En
unos días, volveremos a las urnas porque nuestros políticos han sido incapaces
de llegar a acuerdos y pactar; nos obligan de nuevo a que nos pronunciemos
porque no les ha gustado lo que hemos votado en diciembre pasado. Y que pasaría
si, como es presumible, el resultado del 26-J fuera similar al anterior,
¿volverán a decirnos que tampoco les gusta y que volvamos a votar? Estoy seguro
que no, que ahora sí tendrán que entenderse. Entonces, ¿por qué antes no?
Algunos han llamado esta nueva votación la “segunda vuelta”. Y no es cierto. En
este país no existe eso. Es, simplemente, una llamada a las urnas de nuevo en
toda regla, con el gasto económico que eso conlleva (130 millones de €), a los
que hay que añadir, de nuevo, las subvenciones que se repartirán los distintos
partidos por el sufragio de los votos recibidos.
Una cifra poco desdeñable de dinero público
destinada al correcto funcionamiento de las instituciones, pero quizás excesiva
cuando se da por partida doble. Todo apunta a que la cifra sería bastante
similar: Logística (12,5 millones), Administraciones Públicas (55,1 millones),
Correos (48 millones) y telecomunicaciones (12,8 millones), más un millón y
medio de euros destinados a imprevistos. Estos 130.244.505,08 euros invertidos
en la jornada electoral son equiparables al presupuesto autonómico destinado,
por ejemplo, a Castellón o a Jaén para este año 2016, todavía prorrogados ante
la incertidumbre política. Tampoco aquí fueron capaces de llegar a un acuerdo
para intentar gastar menos. ¡¡Qué generosos son con el dinero de los demás,
cuando no es suyo!!. Mientras, las consultas y pruebas médicas se dilatan en un
tiempo escandaloso, y se restringen algunos tratamientos necesarios por falta
de presupuesto; sin contar los recortes en ayudas a la dependencia. Es,
sencillamente, incomprensible. Y si alguien piensa que esto es demagogia, lo
siento pero tengo que escribirlo porque me lo pide el cuerpo. Sería fácil para
mí, comentar los gastos superfluos en infraestructuras que se han realizado en
todo el Estado que no sirven para nada: Aeropuertos, carreteras de peaje en
quiebra, instalaciones ya terminadas que aún
no se han inaugurado…, etc. Dirán que también es demagogia, pero me lo
sigue pidiendo el cuerpo.
Siempre he denunciado desde estas
páginas la insensibilidad política hacia lo corriente, de lo que se mastica en
la calle, de lo alejados que están nuestros políticos del sentimiento común y
el deseo de las personas. Todos hablan
de regeneración política, pero ninguno hace nada por conseguirlo. Son incapaces
de dialogar, ceder y pactar. Lo más importante son sus siglas y su partido; lo
demás es secundario. Sólo saben perder el tiempo y gastar, gastar y gastar en
cosas no perentorias.
La vida cotidiana de miles de personas
que se cruzan en un día cualquiera ante cada uno de nosotros, es una extensa
trama de realidades sociales y profundamente humanas. Cada persona va ajustando
su realidad a los hechos que le toca vivir, sus circunstancias, su trayectoria
de vida y los recursos con los que va construyendo las posibilidades de
enfrentar los retos que la vida misma se
encarga de poner como parte de la existencia individual y colectiva. Cuando la
norma y la acción social del Estado se desdibujan ante la ciudadanía, el
desencanto aparece. ¿En qué creer cuando los responsables de hacer cumplir la
ley y de ofrecer los servicios que el gobierno está obligado a brindar a sus
ciudadanas y ciudadanos, son omisos y caen en prácticas de impunidad y
corrupción? Eso sí que le llamo yo demagogia política. Todo indica que se
requiere sensibilidad e inteligencia política, ambos aspectos ausentes en nuestros
políticos electos.
En fin, la realidad rebasa por mucho la
imaginación que pudiéramos tener de lo que es capaz la clase política. Los
actos de corrupción que se reflejan en nuestra sociedad son un insulto a los
pobres de este país y dice mucho de la ética, la moral y la sensibilidad de
nuestros líderes. No han podido ver los signos de perturbación social y la
urgencia de los cambios que reclamamos. La mayoría de los legisladores han
perdido su razón de ser y su perspectiva nacional para convertirse en meros
predicadores de la discordia y la desunión. Por favor, atiendan al mandato
recibido en las urnas, trabajen para mejorar la vida de la gente, dejen de
mirarse su propio ombligo, y gasten racionalmente, diferenciando entre un gasto
necesario de uno imprescindible y no pierdan más el tiempo.
Miguel F.
Canser
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