Cuando escribo estas
líneas, el Parlament de Cataluña acaba de votar la independencia y proclamar la
república catalana. Los peores augurios se han cumplido. Nadie ha podido evitar
el salto al precipicio, la sociedad catalana está dividida y fracturada, y se
avecinan tiempos difíciles no sólo para Cataluña, sino también para España. La
política ha fracasado, ¿o quizá ha sido la clase política? Da igual, el resultado
es el mismo. Han sido incapaces de solucionar el problema; porque eso se pide a
los políticos: que solucionen los problemas, no que los creen, no que ellos
sean el problema. Para eso han sido elegidos. Soy consciente que, a veces, un
problema social y político de esta envergadura no es fácil llegar a una
solución satisfactoria para ambas partes, lo sé; y que un sentimiento arraigado
en muchísimas personas no se puede combatir únicamente aplicando la ley, pero,
al menos, sí puede exigirse el esfuerzo necesario para el entendimiento por el
bien de los ciudadanos. Si la política fracasa, se quiebra la convivencia
social, la economía se resiente, y, a la postre, el bienestar de los ciudadanos
se deteriora.
La falta de diálogo y entendimiento,
(hace años que teníamos que haberlo exigido) deja al descubierto la ambición
desmedida por el poder. Han primado más los intereses de partido, la defensa de
ideología propia, que los intereses de la ciudadanía. Todos han caído en los mismos errores que
ellos denunciaban y que habían venido practicando los partidos, como el hecho
de considerarse como un fin en sí mismo y no como un medio para llevar a cabo
la política que los ciudadanos expresan en las urnas. Los partidos se han
convertido en máquinas electorales que miran más hacia dentro, que a los
intereses y necesidades de la población. Estos intereses son muy distintos en
una sociedad dividida en clases sociales, con diferencias notables en el nivel
de renta y en oportunidades y derechos, al tiempo que se configuran distintas
ideologías, que no solamente vienen dadas por la posición social que se ocupa,
sino por la concepción que se tiene de la sociedad y qué tipo se desea como
modelo político, económico y social. En definitiva, muchas veces basta con
aplicar el sentido común para no perder la perspectiva del objetivo final.
La
política es el arte de gobernar, y su objetivo es usar el poder para beneficiar
a todos los integrantes de la sociedad. Es una vocación de servicio a los demás
(o debería serlo, a pesar de los tristes ejemplos de corrupción y malos hábitos
que tenemos en el mundo). Lo sucedido hoy es el fracaso de la política. La
política está para solucionar los problemas, no para crear otros nuevos. No se
puede delegar en jueces, fiscales y policías la solución de los problemas
políticos, y menos cuando su magnitud los convierte en un problema de Estado.
En Cataluña existe un problema político, que no es nuevo, pero que ha crecido
por no abordarlo de cara y a su tiempo. Se puede entender que Mariano Rajoy no
tuviera margen para negociar nada en septiembre del 2012 cuando España estaba a
las puertas de ser rescatada, pero desde entonces han pasado cinco años, la
economía se ha recuperado y el Gobierno ha sido capaz, por ejemplo, de alcanzar
un acuerdo con el PNV para aprobar los presupuestos que, dicho sea de paso, privilegia aún más al País Vasco.
El
fracaso de la política es un fracaso de todos. No alcanzo a ver el mensaje de
lo ocurrido hoy. Y lo peor, nos esperan jornadas muy duras y nuevos episodios de
tensión. Nos hemos cansado de pedir diálogo. Pero no de sordos, que es el único
al que hemos asistido. La sensación es que ha habido exceso de tecnicismo y
ganas de llegar al límite. España está en las portadas de la prensa
internacional con imágenes difíciles de explicar en un país occidental. Mal
negocio para la marca España. Una pésima noticia para la Unión Europea. Fracasar
en política es el fracaso de la capacidad de entendernos. No es cierto que el
vencedor sea siempre quien tiene la razón. Tiene la razón quien es capaz de
asumir consensos, de convencer con sus ideas y de consensuar causas. No se
pueden traspasar las leyes, es cierto; pero tampoco se puede cruzar la línea
del sentido común. La incapacidad colectiva de abordar un problema profundo es
un fracaso compartido. Y en el caso que nos ocupa todavía no somos capaces de
conocer su dimensión sobre nuestras vidas.
En
definitiva, estamos ante un fracaso de la política al no afrontar los grandes
desafíos ante los que estamos, que son globales y locales. La mal llamada
bonanza económica fue sembrando las semillas de su destrucción y las
instituciones políticas se han deteriorado por el abuso de poder, la
corrupción, el mal funcionamiento y la pérdida de credibilidad. No creo que los
políticos puedan arreglar los muchos problemas que se derivan del mal
funcionamiento de un sistema que prima el poder con mayúscula a escala mundial,
en la Unión Europea, y en nuestro país. Pero sí al menos dar respuestas locales
a los problemas globales, porque no se trata de construir una sociedad
perfecta, que no ha existido ni existirá, pero sí una sociedad mejor.
Miguel
F. Canser
www.cansermiguel.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario