La intransigencia es la actitud de la persona que no acepta los comportamientos, opiniones o ideas distintas de las propias, o no transige con ellas. Vivimos en un mundo intransigente y el mejor ejemplo se nos da cada vez que abrimos la prensa o conectamos la radio o el televisor. Todos los días asistimos al atrincheramiento intransigente de las propias ideas. Es recalcitrante ver a alguien que se muestra terco o se mantiene aferrado a una opinión o conducta, con ausencia de empatía o intentar, al menos, escuchar otra opinión que bien pudiera alumbrar una solución a un problema o conflicto. Los partidos políticos tradicionales se empeñan en mantener sus viejas prácticas demagógicas, temen al cambio y el cambio es ineludible; están apegados a las prácticas de clientelismo político y al nepotismo que establecen gobiernos que no cumplen sus promesas, cuentan con los votos de sus incondicionales, pese a que se vota tras un proceso de reflexión para abrir paso a nuevas opciones políticas, orientadas al cambio y al desarrollo. Nos lo están demostrando continuamente. Todos dicen que no quieren nuevas elecciones, pero actúan diferente. Nadie cede. Parece que lo menos importante es lo que el electorado les ha encomendado.
No hay descontento respecto a la democracia (al menos mayoritariamente), hay descontento respecto a la partidocracia. Hemos transformado lo que es una sociedad democrática -- que tiene que ser una sociedad permeable-- a partir de unas empresas de poder, que son unos partidos políticos escleróticos, envejecidos, corruptos en una gran parte, que albergan la convicción de que ellos son la democracia, cuando en realidad son instrumentos para ella, que han caído en una situación a la italiana a una velocidad que yo nunca imaginé. Por ello, pensar que la democracia es Rajoy, o Sánchez, Iglesias o Rivera, equivale a pensar que la democracia son los partidos políticos. No es verdad. Los partidos son un vehículo de democracia, excepto cuando dan lugar a esta pertidocracia que define la situación actual.
Intolerante e intransigente son prácticamente sinónimos. Pero mientras el intolerante es incapaz de aceptar que otros tengan ideas contrarias a las suyas y las combate abiertamente, el intransigente no cede ni a las más mínimas exigencias de los demás. El intolerante defiende fanáticamente sus ideas, el intransigente no cede ante las pretensiones de los demás, por insignificantes que sean. Esas actitudes de terquedad irracional y fanatismo político, deben se superadas. La desmesurada adhesión política puede degenerar en una fe ciega que conduce al empecinamiento irracional, impidiendo aceptar cualquier argumento razonable ajeno al propio. Hoy vemos cómo los partidos se manejan entre argumentos personalistas y simplistas que atentan contra la razón y el bien general a la hora de aproximar posturas. En estos tiempos que corren, nuestro nuestro país alimenta obstinadamente el consabido tópico "España es diferente". En efecto todavía no hemos sido capaces de transigir ante posturas ideológicas distintas para alcanzar consensos prioritarios en beneficio común de los `españolitos de a pie´mostrando una incapacidad negociadora que prioriza el interés de los partidos en detrimento de quienes teóricamente son el sujeto soberano: ¡¡el pueblo!!
Sin entrar en temas de corrupción, hoy privan los intereses de partido, los personalismos, el temor a perder el privilegio político, y el haber provocado que la política sea una forma de vida profesional para muchos. Pero no sólo debemos culpar a la clase política, los votantes también somos culpables de la situación creada; la ignorancia, el apego incondicional a un partido sin considerar lo que es y lo que fue, sin valorar a sus líderes actuales o votar a uno u otro en función del sufragio útil, hemos conseguido un fraccionamiento del Congreso plural y beneficioso, pero con líderes incapacitados para formar Gobierno. Estamos conduciendo al país a un callejón sin salida.
Trabajar a favor de los demás exige sacrificio, perseverancia, ayuda desinteresada y, ante todo, escuchar y respetar las iniciativas de los demás. Estamos en un mundo donde todos debemos ser iguales, todos necesitamos de ayuda para que, cada día, haya más desarrollo e intentar solucionar los problemas materiales de la gente. Aunque la realidad es que la corrupción generalizada en las esferas del poder, y la arrogancia de una clase política que ya es más odiada que cuestionada o rechazada, no favorece para conseguir la meta que todos aspiramos llegar.
Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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