lunes, 16 de noviembre de 2009

TELEBASURA


Desde hace tiempo estamos asistiendo a un fenómeno televisivo, cada vez más presente, que se caracteriza por explotar el sensacionalismo, el morbo y el escándalo con el único fin de atraer audiencia. Se define “Telebasura” por los personajes que exhibe, los asuntos que aborda, el poco o ningún respeto a la vida privada o a la intimidad de las personas; por el desprecio de la dignidad que toda persona merece, cuando no se recurre a la utilización de un lenguaje chillón, grosero e impúdico, con la intención de convertir en espectáculo la vida de determinados personajes que, generalmente, se prestan a ser vilipendiadas y manipuladas, a cambio de celebridad o contraprestación económica. Prima el mal gusto, lo escandaloso --y en algunos Realty shows--, el enfrentamiento personal, el insulto y la denigración de los participantes.

Este tipo de programas atrae a mucha gente. Pero, ¿por qué su éxito?, ¿es el cotilleo parte de nuestra cultural social? Los promotores de la telebasura utilizan cualquier tema de interés humano, acontecimiento político y social como excusa para la atracción de audiencia. Bajo una apariencia hipócrita de preocupación y denuncia, se regodean con el sufrimiento, con la exhibición gratuita de sentimientos y comportamientos íntimos, buceando en una espiral sin fin para sorprender al espectador. La telebasura cuenta con una serie de ingredientes básicos que la convierten en un factor de desinformación y aculturización. La aparición de personajes sin cultura ni relevancia de interés social, que el único mérito para aparecer en pantalla es haber tenido un hijo con algún famoso, permitiéndose debatir en temas muy complejos con explicaciones simplistas donde abunda la demagogia que, lejos de arrojar luz sobre los problemas, contribuyen a consolidar la idea del “todo vale”; con desprecio total de derechos fundamentales tales como la presunción de inocencia, cuando no se recurre a intervenciones estableciendo “juicios paralelos” apoyándose en testimonios supuestamente verdaderos.

Este fenómeno es más acuciante en las televisiones privadas que emiten en abierto, pues son las que mayores esfuerzos de fidelización de audiencias deben realizar al depender sus ingresos totalmente de los contratos publicitarios que, a su vez, dependen de los índices de audiencia. El verdadero cliente de estas TVs no es el espectador, sino el anunciante. Todo vale para conseguir audiencia. Es significativo comprobar la ausencia de programación infantil en la franja de tarde en cadenas como “Antena3” y “Tele5” que sólo emiten programas de esta índole.

Pero, ¿se deben aplicar medidas para acabar con los contenidos que atentan contra la dignidad de las personas, la ética, la formación y la moral? No soy amigo de prohibiciones que puedan incurrir en una hipotética falta a la libertad de expresión, pero sí combatir todo lo que implique denigrar a las personas. Sólo con la implicación de todos los agentes: poderes públicos, cadenas, anunciantes, espectadores, sin olvidar la responsabilidad de los profesionales de los medios, que sirva para modelar una oferta televisiva distinta, elaborando un código ético de regulación de contenidos, promocionando programas donde imperen tres pilares básicos: Información, formación y entretenimiento, que conduzcan al respeto de valores constitucionales como el derecho a la veracidad, a la intimidad y la dignidad de las personas.


Miguel F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com

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