El año 2023 va a traer una crisis
económica sin precedentes progresiva y en ráfagas. Según algunos expertos las
bolsas europeas van a sufrir un colapso con la idea del cambio de modelo
productivo como telón de fondo y debemos estar preparados para ver si estos
vaticinios se cumplen. La negación de la crisis será un slogan político que no
nos debería sorprender. Miremos los síntomas. La Federación Española de Bancos
de Alimentos, siempre a pie de calle, espera un incremento inmediato de la
demanda del 20%. Los diferentes subsidios no dan más de sí. Cada vez hay más
gente que no llega. La pobreza energética ha desaparecido de los debates
principales en los medios de comunicación, pero no hablar de ella no hace que
desaparezca. Algunas voces anuncian un intento de los gobernantes para reducir
el consumo. Será otro síntoma. Habrá una excusa ecológica y un fin económico:
intentar no subir los tipos de interés (que subirán), bajar impuestos, recortar
el gasto público. ¿Se lo creen? Yo no. Y, ¿a quién le tocará pagar el pato?,
¿se lo imaginan? Yo sí. No olviden que 2023 será un año de elecciones
generales, año de promesas y mentiras. Mal año para una crisis. Los que mandan
estarán pendientes de lo suyo, no de los nuestro. Agárrense porque vienen
curvas.
Hace pocos días he estado de
vacaciones. Los hoteles, --que no son baratos-- a tope, las carreteras, con el
precio de los carburantes, atestadas de coches, en los restaurantes la gente
hace cola para que le den una mesa, y los chiringuitos de bebidas, no dan
abasto. Vivimos el presente sin querer saber nada de lo que pueda venir. Estamos
con tantas ganas de salir, de olvidar esos dos años de pandemia (que aún
existe), que no nos resignamos a disfrutar. Pero las crisis no llegan de golpe,
vienen en forma de ráfagas y duran mucho tiempo, arrastrando a más gente y será
el próximo año cuando lo notemos más y sufriremos las primeras consecuencias de
una malísima gestión que la pandemia nos está dejando. Recuerden lo ocurrido en
la crisis del 2007, cuando el sistema financiero cayó tras el pinchazo de las
hipotecas, provocando en las economías la llamada “Gran Recesión” y que España
tuvo el punto más álgido de la crisis cinco años después. Distintos analistas
económicos creen que factores como la guerra de Ucrania y las repercusiones
económicas de la pandemia, crean un fuerte argumento de que el mundo verá una
desaceleración económica en un futuro próximo. A la pandemia se ha sumado que
los niveles de deuda de los gobiernos ya eran muy altos y ya, entonces, había
problemas en la cadena de suministro.
Lo que pasará en el futuro es
totalmente incierto, pero no será bueno. Y ahora la guerra en Ucrania, iniciada
por un hombre que quiere corregir los errores del pasado, al menos lo que
él considera errores. Un hombre cuyas ventas de gas han calentado
nuestros hogares durante décadas. El presidente de un país que lo tendría
todo para ser una superpotencia sin invadir otros países: muchas materias
primas, gente bien educada, una gran cultura. Pero a él le faltó algo:
los millones de ingresos procedentes de la venta de materias primas no se
usaron para llevar al país a la vanguardia de la tecnología. En cambio,
los jefes de esas empresas -llamados oligarcas- compiten por el yate
más lujoso, la propiedad inmobiliaria más valiosa o el club de fútbol más
caro.
Occidente se preocupa por sus
industrias, que dependen en gran medida de estos combustibles fósiles. Los
europeos temen al próximo invierno, porque sus casas podrían quedarse frías,
los precios de prácticamente todos los productos, se disparan y no dejan de
subir y lo que ya ha subido, no va a volver a bajar. Esto es sólo el principio.
Está claro que la guerra debe parar, ojalá de forma inmediata. Pero, ¿aislar a
Rusia del comercio mundial a largo plazo? Muy difícil. ¿Resolver los problemas
del mundo (el cambio climático, por ejemplo) sin Rusia? Es difícil de imaginar.
Sólo puede hacerse con Rusia, pero con una Rusia sin Putin. Además, China está
ahí. Y es que la mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar
de los problemas, que en afrontarlos.
Miguel F. Canser