Los
ataques últimos en Cataluña vuelven a recordar la vulnerabilidad de las
sociedades abiertas en el actual combate a los grupos extremistas islámicos. El
deseo despiadado y el fanatismo de los terroristas suicidas (y no tan
suicidas), es un nuevo factor que hace todavía más difícil su prevención. Europa,
por geografía, demografía, economía, y bienestar social, es uno de los
frentes principales en la lucha desencadenada por el Estado Islámico (ISIS) en
su meta de propagar un brutal califato por todo el mundo. Pero la amenaza es
global, ya sea organizada y bien planeada por grupos o por el “lobo solitario”,
que toma acciones aisladas por su propia mano, pero no por eso son menos
mortales.
Si
el propósito es causar pánico y terror, la verdad es que lo consiguen a la
perfección. La intención del terrorismo es matar inocentes con el fin de
intimidar a la sociedad, de quitar a la gente el sentido de seguridad ya sea en
un café de Paris, un complejo de vacaciones de Mali, un aeropuerto en Bruselas,
trenes en Madrid o más recientemente en Barcelona. Los terroristas han dejado
de ser selectivos y su acción es ahora sistemática e indiscriminada contra
quienes no pueden defenderse. Pero, ¿cuál es su verdadero objetivo? Crear un Estado
musulmán regido por la ley islámica, llamada Sharía, que esté sujeto al mando
del califa, quien en este momento y por autoproclamación es Abu Bakr
al-Baghdadi. Este hecho tuvo el efecto de una voluntad expansiva, al llamar a
los yihadistas que viven en otros países a unirse a dicha proclama. El Estado
Islámico es un grupo radical suní que ha ocupado a la fuerza los territorios de
Irak y Siria, levantándose en armas contra sus gobiernos. Como objetivo de la yihad global, promueven
la guerra santa y arremeten contra los “infieles”, grupo integrado por todos
aquellos musulmanes no radicales. Una guerra contra todo aquel que esté en
contra de ellos, es decir, están en contra de todos, pues hasta los propios
musulmanes los rechazan por los crímenes que cometen y por darle al Islam una
reputación de religión belicosa que carga metralletas a dondequiera que va, lo
cual dista mucho de las enseñanzas y proclamas del Corán y sus adeptos. «La
muerte en nombre del Islam lleva de modo directo al paraíso de delicias reservadas
a los creyentes».
Pero,
¿en nombre de qué dios está justificada la matanza indiscriminada de hombres,
mujeres y niños para conseguir el “paraíso celestial”?, ¿existe alguna religión
que para conseguir “el cielo”, proclame que haya que masacrar a quien no sea
como uno mismo?, ¿a quién no piense como tú? Se trata sin duda de mentes
obtusas y desequilibradas que se aprovechan de descerebrados sin cultura ni
opinión propia. El primer derecho humano, el más general, por el cual estamos
protegidos todos los individuos que constituimos la especie humana, es el
derecho a la vida. La vida es el primer bien que poseemos, sin el cual no
existe base para cualquier otro bien, sustancial o accidental, que podamos
considerar. Por tanto, cualquier otra posesión está subordinada a la vida.
Puede hablarse -y se habla- de otros derechos, y serán muy nobles y, como
tales, tenerse en cuenta, pero todos ellos, hasta los más importantes, deben
ceder la prioridad al derecho a la vida. La vida propia y la de los demás. De
ahí que nadie tiene derecho a arrebatar ni mermar una vida, cualquier vida,
porque sus ideas sean distintas. Esa sangre tan absurdamente
derramada, esa locura, ese odio tan descomunal hacia el prójimo, necesita
estudiarse con serenidad, sangre fría y mucha política. Una política donde
todos los partidos sin excepción, al margen de su ideología, deben de estar
unidos para luchar contra esta lacra mundial.
Me
ha decepcionado la postura de Podemos al no unirse al Pacto Antiterrorista y
acudir sólo como observador. ¿Observar qué? Sus opiniones y sus propuestas,
hubieran sido muy importantes se incluyeran en el mismo. La prevención a través
de la colaboración entre servicios de inteligencia ha probado ser la manera más
eficaz de luchar contra el terrorismo. El problema es que las autoridades
pueden desbaratar muchos atentados, pero basta que uno tenga éxito para
estremecer a todos. Su trabajo es la protección, lo que no quiere decir que
haya un peligro inminente. Ésta es la realidad de estos tiempos y, sin ignorarla
ni rendirse ante ella, hay que vivir con un nuevo peligro. Pero sin exagerar ni
dejar que el miedo a lo que podría ocurrir domine al individuo y a la sociedad.
El temor exagerado y la destrucción de los pilares de una sociedad libre
en nombre de la seguridad son las victorias del terrorismo. Para combatirlo se
necesita la fuerza individual para mostrar que no se le tiene miedo y la
institucional para proteger a todos con inteligencia, cooperación y sin
discriminación. Solo una colaboración sin fisuras y el compromiso de todos los
países de Europa pueden hacer que la posibilidad de vencer al yihadismo sea
real.
Miguel
F. Canser
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