Ante esta situación, y agravado por la
excepcionalidad del año que vivimos, los efectos psicológicos de la pandemia y
el confinamiento, han agravado los problemas en las personas mayores no sólo
los que viven en sus domicilios, sino los que están en residencias. De hecho,
el confinamiento y el aislamiento que han sufrido pueden conducir a desarrollar
síntomas de ansiedad y depresión, al igual que en el resto de la población. Se
producen reacciones típicas de temor, desesperanza, miedo a la infección,
estrés, problemas de sueño, etc. Muchas de estas personas mayores combatían su
soledad, participando en las actividades que les ofrecían los diversos centros
de participación: Centros de Día, actividades y talleres, etc. Pero han visto
interrumpida su vida, sus rutinas y sus mecanismos para compensar esa soledad
no deseada por lo que han sufrido un empeoramiento de su salud física y
emocional.
En las residencias, lugares donde el
foco de la pandemia más se ha cebado con las personas mayores, se están
produciendo cambios emocionales con la aparición de síntomas de depresión,
ansiedad y otras psicopatologías, debido a la menor interacción social con
otros residentes, con el personal y, sobre todo, con la ausencia de sus
familias: apatía, tristeza, aburrimiento, preocupación o miedo. Muchos han
perdido a un ser querido, añadido a la imposibilidad de despedirse y la
dificultad de procesar esa pérdida. Este virus nos ha puesto a todos a prueba.
Ha revelado muchas flaquezas, pero también ha puesto de manifiesto la fuerza de
la solidaridad y el poder de reacción de los sectores más vulnerables de
nuestra sociedad, en especial el de nuestros mayores aún a pesar de ser el
colectivo peor tratado política y socialmente. Hay una relación estrecha entre
aislamiento y soledad, pero no es lo mismo. Lo malo no es ser viejo, sino
sentirse viejo. Es peor la vejez psíquica que la biológica. La sabiduría de los
mayores es un valor necesario para que nuestra sociedad se desarrolle.
Creo que no ha sido justa ni la
infantilización, ni la sobreprotección, ni el olvido de las personas mayores
durante la pandemia. No les hemos tratado como adultos con plenos derechos que
son: personas absolutamente capaces de llevar las riendas de su vida,
exceptuando situaciones de dependencia severa y deterioro cognitivo. La
vulnerabilidad física frente al virus está ahí, pero eso no significa que sea
también vulnerabilidad psicológica o social. Las personas mayores han seguido
siendo, en muchos casos, el centro de gravedad de la solidaridad familiar y nos
dan, continuamente, grandes lecciones de vida. Todos estos efectos pueden darse
en mayor o menor escala pero, en cualquier caso, la ayuda pasa por tratar de
normalizar esta situación; siendo necesario aprender a convivir con el virus y
gestionar ese temor y miedo al posible contagio. Darnos la oportunidad de
volver a empezar, reformular objetivos y añadir nuevos hábitos. Leí una vez:
“la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de
ventaja”. El anciano es, quizá, la persona que menos miedo tiene a la vida, y,
por supuesto, a la muerte. Añadamos vida a los años, no años a la vida; las
personas podrán morir, pero nunca lo harán sus ideas.
Cuidemos a nuestros mayores, respetemos
y aprendamos de sus decisiones. Intentemos ser más tolerantes y respetar todas
las posturas que veremos en la sociedad, desde las más temerarias y de personas
que no llevan bien las restricciones de libertad, hasta las personas híper
prudentes. Cada uno gestiona de forma diferente sus sentimientos, por lo que el
nivel de emociones negativas y sensaciones desagradables, ocasionadas por el
miedo al contagio, o el miedo a volver a estar confinados, puede ser muy alto.
La sociedad necesita a las personas mayores. No los utilicemos sólo cuando nos
interesa. Sentirse necesarios y útiles es
importantísimo; y es que “tengo esa maldita edad en la que todos los que
tienen la misma que yo, me parecen mucho más viejos”.
Miguel F. Canser