En
estos días han ocurrido dos acontecimientos que han convulsionado la vida de
nuestro país. El fallecimiento repentino de la senadora Rita Barberá, y del
dirigente cubano Fidel Castro. En ambos casos existen similitudes de comportamiento
aunque de direcciones opuestas. La hipocresía es una actitud negativa del
individuo del cual sus acciones no se corresponden con aquello que dice pensar
u opinar. Es comparable con la falsedad, pues la persona hipócrita actúa
básicamente mediante la falsedad o el falseamiento de sus pensamientos. El
hipócrita siempre finge sus verdaderos sentimientos, creencias u opiniones con
un objetivo determinado, aunque no sea más que por esconder los verdaderos por temor
a exclusión social o discriminación. Cuando una persona actúa hipócritamente de
manera constante y prolongada puede ocurrir que termine creyendo sus propias
mentiras. En este caso, pasa a ser una patología psicológica.
Hay tres ángulos desde los
cuales se puede reaccionar ante la muerte de la Sra. Barberá y la de Fidel
Castro: el diplomático, el político y el de la evaluación histórica. El primero
de ellos es propicio para las frases hechas y las condolencias formales que son
propias de los discursos oficiales. Como verdaderos mensajes diplomáticos ellos
deben evadir, con cuidado, cualquier apreciación de fondo. La mayoría de las
reacciones diplomáticas que hemos leído en estos días, sin embargo, no pueden
ocultar las preferencias políticas de quienes las han manifestado, y eso
resulta comprensible: es difícil no adoptar posiciones políticas ante una
figura que, como la de Fidel Castro, tanto intervino en el acontecer mundial
durante más de medio siglo. Las reacciones políticas han sido, en general,
previsibles.
El fallecimiento de Rita Barberá
después de declarar en el Tribunal Supremo por un presunto delito de blanqueo,
volvió a mostrar lo peor de la política española. La muerte no borra los hechos
de la vida de cada cual. Fue dirigente y alcaldesa durante muchos años del PP
en Valencia, un partido destrozado por una corrupción extendida a la gestión en
todos los territorios de la comunidad y sobre ella pesaban graves acusaciones
de responsabilidad en esos hechos. Es cierto que esas acusaciones, que aún
estaban en proceso judicial, no impiden las muestras de respeto a una persona
fallecida, como a cualquier otra; pero de nada sirve aprovechar la muerte de la
senadora para intentar lavar su imagen, hacer juego sucio contra los
adversarios políticos o contra los medios de comunicación insinuando su
responsabilidad en el fallecimiento o cuestionar la necesidad de perseguir la
corrupción. Eso sí es sacar ventaja política de una muerte. Sobre todo si esas
loas y esas acusaciones provienen de los mismos compañeros de partido, que le
obligaron a dejar el PP al ser imputada. Si esa decisión fue coherente
entonces, no deja de serlo ahora porque Barberá haya fallecido. Demasiada
hipocresía alrededor de una muerte por infarto como muchas otras.
En cuanto al fallecimiento de Fidel
Castro, la izquierda lo ha alabado sin mesura, mientras que el centro y la
derecha lo han criticado, aunque con gran moderación. La revolución que encabezó Castro prometía
libertad, prosperidad e igualdad, pero los hechos, tristemente, muestran que
nada de eso se logró en la isla. Después de casi 60 años los cubanos viven
pobremente, ganan salarios miserables y soportan todavía la cartilla de
racionamiento, cruel forma de control que mantiene al borde del hambre a una
gran mayoría de ese sufrido pueblo. No se permiten partidos políticos –salvo
naturalmente el oficial, el Partido Comunista- ni la discrepancia en público,
hay presos políticos y –hasta hace poco- era prohibido salir de Cuba sin
permiso. El modelo económico cubano, por otra parte, nunca ha sido auto-sostenible:
dependió por décadas de la ayuda que aportaban la extinta Unión Soviética y llama
también la atención que muchas de nuestras figuras políticas presuman de
democráticas y tolerantes mientras elogian a una persona que se mantuvo en el
poder ininterrumpidamente por 47 años.
La izquierda latinoamericana y europea, al alabar al régimen cubano y a
su creador, exhiben una hipócrita doble moral. Se pone el grito en el cielo si
se disuelve por la fuerza una manifestación de izquierda en cualquiera de
nuestros países, pero se tolera y se mira para otro lado cuando en Cuba se
encarcela a disidentes que solo manifiestan sus opiniones o cuando se mataba
sin piedad a quienes cometían el pecado de querer, simplemente, salir de la
isla. Una dictadura, aunque se llame revolucionaria, sigue siendo una
dictadura, y elogiarla envía un mensaje que nada tiene de democrático.
Posiblemente exageramos demasiado la
hipocresía de las personas. La mayoría
piensa demasiado poco para permitirse el lujo de poder pensar doble.
Miguel
F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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