domingo, 1 de mayo de 2016

1º. DE MAYO

Como cada año, llega la fecha de la celebración del día Internacional de los Trabajadores o Primero de Mayo. Siempre se ha utilizado habitualmente para realizar diferentes reivindicaciones sociales y laborales a favor de las clases trabajadoras. Desde su establecimiento en la mayoría de países, es una jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a todas las personas que lucharon por una sociedad social y laboral más justa. En España los sindicatos organizan grandes manifestaciones que recorren las calles de las principales ciudades del país en las que se reclaman mejoras laborales. Sin embargo, el tono reivindicativo se ha ido perdiendo los últimos años entre el descrédito de las grandes centrales. 

          El drama para estas organizaciones es que a los 1º de mayo ya no acuden ni siquiera la totalidad de sus liberados. ¿Por qué han sufrido ese desprestigio? ¿Por qué la mayoría de los trabajadores ya no confía en las grandes centrales sindicales? Durante la Dictadura de Franco, UGT y CNT libraron una dura batalla política en la clandestinidad: la caída de aquél y la defensa de los derechos de los trabajadores se situaban en el mismo plano. En los años 60, otro sindicato, nacido en Asturias, y ligado al PCE, Comisiones Obreras, se sumó a la lucha. La recuperación de la democracia fue, en gran medida, fruto de ese combate en el que algunos se dejaron la vida y muchos sufrieron la cárcel y la represión. El gran acierto de Nicolás Redondo y Marcelino Camacho (ambos forjados en los años duros del franquismo) fue hacer de UGT y CCOO unos sindicatos capaces no sólo de convocar huelgas, sino de negociar acuerdos con la patronal y con el Gobierno. UGT y CCOO dieron enorme cohesión al movimiento obrero y se convirtieron en un interlocutor efectivo con la CEOE y con gobiernos de distintos colores.

          Pero, en paralelo a su consolidación, los sindicatos se convirtieron en organizaciones poderosas, con unos aparatos burocráticos pesados y costosos de mantener. Los grandes sindicatos reciben dinero de los presupuestos del Estado, de las Comunidades Autónomas e incluso de algunos ayuntamientos. El mecanismo de los liberados les ahorra costes laborales y crea una casta de militantes que no trabaja, pero que cobra como si lo hiciera. La intervención de las centrales en los expedientes de regulación de empleo les ha proporcionado una jugosa fuente de financiación. Si a ello añadimos el dinero que reciben por los cursos de formación, donde el fraude es generalizado, tenemos una clave fundamental para entender el anquilosamiento de estas organizaciones. Al igual que los partidos, UGT y CCOO han estado representados en entidades públicas. Los dos han tenido representantes en los máximos órganos de gestión de las antiguas cajas de ahorro. Algunos de los males que denuncian en sus manifestaciones han sido generados por ejecutivos que han gozado de su respaldo. Muchos dirigentes sindicales han cobrado sueldos de escándalo y no denunciaron, cuando todavía se estaba a tiempo de evitarlo, la deriva especulativa que terminó con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Asímismo, cuando han tenido problemas con sus ingresos (las cuotas de sus afiliados apenas cubren una mínima parte de sus gastos), no han dudado en aplicar una reforma laboral que públicamente detestan, para echar a sus empleados.

          En cuanto a los mensajes que lanzan a la opinión pública, no hay más que demagogia. Proponer más inversión pública, pedir aumentos salariales en sectores en recesión, reclamar subidas de pensiones cuando el sistema de la seguridad social hace aguas por todas partes, demuestra lo alejados que están de la realidad. No sólo eso, lo perezosos que se han vuelto a la hora de innovar su lenguaje y sus propuestas. No es extraño que la mayoría de los ciudadanos les perciba como organizaciones cuyo fin último es la pervivencia de la propia organización. No es de extrañar, por tanto, que el 1º de mayo los trabajadores que pueden hacerlo se marchen a la playa o al campo y no se sientan atraídos por marchas desangeladas y discursos caducos.

          Y, sin embargo, los sindicatos son necesarios. En una sociedad cada vez más desapegada respecto de las instituciones, las centrales han sufrido un proceso similar al de los partidos. Pero cuando el sistema de producción está basado en las empresas, la existencia de organizaciones que representen a los trabajadores es crucial para que exista diálogo social. En el mundo globalizado en el que vivimos, donde la competitividad es crucial para mantener el nivel de vida y la riqueza, la calidad y la innovación, hacer que permita salarios dignos y garantice la “gratuidad” de la sanidad, la educación y pensiones sostenibles,  los sindicatos deben tener un papel más activo en las empresas. No sólo como contrapeso frente al capital, sino como garante de la rentabilidad, única forma de mantener y aumentar el poder adquisitivo de los trabajadores.

Por ello, en lugar de ser una rémora para el incremento de la productividad, deberían ser un elemento dinamizador de la misma. Trabajadores mejor formados, responsables en sus funciones, son una condición necesaria para que las empresas puedan crecer y exportar; para que los sindicatos no terminen desapareciendo, COO y UGT deben hacer un gigantesco esfuerzo de renovación, autocrítica y transparencia.

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