ciudadanos, además de al sistema,
sus propias responsabilidades y les imponga la despótica tarea de votar una y
otra vez hasta que las urnas les ofrezcan las soluciones que ellos son
incapaces de lograr con el ejercicio responsable de la gestión pública.
Nuestra Constitución dice en su
artículo 1: “La soberanía nacional reside
en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Pues parece
que no es así. Desde hace cuatro años, --desde que no existen mayorías
absolutas—se muestran incapaces de dialogar buscando lo mejor para el bienestar
de todos, donde prima su ideología y su interés, no saben pactar y no admiten
ceder un ápice para conseguir el deseado consenso que requieren los ciudadanos.
Nos hacen ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario, lo
horripilante. Si el próximo 10-N sale la cosa más o menos y seguimos igual, ¿qué harán?
Miguel
F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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