Los humanos
acostumbramos muchas veces a priorizar y poner de moda palabras que surgen como
tendencias, y como tales, desaparecen cuando un estilo deja de estar a la moda.
En política, lo que se lleva ahora es: “progresista”. Prácticamente todos los
grupos de izquierda la están usando muy frecuentemente para distinguirse de los
objetivos que marca la derecha. El progresismo en política se define a aquéllas
ideas orientadas hacia el desarrollo de un estado del bienestar, la defensa de
los derechos civiles y cierta redistribución de la riqueza. Comúnmente se
considera que estas corrientes aglutinan fuerzas opuestas al conservadurismo. Pero, ¿qué significa realmente ser
progresista en política?
Cuando
escribo estas líneas, se van a producir las conversaciones “bilaterales” entre
PSOE e ERC (Ezquerra Republicana de Cataluña) para desbloquear la investidura
de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. En la agenda está, todos lo
sabemos, el deseo nacionalista catalán de llegar a la celebración de un
referéndum sobre el derecho de autodeterminación e independencia de Cataluña;
algo así como: “si accedes a mis pretensiones, no voto a tu favor, pero me
abstengo y puedes ser presidente del Gobierno de España”. Es decir, ERC que
representa sólo a 870.000.- votos a nivel nacional, va a decidir no sólo en la
política, sino en la economía (presupuestos) de más de 35 millones de españoles
con derecho a voto porque, gracias a nuestra injusta ley electoral, le han
correspondido 13 escaños cuando, por ejemplo comparativo, el partidos de
Ciudadanos, con 1,6 millones votos, sólo ha obtenido 10 escaños. Eso sí, ellos
reivindican que la decisión sobre Cataluña sólo les corresponde a ellos, pero
decidir sobre el futuro de España, no sólo a los españoles, sino a ellos
también. Deberían modificar el sistema electoral y parlamentario con una
proporcionalidad pura de listas abiertas. Eso sí sería un acto de verdadero progreso
para nuestro País. Pero no creo sea esa una necesidad perentoria en el acuerdo
firmado entre PSOE e UP (Unidas Podemos).
Como dije al principio, parece que ser
progresista en política sólo le corresponde a la izquierda que la ha acuñado
para intentar englobar a todas aquellas personas que en un momento dado creen o
defienden que los derechos colectivos son derechos de todos, independientemente
de que en un momento dado se esté hablando de un liberalismo económico, por
ejemplo. Pero no existe una corriente ideológica que sea progresismo, sino
que aglutina una serie de compendios que se ha utilizado mucho en el sentido
del marketing, más que en el sentido ideológico de la palabra. Es una palabra
mal usada en términos políticos. Además, todos los partidos se autodenominan en
alguna ocasión como progresistas, que deberían definir qué es ser progresista
para ellos, pues el progreso muchas veces se refiere al futuro de la
sociedad, más allá de la ideología que adopte cada partido político.
Así, en un espectro ideológico de
derecha a izquierda se sitúan los extremistas de derechas, los conservadores,
liberales, democristianos, socialdemócratas, socialistas, comunistas y
extremistas de izquierdas. Los democristianos y socialdemócratas constituirían
el centro del espectro. En general todas estas ideologías, que se consideran a
sí mismas progresistas, se agrupan en
las palabras derecha e izquierda. Al final, izquierda es una palabra que trata
de poner voz a todas aquellas que son ideologías con contenido mucho más social, con más
distribución de la riqueza, otro tipo de modelos económicos que no están
basados incluso en el capitalismo, etc. Y la parte de la derecha son aquellas
que creen más en el libre mercado,
tienen más énfasis en la libertad de las personas como derechos individuales en
vez de como derechos sociales.
Personalmente, opino que existen
servicios a la ciudadanía básicos que deben ser totalmente públicos: Educación,
sanidad, red eléctrica, gas, red ferroviaria, control y gestión de aeropuertos
y puertos, loterías, servicios sociales imprescindibles, etc., pero también
creo que la iniciativa empresarial privada es muy importante y que genera
riqueza y empleo (no todos podemos ser funcionarios), y el gobierno de turno
debe, mediante leyes, facilitar esta posibilidad regulando el libre mercado
porque el desarrollo de la libertad individual es esencial. Eso sí significa,
para mí, una política progresista, más allá de las meras palabras y deseos
expresados en cualquier programa político que, a la postre, nunca se cumplen.
En definitiva, para la gente de a pie, una
política progresista es que le hablen de un futuro cercano sobre lo que más les
preocupa: el paro, las pensiones, la vivienda, la sanidad, la ocupación ilegal
de viviendas a particulares modificando una ley injusta que no protege al
propietario, eliminar buena parte del gasto político que sufrimos, porque el pobre
todavía anda desamparado por el mundo. Éste busca la justicia, vota a las
izquierdas, a las derechas, y no sabe dónde ponerse. Está descolocado. En definitiva, vota a los políticos aunque
piense que ya no se puede creer en ellos. Y eso le revuelve las tripas. Una crítica política abierta a todas las
corrientes ideológicas, sin censuras ni conveniencias, puede ser un factor de garantía
de reformas progresistas, de evolución conveniente, sin choques tempestuosos ni
irresponsables vehemencias. Todos progresan: unos hacia adelante y,
lamentablemente, otros hacia atrás.
Miguel F. Canser