Se dice de la política que es el arte de gobernar,
y su objetivo es usar el poder para beneficiar a todos los integrantes de la
sociedad; es una vocación de servicio a los demás. A través de la
historia, nos hemos dado cuenta cómo la política está muy lejos de conseguir
este fin, aunque su verdadero objetivo es buscar el bien común, lamentablemente
y con frecuencia, el Estado deja de servir al pueblo para ponerse al servicio
de unos pocos, pasando por encima de todas las promesas hechas y su único interés es mantenerse en el poder. La
desesperación y desilusión del ciudadano es tal que ha dejado de confiar en los
políticos; su falta de credibilidad es ya nuestro pan de cada día.
Se
acaban de celebrar las elecciones autonómicas en Cataluña que no han sido unas
elecciones más. No sólo estaba en juego un número de escaños para el Parlamento
catalán, sino que se han tratado como
unas plebiscitarias con el objetivo de considerar su independencia del Estado
español. El resultado ya todos lo conocemos: amplia mayoría de escaños para los
independentistas pero mayor número de votos para los constitucionalistas. Esta
es la incongruencia de nuestra ley electoral donde no tiene la misma validez un voto dependiendo del lugar donde se emita;
por lo que el resultado se nos antoja contradictorio y nada entendible: Es el
sistema proporcional de la llamada Ley D´Hondt donde se excluyen las
candidaturas que no hayan obtenido, al menos, el 3% de los votos válidos
obtenidos. Este sistema fue el elegido
en su momento para garantizar gobiernos fuertes en la aún joven
democracia española, pero ahora no es el adecuado pues beneficia a los partidos
grandes y a los núcleos de población más pequeños. No es lo mismo superar el
3%, por ejemplo, en Madrid que en
Segovia. De ahí, la incongruencia.
Estas
elecciones han dado otro dato importante de interés: el 47,8% ha votado a
formaciones que auspiciaban el independentismo, mientras que el 51,7% ha votado
lo contrario. Parece que, con este dato, no es suficiente para proclamar
unilateralmente la soberanía catalana al margen de la española. Pero, ¿qué es lo que ha sucedido para que,
año tras año, se haya incrementado el deseo popular de estar fuera de España?
Sólo la ausencia de dos cosas: Reformas legislativas y sentido común. En
política, a veces, no es necesario efectuar complicados análisis. Basta con
ejercer eso, el sentido común que es antagónico con los deseos de poder y
avaricia económica. Porque si se
hubieran dedicado a solucionar los problemas que nos separan, y ampliar lo que
nos unen, no estaríamos en esta situación. Unos con su cerrazón y falta de
diálogo, y los otros con su insolidaridad
y deseos de poder.
Todo
vuelve a repetirse. El mundo, desde que es mundo, está lleno de insolidaridad,
de la sin razón, de la falta de entendimiento por no ceder por ambas partes, de
la ambición desmedida, en definitiva, de la falta de vocación para el servicio
a los demás, olvidando que el fin primordial de la política es lo que decíamos
al principio: Buscar el bien común. El
dinero y el poder son buenos aliados
para el egoísmo personal y el beneficio propio.
Ya
escribí sobre este tema ahora hace un año, en un artículo (“Derecho a decidir”)
los inconvenientes que sufriríamos tanto españoles como catalanes en el
supuesto de una ruptura de esta índole, pues todos perderíamos. Por eso, se
hace necesario un diálogo profundo y permanente; quizá después de las
elecciones generales, pues no veo ni al Sr. Rajoy ni al Sr. Más, con la
capacidad suficiente para solventar, ante todo, su recíproca antipatía
política. España está inmersa en una crisis general y global que abarca todos
sus poros (económico y moral). La cuestión catalana, como la vasca, son
elementos cruciales de una encrucijada histórica en la gestión pública. Los
tiempos cambian y los valores que en la Transición eran encomiables, quizá
ahora no sirven. Es necesaria la negociación y el diálogo donde unos y otros
tengan que ceder en sus pretensiones para buscar el bien para todos.
Necesitamos
polític@s valientes que se decidan verdaderamente a solucionar los problemas de
este País y por eso merece que nos detengamos a mirarlos de cerca: para ver o
confirmar la manera lamentable en que nacen y se forman las políticas públicas
de este país. O simplemente para preocuparnos, y preocuparnos mucho, por la
gente a quienes hemos dado el poder de moldear con leyes nuestras libertades
civiles y nuestros derechos individuales. O para constatar quiénes son esas
personas: gente, en general, sin información ni conocimientos, mediocridades en
altos cargos, que consideran que su ignorancia no es obstáculo para legislar
sobre el tema que sea. Gente, en otras palabras, que hace política desde la poltrona.
Es increíble, cómo existen personas que exigen de los demás actitudes y
comportamientos deseables, cuando ellos nunca han dado ejemplo para motivar o
generar actitudes de esta índole. Pregonan a viva voz, el ejercicio de ciertos
valores como son la solidaridad, el respeto, el compromiso y la colaboración,
cuando ellos son ajenos e inmunes a estos afectos.
Lo
dicho: reformas, preparación y sentido común.
Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
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