Dedicado a mi amigo “El Escribidor”.
La llegada de la vejez simboliza un proceso biológico que se caracteriza, por la creciente incapacidad del cuerpo de mantenerse siempre joven, y las limitaciones de no poder realizar las cosas que se hacían antes. Se trata pues, de un fenómeno gradual, natural e inevitable y es evidente que, con el transcurrir del tiempo, todo se marchita (no somos una excepción). Cuando un adulto alcanza la edad de jubilación (65 años), se considera que ha llegado a la vejez, se le exime de cualquier obligación laboral, y comporta que ha dejado de ser útil y competitivo en la sociedad que vivimos. La sociedad tiende a excluir a los ancianos aunque, a veces, algunos están dispuestos a arrinconarse solos. También este ciclo de la vida se le ha denominado como “el otoño de la vida”, identificándola como el preludio de todos los males, del adiós final. Bajo esta dinámica, no es de extrañar que, en algunas personas, nazca el desaliento, el sentimiento de que: “ya no sirvo para nada”; se sientan desplazados y caigan en una fuerte depresión pues no se sienten comprendidos por las personas más allegadas.
Estamos acostumbrados a ver cómo sus actividades se reducen a tareas de cuidar a los nietos, ayudando en esa labor a sus hijos. Aunque esta actividad es importantísima, tanto para el enriquecimiento de los nietos como para ellos mismos, los “abuelitos” no se deben limitar sólo a esto porque: “los nietos nunca serán sus propios hijos, y sus hijos, nunca dejarán que sean sus padres”; solemos tratarlos como a niños y escuchamos sus preocupaciones y experiencias con escepticismo, cuando existe en ellos una gran riqueza.
Con la vejez es normal que las enfermedades se manifiesten, en algunas personas más que en otras, de manera ostensible (artrosis, alzheimer, etc.), pero no se debe tener temor a la enfermedad, sino que debe ser un período más productivo y más creativo que antes. La vejez y el tiempo libre debe ser sinónimo de poder hacer lo que antes no se podía, y se deseaba hacer. Lo malo no es ser viejo, sino sentirse viejo. Es peor la vejez psíquica que la biológica; por lo que este ciclo de la vida, se puede convertir en una maravillosa oportunidad, debe ser una etapa en la vida que sirva para el crecimiento intelectual, personal y emocional; gozar de los logros personales obtenidos, sabiendo que lo aprendido antes, es útil para las generaciones venideras. La vejez se alimenta de lo maravilloso que es el pasar por delante de la vida, sin dejar de crecer interiormente.
Para ello, es importantísimo poseer una calidad de vida digna, que tiene mucho que ver con cierta seguridad económica. La mayoría de las personas de la tercera edad conservan un grado importante de sus capacidades, tanto físicas como mentales, y aunque esta sociedad nuestra sólo valora todo aquello que resulta productivo, nuestros “abuelos” pueden ser personas que estén en disposiciones de fortalecer y desarrollar actividades que les permitan alcanzar un nivel óptimo de realización personal.
La vejez es el podium de la experiencia. El anciano es un sabio de todo lo vivido, que se convierte en vigía de la conducta de los más jóvenes; adivina y tiene la certeza de todo lo que va a venir. Es un vidente. Sabe más que nadie, cree, ve, contempla, y, sobre todo, tiene la virtud de la paciencia. Sabe esperar. Debemos aprender de su sabiduría, un valor necesario para que nuestra sociedad se desarrolle. La vejez posiblemente no sea bella, pero en ella se puede alcanzar la más alta armonía con nuestro entorno.
Leí una vez: “la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja”. El anciano es, quizá, la persona que menos miedo tiene a la vida, y, por supuesto, a la muerte. Añadamos vida a los años, no años a la vida; las personas podrán morir, pero nunca lo harán sus ideas. Debemos recuperar las pautas del respeto a la experiencia y alimentar el afecto hacia las generaciones de mayores, de cuyo consejo y testimonio depende nuestra estabilidad y es la columna vertebral de nuestro tejido social.
Saber que todos envejecemos, prepararnos para hacerlo bien y sacar el mayor provecho a esos años, debe ser una prioridad importante de nuestra educación. “El hombre comienza, en realidad, a ser viejo, cuando deja de ser educable”, decía Arturo Graf; y como también decía Einstein: “Sólo dos cosas son infinitas: el universo, y la estupidez humana”.
Miguel F. Canser