Hace ya unos años que nos
hemos acostumbrado a vivir indecisos, con un horizonte temporal impredecible;
nuestro futuro se nos antoja, cuando menos, incierto, desesperanzador, nada
halagüeño. Algunos pensarán que su “vida ya está hecha”, que por su edad y con
lo que tienen, ya han cumplido, pero
siguen pensando en sus descendientes, en su futuro preocupante e incierto.
Estamos en una sociedad regularmente solidaria, pero triste, vamos
arrastrando nuestra existencia sin ilusión; es como si transportáramos una
pesada losa que nos hace cada vez más difícil poder realizar nuestros sueños,
ilusiones y deseos, porque vivimos bajo una constante y persistente amenaza. En
definitiva, vivimos con miedo.
El miedo o temor es una emoción caracterizada por
una intensa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la percepción
de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado, que nuestra
experiencia se encarga de recordarnos. Los que dirigen esta cosa llamada Estado
(no sólo en este País, sino en todo el mundo) saben que para alcanzar sus metas
necesitan nuestra colaboración, que apoyemos sus proclamas para que se llegue
(ellos) a los objetivos establecidos. Es lo que algunos expertos denominan la
“cultura del miedo”. Se trata de bombardear constantemente mensajes que nos
provocan temor, porque cuando tenemos miedo, solemos tener un comportamiento
más irracional de lo normal; y esto suelen utilizarlo frecuentemente los
políticos, empresas y los poderes económicos. Por ejemplo, desde hace ya unos
años no paran de informarnos sobre la pésima situación económica, o de la
necesaria medida de rescatar a las entidades financieras (antiguas Cajas de
Ahorro dirigidas por políticos) porque de lo contrario, los depositantes
perderían todo su dinero. Es decir, al mismo tiempo que nos meten el
miedo nos venden la solución y
consiguen su objetivo; o cuando es un discurso pidiendo sacrificios y recortes
para salir de la crisis y nos atemorizan que, la única forma de salir de ella
para evitar la hecatombe, es que nos recorten los derechos sociales sin darnos
cuenta que nos han vendido su “solución”.
El
arma más poderosa que tiene un gobernante no es la fuerza ni la represión. Esas
artes son de otro tiempo, de otra época. Hoy en día los gobernantes prefieren
no llegar hasta esos extremos para controlar y someter al pueblo. No hace falta
porque han descubierto que, a la hora de gestionar una población, no es
necesaria la fuerza si se sabe bien cómo amenazar a los individuos. Debido al
miedo transmitido con una amenaza, las personas obedecerán necesariamente. Es
sabido por todos que, desde hace años,
han disminuido considerablemente los accidentes de automóviles con
víctimas mortales. Pero, ¿es debido a una mejor conciencia ciudadana, o al
temor a que te pille un radar, te imponga una multa estratosférica, con la
consiguiente pérdida de puntos y posterior retirada del carnet? Cada cual en su
fuero interno sabrá.
Hace ya unos años que la población
de a pie estamos sufriendo un constante deterioro de nuestros derechos
democráticos con pérdida ostensible de derechos sociales. Nos han vendido que
no había otra solución bajo la amenaza de quebrar y llegar al caos; por
fortuna, ya existen voces que se alzan y denuncian la manipulación que estamos sufriendo.
Por ello el arma más poderosa que tiene
un gobernante es el miedo; es la razón por la que el sistema se mantiene vivo. Cuando un político utiliza el miedo en su
discurso no pretende alertar o avisar a la población, sino conseguir sus
objetivos. Ya he oído en alguna ocasión que si, en unas elecciones, se vota
distinto de PSOE o PP, sería imposible la gobernabilidad del País. Es una
amenaza más. ¿Qué es lo que temen los defensores del sistema establecido? Sencillamente
que el sistema caiga, que se les acabe el chiringuito, “la mamandurria”.
El sistema actual, se basa entre
otras cosas en la desigualdad. Desigualdad económica, desigualdad social,
desigualdad política… Es un sistema de clases, en el que los de arriba no están
dispuestos a equipararse política, social y económicamente con los de abajo. Y
para que los de abajo no
cuestionen el sistema y no lleguen a pensar que “algo falla”, los de arriba se ponen manos a
la obra con la política del miedo. Es curioso comprobar cómo nos engañan, nos
mienten, nos ocultan la verdad y siempre con el mismo objetivo: el enriquecimiento.
Hay que mantener la tiranía de los mercados. Quizá luego tenga que retractarse,
pero no será problema; seguramente ya no será presidente y estará colocado en
alguna empresa a la que favoreció durante su mandato. Pedir perdón, sólo
esporádicamente; pedir permiso nunca. Así la reforma de pensiones, recortes en
sanidad, subida de impuestos, bajada de sueldos, precarización del trabajo…,
todo se acaba aceptando por parte de la sociedad. Una sociedad con miedo. ¿Cómo
protestar ante estas políticas? Da mucho miedo la incertidumbre de no hacer
caso a lo que dicen los hombres de negro que viven en Bruselas y que saben
tanto de números. Da mucho miedo quejarse, porque podemos perder el puesto de
trabajo. Otro nos reemplazará y trabajará por menos dinero. Mientras tengamos
comida en la nevera y televisión, nada nos hará levantarnos del sofá.
Preguntémonos qué haríamos si no
tuviéramos miedo, ¿qué nos gustaría hacer, a donde iríamos, qué haríamos con
esta clase política,
con la crisis, con los empresarios y con los bancos, qué sería de nuestra vida
sin miedo, sin ese gran muro que nos ponen? Te invito a que busques vivir
sin ese temor, entonces es cuando seremos realmente libres. El miedo es nuestra mayor prisión. No podemos
apretarnos el cinturón y bajarnos los pantalones al mismo tiempo.
Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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