Como cada año, llega la
fecha de la celebración del día Internacional de los Trabajadores o Primero de
Mayo. Siempre se ha utilizado habitualmente para realizar diferentes
reivindicaciones sociales y laborales a favor de las clases trabajadoras. Desde
su establecimiento en la mayoría de países, es una jornada de lucha
reivindicativa y de homenaje a todas las personas que lucharon por una sociedad
social y laboral más justa. En España
los sindicatos organizan grandes manifestaciones que recorren las calles de las
principales ciudades del país en las que se reclaman mejoras laborales. Sin
embargo, el tono reivindicativo se ha ido perdiendo los últimos años entre el
descrédito de las grandes centrales.
El
drama para estas organizaciones es que a los 1º de mayo ya no acuden ni
siquiera la totalidad de sus liberados. ¿Por qué han sufrido ese desprestigio?
¿Por qué la mayoría de los trabajadores ya no confía en las grandes centrales
sindicales? Durante la Dictadura de Franco, UGT y CNT libraron una dura batalla
política en la clandestinidad: la caída de aquél y la defensa de los derechos
de los trabajadores se situaban en el mismo plano. En los años 60, otro
sindicato, nacido en Asturias, y ligado al PCE, Comisiones Obreras, se sumó a
la lucha. La recuperación de la democracia fue, en gran medida, fruto de ese
combate en el que algunos se dejaron la vida y muchos sufrieron la cárcel y la
represión. El gran acierto de Nicolás Redondo y Marcelino Camacho (ambos
forjados en los años duros del franquismo) fue hacer de UGT y CCOO unos
sindicatos capaces no sólo de convocar huelgas, sino de negociar acuerdos con
la patronal y con el Gobierno. UGT y CCOO dieron enorme cohesión al movimiento
obrero y se convirtieron en un interlocutor efectivo con la CEOE y con
gobiernos de distintos colores.
Pero, en paralelo a su consolidación, los sindicatos se
convirtieron en organizaciones poderosas, con unos aparatos burocráticos
pesados y costosos de mantener. Los grandes sindicatos reciben dinero de los
presupuestos del Estado, de las Comunidades Autónomas e incluso de algunos
ayuntamientos. El mecanismo de los liberados les ahorra costes laborales y crea
una casta de militantes que no trabaja, pero que cobra como si lo hiciera. La
intervención de las centrales en los expedientes de regulación de empleo les ha
proporcionado una jugosa fuente de financiación. Si a ello añadimos el dinero
que reciben por los cursos de formación, donde el fraude es generalizado,
tenemos una clave fundamental para entender el anquilosamiento de estas
organizaciones. Al igual que los partidos, UGT y CCOO han estado representados
en entidades públicas. Los dos han tenido representantes en los máximos órganos
de gestión de las antiguas cajas de ahorro. Algunos de los males que denuncian
en sus manifestaciones han sido generados por ejecutivos que han gozado de su
respaldo. Muchos dirigentes sindicales han cobrado sueldos de escándalo y no
denunciaron, cuando todavía se estaba a tiempo de evitarlo, la deriva
especulativa que terminó con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Asímismo,
cuando han tenido problemas con sus ingresos (las cuotas de sus afiliados
apenas cubren una mínima parte de sus gastos), no han dudado en aplicar una
reforma laboral que públicamente detestan, para echar a sus empleados.
En cuanto a los mensajes que lanzan a la opinión pública,
no hay más que demagogia. Proponer más inversión pública, pedir aumentos
salariales en sectores en recesión, reclamar subidas de pensiones cuando el
sistema de la seguridad social hace aguas por todas partes, demuestra lo
alejados que están de la realidad. No sólo eso, lo perezosos que se han vuelto
a la hora de innovar su lenguaje y sus propuestas. No es extraño que la mayoría
de los ciudadanos les perciba como organizaciones cuyo fin último es la
pervivencia de la propia organización. No es de extrañar, por tanto, que el 1º
de mayo los trabajadores que pueden hacerlo se marchen a la playa o al campo y
no se sientan atraídos por marchas desangeladas y discursos caducos.
Y, sin embargo, los sindicatos son necesarios. En una
sociedad cada vez más desapegada respecto de las instituciones, las centrales
han sufrido un proceso similar al de los partidos. Pero cuando el sistema de
producción está basado en las empresas, la existencia de organizaciones que
representen a los trabajadores es crucial para que exista diálogo social. En el
mundo globalizado en el que vivimos, donde la competitividad es crucial para
mantener el nivel de vida y la riqueza, la calidad y la innovación, hacer que permita
salarios dignos y garantice
la “gratuidad” de la sanidad, la educación y pensiones sostenibles, los sindicatos deben tener un papel más activo
en las empresas. No sólo como contrapeso frente al capital, sino como garante
de la rentabilidad, única forma de mantener y aumentar el poder adquisitivo de
los trabajadores.
Por
ello, en lugar de ser una rémora para el incremento de la productividad,
deberían ser un elemento dinamizador de la misma. Trabajadores mejor formados, responsables
en sus funciones, son una condición necesaria para que las empresas puedan
crecer y exportar; para que los sindicatos no terminen desapareciendo, COO y
UGT deben hacer un gigantesco esfuerzo de renovación, autocrítica y
transparencia.
Miguel F. Canser/ www.cansermiguel.blogspot.com
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